Hoy hacía un día muy chungo, de eso que lluevo, no lluevo, que parece que ahora no, pero al cabo de cinco minutos parece que sí… cuando tenemos un día así, lo mejor es no arriesgarse con una salida larga, y puesto que este fin de semana mi Terremoto estaba con su papá y sólo teníamos al Tsunami, le hemos preguntado que quería hacer. El peque nos ha dicho que le apetecía jugar al pilla-pilla, así que hemos ido a un parquecito relativamente cercano y que es muy tranquilo y tiene espacio para correr y jugar al pilla-pilla.
Hemos tenido un buen ratito de parque, normalito como todos los que tienen cualquier pareja que va con su peque al parque. Luego hemos decidido ir a comer algo a un sitio que hay justo al lado y que no está muy caro y lo que te dan está bastante bien. Este sitio tiene una terracita detrás, muy acogedora pero abarrotada de fumadores, y una zona interior, no tan chula, en la que nos habíamos refugiado todos los que teníamos niños, concretamente de diez mesas seis estaban ocupadas por parejas con uno o varios peques, el más mayorcito debía tener unos cinco años por allí. En la mesa de al lado tenía una pareja jovencita, iban muy modernos ellos con sus piercings en la oreja, sus tatuajes y demás, pero me he fijado en ellos porque, pese a lo jóvenes y lo modernos que iban, tenían unos rostros que me recordaban a las fotos antiguas, esas albúminas que en formato carta de visita, que nuestros abuelos o bisabuelos se hacían a finales del diecinueve. Tenían una bebita de pocos meses, muy simpática. Cuando sonreía con su diminuta boquita de piñón se veían cuatro dientecitos victoriosos. Tenía pómulos marcados y mofletudos, piel blanquísima y naricita pequeñita y respingona.
Era la única bebita de toda la sala que no estaba sentada en trona, desconozco si por voluntad de los papis o es que habíamos acabado con todas las existencias de tronas del local. Así que la peque ha estado todo el tiempo sentadita a ratos sobre papá y a ratos sobre mamá. Aparte de durante un buen rato que se ha dedicado a dar chillidos la menuda se ha portado de fábula, toda una señorita. Luego me he dado cuenta de que papi y mami se pasaban mucho tiempo agachándose cogiendo un tapón con el que jugaba la bebita. Ella lo cogía, miraba, en ocasiones chupeteaba y luego lo tiraba al suelo, miraba, reía y lo pedía.
Que levante la mano el papá o la mamá que no ha pasado por eso, jaja. Pero en un momento que papá se había levantado por tropecienta vez ha ido a la peque y la ha reñido. No lo ha hecho severamente, pero durante unos minutitos la menuda se ha quedado un poco seria, desconcertada, como si no supiera a que venía ese enfado de papá ahora. Luego se le ha pasado y ha vuelto con sus ejercicios taponiles.
Los niños a esa edad aprenden a tener consciencia de su cuerpo, lo descubren, no sólo descubren sus manos, sino que también descubren que pueden coger cosas, las exploran con la boca, que además de ir sacando dientes con los que les gusta morder, es un órgano muy sensorial para ellos. También están desarrollando la vista, aprenden a fijarse en los objetos y seguirlos. Combina estas habilidades con una bebita cerca de un tapón y tendremos una exploración chupetil, una manipulación del tapón y finalmente la gran proeza de soltarlo y ver como cae. Evidentemente, eso tiene que repetirse, es casi tan diver como lo será más adelante tirarse de un tobogán, yujuuuu. El problema es que esta diversión acaba jorobando y nunca mejor dicho, porque acabas con la espalda hecha un churro de tanto coger y coger y coger tapones.
Lo de los chillidos también tiene una fácil explicación, la peque también descubre su voz y eso les encanta. Comprobar que ese sonido lo hacen ellos y tiene varios tonos, es como una diva de la ópera ensayando escalas y arpegios.
Hace unos días Cintia de tres trilli tigres comentaba que sus peques habían entrado en la etapa de las rabietas y que no sabía a que se debían. Es cierto que hay algunos peques que pueden tener una rabieta por motivos que a primera vista desconocemos. Cintia decía que cuando su peque le pedía la galleta y se la daba tenía pataleta y si se la quitaba teníamos otra y no entendía a que venia eso. Yo le comenté que cuando los peques tienen esa edad, empiezan a desarrollar su personalidad y su autoestima, quieren empezar a experimentar y no que mamá les de las cosas hechas, pero por otro lado su lenguaje no está muchas veces perfeccionado del todo y no saben expresarse o no les acabamos de entender, bien porque desean algo y con los nervios no controlan, bien porque aún les falta madurar un poco, bien porque nosotros estamos con otra cosa y no les prestamos la atención necesaria y no lo entendemos. Le comentaba como eso les puede crear pequeñas frustraciones que van reteniendo y que luego un día salen por cualquier tontería que no tiene nada que ver con lo anterior y los papis flipamos en colorines.
También le comenté que lo de las galletas era muy habitual, ellos nos la piden porque no llegan, pero lo que ellos quieren es cogerla ellos, no que se las demos. Por eso en ocasiones cuando se la das tenemos una pataleta montada y tú piensas, bueno, no la querrá y la escondes. Ellos piensan: ¡Jo!, mamá no sólo no me la deja coger sino que además luego me la quita. Así que segunda pataleta y esta vez más gorda. Consecuencia, mamá que no entiende nada y no sabe que hacer si dársela o no.
La solución cuando estamos en esta etapa de exploración-autoafirmación podría ser coger el bote o la bolsa, abrirlo a su altura y que ellos cojan la galleta, o bien tener siempre las galletas en un mueble a su altura y que ellos se sirvan. En este caso os recomiendo poner unas dosis pequeñas que no es cuestión de tener un cólico de galletas, o también lo que hace Cintia, que es lo que yo suelo hacer, dejarla en el borde de la mesa y cuando te pidan por ella, les dices que está allí para que la cojan, o discretamente el peque pasa por allí como si nada y la galleta desaparece tras su paso.
Como veis, hay muchos casos en la evolución de nuestros niños en que las reacciones que tienen los niños y que a nosotros nos pueden parecer extrañas, en el fondo están bastante justificadas. No estoy diciendo que no pueda haber niños “cabroncetes” pero la mayoría de esas acciones que a los padres nos disgusta, desquicia o supera son debidas a su evolución.
Sé que no siempre podremos saber cada cosa porque la hacen, pero el estar bien informados, pedir a otros papis muy experimentados, al pediatra si os ha tocado uno majo y enrollado que os pueda dar una orientación, o ir leyendo las evoluciones de los peques en cada momento y saber porque lo hace, nos puede ayudar a que al menos nos lo tomemos con otra filosofía. No es que el infante quiera jodernos, es que están creciendo.
Mi consejo es que si en ocasiones veis algo que no os cuadra, entonces investigad, pedid y planteadlo a los servicios médicos si fuera necesario, porque también sólo así podemos detectar si nuestros nenes pueden tener algún problema e intervenir a tiempo. Y lo que siempre he dicho, prefiero ser una madre preocupada y pesada que no pasota y luego lamentarlo. Así que desde aquí reivindico el derecho a ser padres preocupados por la evolución de nuestros peques. Que conste que digo preocupados, no hipocondriacos.
Besos a todas las mamis y papis y mucha paciencia, mucha paciencia.