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Prueba superada. La vida existe después del verano

18 Sep

Es cierto que mi vida nunca ha sido de lo más sencilla que digamos, pero en los últimos años, se han abierto muchas ventanas. No son ventanas corpóreas, ni esas que te proporcionan una saludable brisa, experiencias, oportunidades y bienestar. No. Son ventanas en las que a golpe de portazos llegan a tu vida un montón de dificultades, problemas y vicisitudes que llevas como buenamente puedes y que hacen que pidas a gritos que se vayan cerrando de una vez por todas o que entren menos ráfagas monzónicas por ellas.

En estos últimos meses he ido adquiriendo sin saber muy bien porque ni cuando, una nueva costumbre. De golpe me di cuenta que cada vez que lograba o finalizaba algo decía «bueno, prueba superada». Sé que es una tontería, pero hacer eso me produce una cierta satisfacción, me relaja, estoy contenta de saber que algo se ha solucionado o concluido, aunque fuera una situación tan absurda como hacer todas las lavadoras pendientes a tiempo, llegar con éxito de un día en la playa con los peques, organizar una cena con los amigos o meterme en la cama y ver que ese día movido había concluido sin bajas demasiado importantes. Podríamos decir que ante tantas ventanas abiertas, era un nuevo modo de ver las cosas y afrontarlas. También no sé muy bien que día de este verano empecé a tomarme las mañanas y las noches de otra forma. Respirar el aire matutino aún fresco y suave y sentirte afortunada por ello. Ver el rojo de la salida del sol en el cielo mientras conducía hacia el trabajo, algo hermoso aunque te deslumbre un poco. Escuchar el ruido del viento en las hojas de los árboles, una melodía donde las haya. O, respirar varias veces bajo las estrellas antes de entrar en el dormitorio por la noche, toda una gozada a la hora de empezar a recargar las pilas, oigan. También cuando dejaba el coche y entraba en el trabajo en ese pequeño trayecto a pie, canturreaba aquella cancioncilla de Serrat que como no conozco del todo la letra empecé a medio inventármela adaptándola a mis propias necesidades formando una nueva auto versión que rezaba «Hoy puede ser un gran día plantéatelo así, lo que ocurra esta mañana depende en parte de ti. Asume sólo lo que puedes y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día duro a por él».

Poco a poco estas pequeñas dosis de optimismo hacían que mi humor mejorara, que viera las cosas de otro color, que las fuerzas no me dejaran del todo y que empezara a pensar que para disfrutar la vida con las cuatro cositas bellas que tenemos a nuestro alrededor hay más que suficiente para empezar. Pues bien, al fin después de este verano, algunas de esas ventanas tan molestas como una mosca cojonera en pleno agosto, se han cerrado al fin y hemos conseguido superar unas cuantas pruebas. Por supuesto, de una forma más airosa o más improvisada, hemos salido victoriosos de los típicos problemas que te plantea el verano cuando una familia, sin refuerzos, tiene que cubrir dos meses y tres semanas de vacaciones escolares pudiendo coger sólo uno de ellos un mes de vacaciones, todo un despropósito para las matemáticas, oigan pero se consiguió y con nota.

Estos días,  he descubierto que la vida existe después del verano y que será bella o al menos maja dependiendo de nuestra capacidad de seguir afrontando los nuevos retos y de aprender de los anteriores, pero sobre todo de saber disfrutar de lo obtenido, las cosas que nos rodean y en ocasiones ni reparamos en ellas ni apreciamos.

Al empezar el verano, sabía que iba a postear poco, pero sinceramente, no creía en ningún momento que postear poco implicara que ni tan siguiera tuviera oportunidad de colgar una triste entrada y eso que tenía una acabada y sólo tenía que buscar ilustraciones para publicarla y ni eso pude, snif, snif, que triste, así que la reservaremos para otra ocasión.

