Cuando Terremoto pasó al cole donde va ahora yo estaba agobiadísima con un montón de responsabilidades. El despertarse cada mañana, conseguir que se vistiera, llevarlo al colegio y luego conseguir que su padre o yo llegáramos al trabajo era una constante maratón de pruebas hercúleas. Así que en una se las reuniones que tuvimos con el psicólogo del cole que ese año supervisaba al peque le planteamos ese tema. Creo que por una vez en mi vida fui una privilegiada frente a otros padres, ya que este señor nos montó un plan y nos dio unas directrices que hicieron que nuestra subsistencia fuera más llevadera e incluso agradable a largo plazo.
El psicólogo nos propuso un plan para ir introduciendo a Terremoto en las obligaciones de la vida domestica. Se plantearon diversas actividades cotidianas que poco a poco se irían trabajando. Era cuestión de enseñar al niño a crear hábitos. Estaban las relacionadas con la higiene como lavarse los dientes siempre que acababa una comida y no cuando tú se lo recordabas, la de saber ducharse y lavarse la cabeza solo y luego llevar la ropa sucia cada vez que se duchaba o desvestía al cesto de la ropa sucia. Estaban las domesticas como la de tener ordenada y limpia su habitación si deseaba tener una habitación de niño y no de pequeñajo, aprender bien las normas de la casa y si sacas o ensucias una cosa retirarla al acabar y limpiarlo luego. Y finalmente aunque fue la primera que empezamos a trabajar, estaban los hábitos matutinos, es decir, vestirse sólo y una vez conseguido esto hacerse su cama antes de partir hacia el colegio. Vamos, el sueño de muchas madres con hijos acomodados.
Puesto que Terremoto vivía en dos casas, normalmente la mía y la de mi ex cuando le tocaba estar con él, el psicólogo nos citaba por separado y quincenalmente a cada uno de los dos. De esta forma cada semana tenía una cita con uno de los dos y cuando él lo estimaba oportuno montaba una conjunta. Nos dio una hojas en las que se tenía que apuntar cada día las horas de todo los que había pasado, los tiempos dedicados, como habíamos actuado nosotros y como había actuado el niño. Para trabajar con Terremoto sólo tuvimos que comprar una cosa, un temporizador de cocina, ese que tradicionalmente se ha empleado para hacer unos huevos duros y que solía tener forma de huevo, aunque en nuestro caso tiene forma de limón.
Antes de empezar tanto nosotros como el psicólogo explicó a Terremoto en que consistiría todo y en las ventajas que iba a tener si lo hacía. Si cumplía sus objetivos le podíamos llevar un día al cine o a comer a un restaurante que quisiera o ir a alguna parte que le gustara. Si no cumplía pues simplemente no se hacía ese extra y se seguía con la vida normal. El portarse muy mal y no cooperar en nada implicaba que no se le castigaría pero que se le quitarían temporalmente algunos privilegios que a él le gustaban mucho, como por ejemplo no disponer de mando a distancia y no poder poner la tele en su cuarto.
En esa época yo cometía muchos fallos. Por la mañana despertaba a Terremoto y le costaba mucho arrancar. Si le ponía la tele arrancaba mejor pero se quedaba en babia. Al final tras entrar muchas veces en su cuarto y decirle que se vistiera era yo la que cogía la prenda, le quitaba el pijama y le embutía el jersey por la cabeza. Luego la pelea era conseguir que se pusiera a comer, porque la casa donde vivía antes era muy pequeña y la cocina no permitía desayunar sentado, yo lo hacia de pie pero no era cuestión que el niño desayunara de pie, así que lo hacía en la sala y evidentemente al entrar en ella lo primero que hacía era poner de nuevo la tele. De nuevo se quedaba en babia mirando los dibujos. Mientras yo intentaba acabar de desayunar y lavarme un poco, hacía mi cama y la de Terremoto, recogía un poco su cuarto, le preparaba su desayuno y su merienda, hacia la mochila, abría ventanas, fregaba el desayuno, sacaba la comida de la nevera o el congelador (cuando me acordaba) y entre una cosa y otra iba pasando por la sala para recordarle que tenía que tomar su desayuno. Al final tenía casi que ponerme a su lado y discutir con él apagándole la tele y evidentemente él se enfadaba y no es que colaborara mucho. Yo le decía que si llegábamos cada día así de tarde acabarían despidiéndonos y luego no tendríamos que comer. Pero ese argumento le resbalaba y no causaba los efectos que yo deseaba. Después de conseguir que desayunara tenía otra batalla para que se pusiera los zapatos, porque siempre se le olvidaba ponerse los zapatos y luego que se lavara los dientes y se pusiera la cazadora y la mochila y salir pitando hacia el parking de papá para que lo llevara al cole. Obvio decir que lo de salir pitando es un eufemismo porque de pitando nada, más bien pidiendo a un pie permiso para dar el siguiente paso y luego el otro pie haciendo lo mismo. Dejaba el paquete correo-postal a mi ex, que ya llegaba tarde al trabajo como yo y salía volando como alma que persigue el diablo corriendo hacia mi trabajo. La consecuencia que teníamos mi ex y yo aparte de que eso no era calidad de vida es que podíamos llegar un tiempo determinado cada día más tarde, pero luego teníamos que hacer ese mismo tiempo a la hora de la salida, con lo que la tarde, sus prisas y sus desplazamientos y comida (cuando podíamos que lo de no comer por no tener tiempo o hacerlo de cualquier bocadillo o empanada salada de la pastelería por la calle mientras ibas a casa, ocurría en más de una ocasión ) pues todo eso empezaba con un cierto retraso, estrés y aceleración no muy sana. Eso aparte de las labores rutinarias de cada hogar. Os podéis imaginar pues que cuando alguien te propone que vas a tener que trabajar duro unos meses pero que luego todo eso se volatilizará es recibido con mayor regocijo que cuando te enteras que te ha tocado el premio gordo de la lotería.