Los que seguís el blog sabéis que este año Terremoto se zambulló por primera vez y de forma real en lo que llamaríamos el mundo de la adolescencia, de hecho él mismo se denomina ya un chico adolescente, término que hasta ahora rechazaba con auténtico pavor. También sabéis por lo que he dicho que estos primeros seis meses del año han sido agotadores, traumáticos y muy complicados. Como dice nuestra neuropediatra, «si la adolescencia de un niño normal es jodida, la de un niño con problemas de espectro autista ni te cuento, bienvenida a una adolescencia normal de un autista». Yo me quedé patidifusa, porque me esperaba algo movido, pero en ningún momento mis quince años de experiencia maternal y mis doce años de experiencia de madre de un niño con T.G.D. me habían preparado exactamente para eso y creo que mi hijo tampoco estaba preparado para sus reacciones. Terremoto es más feliz cuando todo está calmado y él no se encuentra violento. Pero, el parque de atracciones hormonal de estos años hizo sus estragos y sus episodios violentos fueron muy constantes y chungos. Por suerte para nosotros, Terremoto no es aún consciente de la enorme fuerza física que tiene, ni de que ya me supera de un buen trecho a mí y que incluso ya es más alto que su padre. Por suerte para nosotros, cuando la situación estaba muy desesperada yo afirmaba sólidamente mis cuartos traseros en el suelo y le plantaba cara. Eso, le acojonaba, y luego podía dominar la situación hasta que lograba que se tranquilizara o que no se escapara. Esta situación, al  menos de momento, porque con estos chicos nunca se sabe y tienen altibajos cuando menos lo esperas, ya está bastante dominada.

Parece que Terremoto ha empezado a asimilar que su cuerpo es un cuerpo de adolescente y no lo rechaza. Parece que Terremoto empieza a madurar un poco y atiende mejor. Parece que Terremoto empieza a aceptarse e ir evolucionando menos violentamente. Al final hemos conseguido ese pequeño apoyo de la medicación justa que le proporciona un poco de estabilidad, que no lo atonta para nada, no os asustéis, pero que le da esa química que su cerebro necesita para funcionar de manera normal. Terremoto se ha vuelto un joven más disciplinado que se interesa mucho por sus deberes y se esfuerza a su modo. Este año ha empezado a leer por sílabas y a escribir, todo un avance impresionante. La fase de comprensión de la lectura aún la falla un poco pero todo irá llegando poco a poco, de momento es todo un triunfo. Hemos ido introduciendo algunas tareas de casa y ha estado bastante pendiente de su hermano, lo cual me ha dado una gran ayuda. Se ha vuelto un presumido con la ropa, empieza a tener un estilo. Se ha dejado una pequeña trenza en la parte de atrás. Al principio su padre no veía eso con buenos ojos, pero yo le hice la siguiente reflexión: Prefiero guardar la artillería pesada para el día que nos diga que piensa tatuarse su cuerpo como un cuadro de Matisse o perforarse las orejas como Hellraiser, a ponerme chula por una trencita discreta que se puede cortar cuando él se canse. Además, tengo que reconocer que la trencita me gusta y él se siente muy mayor y satisfecho de poder llevarla. Me encanta ese conato de rebeldía y personalidad que ha adquirido con un mechoncito de pelo sin cortar. Terremoto ha empezado el curso muy interesado, llevaba todo el verano con ganas de comenzar. Mis churumbeles no son fervientes devotos de las vacaciones, tantos días les aburren. Tsunami lleva medio verano diciendo que lo mejor sería un mes de vacaciones y luego el otro mes repartirlo durante el curso con algunos días de tanto en tanto junto a un fin de semana para descansar… que sabio que es mi niño. Así que de momento parece que la ventana que se abrió porteando a lo bestia con la adolescencia de Terremoto, más o menos se ha cerrado y hemos conseguido ir evolucionando con normalidad. ¡Prueba superada!

También otro de los problemas que se han acabado estos meses ha sido el de las goteras de casa. Sin duda recordareis aquel lejano post y aquella foto en la que teníamos el colchón y los muebles de dormitorio tirados en medio de la sala y donde estuvimos durmiendo durante nueve largos meses como unos jipíes en Woodstock. Pues bien, al final se consiguió hacer las obras en las terrazas que eran las que nos daban humedad y se supone que ahora las filtraciones y las cascadas han desaparecido. Sólo quedaba pues arreglar tres habitaciones de nuestra casa que eran las afectadas, la sala-comedor-despachito del mister, que es grandecita y los dormitorios: el nuestro y el de Tsunami.

Nosotros seguíamos durmiendo en el suelo de la sala porque de la humedad y el moho que había cogido una de las paredes de nuestra habitación yo no podía estar allí dentro más de diez minutos sin que empezara a tener un ataque de alergia. Al final veía que eso de conseguir que se arreglara mi casa también iba para rato (lo de las goteras empezó en enero de 2010 y hasta este año no se ha arreglado) así que le propuse al administrador que yo adelantaría el dinero de la reparación de mi casa y que luego se me paga o se me eximiera de pagar comunidad durante unos añitos. Dicho y hecho encontramos un pintor que lo ha hecho por un precio muy razonable. Durante una semana mi casa ha sido un campo de batalla. Pero antes había que desmontarlo todo, otra vez. Digo otra vez porque llevo tres años de mudanza veraniega. El primero el año en que realmente nos mudamos al piso. Al año siguiente tuve que desmontarlo todo porque había que cambiar el parqué y este año vuelta a desmontar por las goteras. Vaya rollo.

Así que nos fuimos de “okupas”. Otra vez tuve que embalar todas las pertenencias familiares y los interminables libros de la librería para que pudieran arreglar los techos y pintar. Luego tocó limpiar. Para mi sorpresa y en comparación al año pasado que quedo todo hecho una auténtica guarrada, esta vez ha resultado algo relativamente fácil. El pintor me dejó la casa bastante limpia y no tuve que pasarme días y días quitando polvo y salpicaduras. Luego tocó desembalar lo recientemente embalado y volver a ir colocando cosas. Tened en cuenta que esto lo hacía al salir del trabajo una hora suelta antes de ir a buscar a los peques de las respectivas escuelas de verano. Embalar me llevo un mes, pintar una semana y acabé de recolocar la última cosita justo el día antes de que empezara mis días de vacaciones con mis chicos. Ha sido algo estresante, pero finalmente puedo decir que: ¡¡¡Habemus prueba superada!!!!

Hoy tenemos una casa normal, corriente y moliente. Con su techo blanco y sus paredes normalitas. Y lo mejor de todo, con mis muebles en el dormitorio y ya podemos dormir en una cama normal y no en el suelo. ¡¡¡Yuuuujuuuuuuuu!!!

El único problema es que la zona donde estuvimos tanto tiempo con el colchón en el suelo el parqué parece que se ha separado un poco, supongo que debió coger un poco de  humedad, porque al quitar el colchón nos encontramos con que la funda había enmohecido por abajo y tuvimos que comprar fundas nuevas.

Ahora, cuando abro los ojos y veo mis cuadros y mis cortinas y mi lámpara me siento la persona más feliz del mundo pudiendo dormir en nuestro propio cuarto, parece una gilipollez, ¿a que sí? Pues es una auténtica gozada.

El verano ha pasado y me había dejado dos días de mis vacaciones para acabar de arreglar cosas. Una para el día en que empezaron el cole los peques (el viernes pasado) y otra para el siguiente lunes. Tenían que ser dos días para mí, pero, pero, pero. Al final el cole de Tsunami ha empezado con un día de huelga, el lunes. Si señores, la situación educativa en Baleares sigue cutre bananera, nuestro querido presidente y su consejera de educación siguen enrocados y esto se presenta chungo, supongo que recordareis las entradas que hice en su momento el año pasado sobre este tema.