Empezamos con lo de levantarse y vestir, el resto de actividades siguieron el mismo esquema así que no os voy a explicar una a una como se consiguieron.
El niño como os he dicho estaba más que informado de como funcionaba todo y lo había aceptado. Si quería tener una habitación de mayor y hacer cosas de mayor y no de bebé tenía que aprender a portarse como tal. Si no lo hacía se le pasaría a la clase de los bebes y se le volvería a montar una habitación de pequeñajo y por supuesto sin tele ni video. El premio era ganarse lo que tenía y con el tiempo obtener nuevos privilegios inherentes a la edad y su evolución.
Por la mañana lo despertaba, le recordaba lo que debía hacer y le ponía toda la ropa sobre la cama. Dejaba un momento para asegurarme de que el niño realmente estuviera sentado en su cama y despierto. No era cuestión de que no se enterase de que el ritual matutino había empezado y se quedara grogui.
Cuando al cabo de unos minutos ya estaba consciente y siempre con la tele apagada, se ponía el temporizador en marcha. Al principio se le daba media hora para vestirse y ponerse los zapatos. Luego se bajó a veinte minutos, luego a quince, diez y cuando acabamos lo hacía en cinco.
El temporizador se ponía en marcha, se le avisaba que el tiempo empezaba a contar. Nosotros no teníamos que intervenir. Si el niño nos pedía cuanto tiempo faltaba le respondíamos. Cuando faltaban 10 minutos se lo comentábamos, luego también se lo comentábamos de nuevo cuando faltaban 5. Las normas establecían que él no podría manipular el temporizador, si lo hacía quedaba penalizado y se le quitaba un privilegio que habíamos consensuado antes con el psicólogo y con él. Si teníamos sospechas de que lo manipularía lo dejamos un poco más lejos de su alcance o lo teníamos en la cocina y le íbamos informando, aunque lo suyo era que él pudiera ver el tiempo que le faltaba para llegar a 0 y que sonara el timbre. Una vez que sonara el timbre el niño iba al colegio con lo que llevara puesto encima, si aún iba en pijama pues en pijama y si estaba a medias pues a medias. Os comento que afortunadamente esto no ocurrió, supongo que la vergüenza de verse así todo el día ante sus compañeros hacía que cuando le recordabas los 10 minutos empezara a volar. En ocasiones lo que ocurría era que se estaba acabando de poner una prenda, en este caso se le dejaba acabar de colocarla (tampoco era cuestión de ponerse en plan capullos con el peque).
Tengo que reconocer que al principio costó un poco. Tuvimos nuestros disgustos y nuestros momentos. El psicólogo nos dio una gran ayuda ya que luego hablaba cada día con Terremoto y le iba comentando también a él las cosas y entre todos lo fuimos logrando. Otra parte muy importante de las normas era que para bajar un poco el tiempo debía llevar al menos una semana cumpliendo ese horario. Cuando se bajaba el tiempo se le comunicaba. Se le decía que era porque había conseguido una de las metas, se le daba mucho refuerzo positivo remarcando lo bien que lo había hecho y lo mucho que confiabas en que siguiera así y pronto superara el siguiente. Poco a poco empezó a sentirse más responsable. Había día que no quería y teníamos algún retraso. Entonces en la reunión de la semana al final de ella, el psicólogo hablaba con nosotros y con Terremoto y establecía que ese fin de semana no se había ganado su premio. Sorprendentemente lo solía aceptar más o menos bien.
El psicólogo nos contó que según los estudios, cuando una persona realiza una rutina durante al menos 21 días seguidos, esa rutina pasa a incorporarse como algo habitual en su vida y suele adoptarla y aceptarla.
Lo cierto es que con Terremoto nos fue tan bien que incluso ahora con sus 14 años sigue con todo lo que en su momento le ensañamos y no ha habido nunca ningún problemas. Él considera que eso es algo natural que hay que hacer cada día y lo hace. Su cuarto es su responsabilidad y salvo que ese mediodía yo le tenga que lavar las sábanas, cada mañana él se viste y deja su cama hecha antes de venir a desayunar.
Ahora le estoy introduciendo otras rutinas, como es que se prepara él el desayuno por las mañanas. Algunas veces reconozco que yo le he preparado la comida, pero generalmente el hace su desayuno y su leche chocolatada, es su trabajo, luego debe recogerlo y dejarlo en el fregadero. También me gustaría trabajarle el poner la lavadora, pero por mis horarios suelo ponerla antes de que él llegue al cole y tampoco me importa mucho porque sé que es muy fácil y lo pillará pronto. Terremoto suele apuntarse a vaciar la secadora cuando oye que pita. Lleva la ropa a la sala y cuando la he doblado él se encarga de la suya y se la lleva a su cuarto y la coloca.
Como veis el ir introduciendo a los niños en las tareas domésticas no sólo es algo positivo para su futuro, sino que también en unos años nos puede suponer a nosotros una gran ayuda en la casa. Sólo el trabajo que nos quitan y el que ya no nos dan extra vale la pena.
Sé que muchos me diréis que yo contaba con la ayuda de un psicólogo, pero si vuestra situación es muy extrema seguramente podríais hablarlo con el profesor o los psicólogos del colegio de vuestros hijos por si pueden colaborar.
Hoy cuando he llegado del trabajo he cogido la cámara, he entrado en el cuarto de Terremoto, he puesto el temporizador sobre la cama y he sacado esta foto. Así es como deja su habitación cada mañana mi niño, ¿no os parece una buena forma de tener responsabilidades?