Pero a lo que íbamos. El viernes, después de dejar a los peques en sus respectivos coles, me quedé a arreglar cositas pendientes. Luego, decidí darme un premio, porque me apetecía, porque soy así de chula y porque yo lo valgo. Me acerqué a la playa. Hacía más de veinte años que no iba a la playa sola y fue una gozada. Solo pude estar una horita escasa pero aproveché para entrar tranquilamente en el agua, sin tener que hacerlo corriendo detrás de un niño, llevando una barquita hinchable en una mano y acabando de embadurnarme la crema solar en la cara con la otra, mientras busco donde se ha metido el hermano mayor. Pude respirar hondo la brisa marina que tanto me ayuda cuando estoy decaída y lo mejor de todo pude nadar a mi gusto. Descubrí que mi cuerpo ya no se asemeja en nada al de una grácil sirena como antaño cuando me pasaba casi todo el tiempo buceando. Creía que mi cuerpo era ahora más semejante al de una foca, pero las focas son torpes en tierra firme, pero nadar, nadan con gracia. Hacía tanto tiempo que no nadaba libremente y a gusto que mi grasa me hacía flotar de una forma harto extraña y se asemejaba más al desplazamiento de un manatí. Pero disfruté haciendo el manatí entre las olas durante unos minutos y luego me salí, caminé por la orilla hasta que me hube secado y regresé a casa. Ese día apenas tuve  tiempo de comer sólo un yogurt, pero valió la pena.

El lunes siguiente decidí que Tsunami se quedaría conmigo y tendríamos un día madre-hijo. Es curioso pero como Terremoto funciona mejor conmigo, he tenido muchos días de madre-hijo con Terremoto. Tsunami siempre los tiene con su padre. Esa mañana cuando hube dejado a Terremoto en su cole le digo a Tsunami «sabes que cariño, hoy será un día sólo para los dos». En ese momento descubrí en mi hijo una faceta manga que desconocía. Sus ojos de por sí grandes, se agrandaron más y se le iluminaron con chiribitas. Sus labios dibujaron una enorme sonrisa que llegaba de oreja a oreja. Seguidamente,  soltó un grito de alegría y se me agarró y abrazó como si lo hubieran pegado con cola. Ver esa transformación valió la pena. Ese día nos fuimos a un parque, luego fuimos solitos a lavar el coche de mamá a golpe de jugar con la manguera y el jabón. Luego nos acercamos los dos a la playa. Para acabar, al llegar a casa, tocó ducha con todos sus animalitos dentro y unas tiritas de pollo rebozado que le hizo mami mientras se daba el baño. Cuando estaba en el baño Tsunami me dijo que ese había sido el mejor día de toda su vida… Creo que tendré que abrir una ventana nueva, una de esas de cosas buenas que hacer con tus peques y espero estar muchos años a poder decir que esta nueva prueba ha sido superada.

Por cierto, hoy este blog cumple dos años ¡Prueba superada!

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Permitidme que os presente mis estrellas

28 Sep

Hace unos días, pocos, leyendo una web de las que referenciáis en el borde, leí un post. No recuerdo ahora en que web fue y buscando un poco no lo he encontrado, así que os pido disculpas a todos por no indicarlo y a la autora del mismo por no citarlo.

Ese post, que encontré maravilloso, te narraba las cosas con las que se sentía feliz. Cosas sencillas que en el fondo no es difícil conseguir, nada del tipo tener un yate o ser miss universo. En ese post, que ahora no recuerdo, te comentaba como le gustaba tomarse su café calentito, con espumita. Cuando lo leí se me hacía la boca agua de pensar en un cafetito así y lo de la espumita es que me tiene perdida y que conste que no soy muy cafetera. También recuerdo que comentaba lo que le gustaba descansar por la noche en el sofá cuando los peques estaban acostados y sobre todo poderse quitar los calcetines, jeje. Lo del descanso del guerrero, en este caso la guerrera, es algo que comparto y desde hace tiempo cuando puedo, por la noche una se desploma y desperdiga generosamente toda su alma y todas sus mollas a lo largo del sofá y señores ¡Que bien que sienta eso! Lo de los calcetines, permitidme que una es una friolera y no se los quita bajo ninguna circunstancia que no sea ducha o cama, al menos en invierno.

Y ¿a qué viene todo esto? Pues sencillamente, este verano, cuando estaba rondando por mi cabeza el montar un blog, una noche hice una foto pensando ya en todos los que estáis ahora aquí. En verano, solemos ir a una casita que tiene mi padre fuera de la ciudad. Es una casita pequeñita, algo así como la casita de la ratita, donde las habitaciones son reducidas, los muebles minúsculos, buscados expresamente y prevaleciendo sobre todo la cinta métrica y la comodidad a la hora de escogerlos. No es nada lujoso ni ostentoso, es sencilla, pero tiene un jardincito y eso me encanta.

En Mallorca en verano hace calorcito, para la gente del norte mucho. Para un sevillano tan vez no tanto como en su ciudad, pero hace. Palma tiene un defecto, que es una ciudad y tiene calles, asfaltadas y muchas, y edificios altos, bastantes, y no demasiados parques y zonas despejadas, y muchos coches y no se porque siempre hay obras en las calles en verano y polvo y no puedes abrir… vamos, que es una ciudad y cuando el tiempo aprieta y hace calor y ocurre todo eso pues las ciudades se vuelven hornos. Une a eso unos peques, encerrados mucho tiempo en un piso y la visión de la casita de la ratita con jardín es como el palacio de Sheherezade o Versalles o el castillo de la Bella Durmiente.

En ese jardincito, que tampoco no es muy grande, da para que los peques jueguen, corran y vayan por un pasillo asfaltado en patinete. Hay un trocito donde ponemos una piscinita hinchable, segundo e importante motivo después del jardincito para fugarnos allí. La piscinita como habréis imaginado, es como la casa de la ratita, una de esas en las que hinchas el borde, la llenas de agua y las paredes van subiendo conforme se llena, tiene un filtro y lleva su trabajo el mantenerla. Tiene dos metros y medio de diámetro, ya sé que no es una piscina enorme donde nadar, pero para refrescarse, chapotear y jugar los peques es estupenda. También sé que para aquellos que no pueden escaparse de la ciudad y lo único que tienen es la ducha o la bañera y la piscina municipal, estos dos metros y medio son un paraíso.

La chica del post que comentaba que le gustaba sentarse en el sofá y quitarse los calcetines me recuerda en cierta forma a mí en verano. Desde hace unos años mi momento de relax veraniego es aprovechar unas cuantas noches de agosto, porque hasta que no tienes un día de esos que el calor aprieta y el agua se caliente en condiciones, el agua de la piscinita se enfría muy rápido cuando no le da el sol y te congelas. Pues eso, cuando los peques están acostados, el agua calentita y el cielo estrellado, aprovecho para meterme dentro, en ocasiones mi pareja se apunta, pero en otras prefiere ir cenando al lado de la piscinita y charlar tranquilos.

Imaginaros y no es necesario ir a Hawái para ello. Es de noche. El cielo está estrellado, a cada momento se ven más estrellas ya que no hay mucha luz, ese no es un cielo de ciudad. Tú estás flotando en el agua, apoyas la cabeza en el borde hinchable cierras los ojos y te relajas. Te dejas llevar, respiras hondo. El agua es cálida y te gusta. Poco a poco vas moviéndote, despacio, lentamente extiendes y recoges las manos y oyes el ruido que hace el agua cuando choca con el borde de plástico. Es relajante. Unas casas más abajo hay un vecino que tiene unos eucaliptus enormes y cada vez que sopla la brisa nocturna oyes el ruido de las hojas que se mueven. Entonces, cuando has desconectado de todo el ajetreo del día. Entonces, esas contadas noches de agosto, vas abriendo poco a poco los ojos y lo que contemplas es todo el cielo. Entonces no hablas, sólo miras y asimilas todas estas sensaciones. Entonces sólo deseas que no se acabe ese momento, que esa sensación de bienestar te acompañe todo el año y entonces es cuando volvemos a almacenar un recuerdo en ese sitio del cerebro que yo digo que es para las sensaciones especiales que nos ayudarán a superar los momentos difíciles del resto del año. Deseas que no acabe pero en algún momento hay que salir y cuando lo haces piensas si mañana el agua estará igual de caliente, o si por el contrario será muy tarde y no podrás entrar y si esa será la última noche de este año. Entonces piensas que tu recuerdo está bien custodiado, respiras hondo. Sales dispuesta a comerte el mundo durante doce meses a sabiendas de que el año que viene, alguna noche, podrás repetir de nuevo tu momentito privado.

Este año quiero compartir con vosotros este momentito privado. Si habéis podido imaginaros que estabais en una piscinita y os habéis dejado llevar por las hojas de los eucaliptus, ya podéis abrir los ojos. Este es mi regalo. Mi cielo estrellado.

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