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¿Para qué queremos una casa?

17 Jun

Hace unos días Elena de educando a cuatro, publicó un post que encontré bastante interesante. Comentaba que cosas consideraba no debían hacerse a la hora de decorar una habitación infantil. Un planteamiento muy interesante y con el que estoy muy de acuerdo, os recomiendo darle un vistazo.

Me hizo mucha gracia algunos comentarios que hacía sobre montar habitaciones temáticas o como si fueran expositores, porque yo precisamente, como he comentado en algunas ocasiones, entré en el mundo de los blogs a través de los de decoración, no los de maternidad. Tsunami acababa de nacer y habíamos comprado un piso más grande porque el anterior tan sólo tenía dos habitaciones y era minúsculo. Para tres no estaba mal, pero para cuatro, no había sitio para poner otro niño, al menos después de sacarlo de la cuna. Cuando uno se compra un piso los mecanismos de tu cerebro empiezan a funcionar como piezas de engranajes perfectamente lubricadas y empieza a pensar como recolocar los muebles y como conseguir que aquello sea acogedor. Entonces es cuando un día cualquiera entras a una web cualquiera y luego a otra y a otra y a otra y así es como te aficionas y descubres luego muchas cosas.

Yo siempre he tenido una visión para recolocar cosas y ubicarlas en el espacio que me ha ido muy bien para organizar la casa. De pequeña el psicólogo del colegio le decía a mi padre que tenía una capacidad abstractiva sorprendente y que yo tenía que estudiar arquitectura, que era un desperdicio no aprovecharlo. Mi padre se emocionó ante la idea de una hija arquitecto, pero le duró poco, porque yo de estudiar arquitectura tenía más bien pocas ganas. Quería estudiar historia y me hubiera gustado poder hacerlo en Barcelona. Mi padre me dijo que estaba dispuesto a pagarme unos estudios en la península si decidía estudiar arquitectura u otra carrera técnica. Si quería estudiar historia o humanidades, tenía que hacerlo en Mallorca. Así fue como mi vida se condicionó y ha hecho que sea lo que soy ahora y no lo que tal vez podría haber sido, quien sabe.

Cuando estaba en la universidad recuerdo que una vez, en una clase de arte, la profesora nos habló de un arquitecto. Un señor que tenía una mente muy lógica y que una vez acuño una frase que decía más o menos algo así «En el siglo XIV las Catedrales eran blancas. Sí. En el siglo XIV las Catedrales eran blancas porque acababan de construirlas». No se que queréis que os diga, Le Corbusier tiene un algo que me gusta, era majo el chaval. Pero lo que más me gustó de este señor no fue su frase tan llena de sabiduría sobre las catedrales recién acabadas, sino una anécdota surgida de un encargo que le hizo un cliente. Creo que era un médico si no recuerdo mal, perdonadme pero han pasado al menos unos veinte años desde que me contaron esta historia. Todo empieza cuando este cliente le pidió que le reformara o le construyera, tampoco lo recuerdo bien (pero en nuestro caso no afecta al contenido de la narración), una casa. Parece ser que nuestro abnegado y perfeccionista arquitecto estuvo una buena temporada literalmente pegado a los faldones del médico y de paso a los de su familia. Aquello debió ser un agobio porque su cliente estuvo a punto de enviarlo literalmente a freír monas, pero no lo hizo, y eso fue un gran acierto. Cuando Le Corbusier ya sabía todo lo que quería le hizo su casa. El doctor le pagó por sus trabajos y se fue a vivir allí con su familia, contento de no tener que soportarlo más. La historia continuaba cuando años más tarde, Le Corbusier recibió una carta de dicho médico. En ella le decía que durante todo el tiempo que el arquitecto había estado «persiguiéndoles» a él y a su familia lo habían pasado francamente muy mal, pero que ahora sabía porque lo había hecho. La casa que le había entregado era perfecta, respondía a todas y cada una de las necesidades presentes y futuras tanto de él como de cada uno de los miembros de la familia. Se adaptaba perfectamente a sus gustos, a sus aficiones, a sus vidas. Era cómoda, práctica y acogedora. El médico reflexionaba añadiendo que posiblemente si no hubieran pasado por ese suplicio ahora tendrían una casa que no reuniría las condiciones necesarias para su familia. Lo más seguro, añadía, es que entonces la hubieran puesto en venta y ahora estaríamos buscando una nueva. Él y su familia estaban tan profundamente agradecidos por tener no una casa sino un hogar a su medida que el doctor adjuntó en el sobre un cheque por el valor de lo que le hubiera costado, en ese momento, comprar otra vivienda. Acababa agradeciendo de nuevo el no tener que pasar nuevamente por otra compra y que gracias a la persistencia de Le Corbusier, les había evitado pasar por ello. La profesora que nos contó esta anécdota añadió que evidentemente, Le Corbusier se sintió muy halagado con esta misiva y que no cobró nunca el cheque, lo enmarcó y lo guardo muy orgulloso. Supongo que la anécdota más o menos debió ser así. Es una anécdota bonita, que queréis que os diga… una también tiene sus pequeñas debilidades y piensa que en el mundo tendría que haber muchos más arquitectos como Le Corbusier, que te machaquen y te atormenten pero que luego te supieran entender como nadie. Bien pensado, tampoco estaría mal que en el mundo hubiera muchas más personas con esta filosofía de Le Corbusier, aunque no fueran arquitectos…

Así que no se muy bien porque el post de Elena y las anécdotas de facultad me dieron que pensar una tarde que iba por la calle hacia el trabajo. Hacía solecito y se estaba bien. El paseo era agradable. Cuando voy hacia el trabajo suelo ir deprisa, no es que esté filosofando por el camino, no sé si me entendéis. Pero no sé muy bien porque, esa tarde relajé la mente y disfruté de esos extraños momentos de paseo en que uno desconecta del todo. Es en estos momentos cuando surgen estos pensamientos, sin esperarlos, te sorprenden así por las buenas sin avisar. Así que un poco antes de llegar al trabajo, mi cabecita empezó de golpe a pensar en las casas que habían comprado algunas de mis amistades, en las casas que visitado alguna vez aún sin casi conocer a los dueños, en las que me habían enseñado las inmobiliarias y en las dos casas que he tenido. De una forma extraño y algo mágica los pensamientos fueron flotando de un lado a otro y entre imágenes de salones, solecito de media tarde, recuerdos de charlas en las que se me vendía porque se había hecho una cosa y cantos de pajaritos entre los árboles de La Riera, mis pensamientos giraron extrañamente hasta que me di cuenta de una cosa. Bueno, más que darme cuenta de una cosa, se me planteó una cuestión ¿Para qué usa la gente sus casas? Sí. Sé que es una pregunta ridícula y puede que estúpida, pero cuando uno lo piensa en cierta forma se convierte en una pregunta curiosa por no decir existencial. Rebobinemos.

He conocido varias personas que en su momento se construyeron o compraron una casa. Recuerdo un chaletito de unos amigos que construyeron cuando estaban a punto de casarse. Tenía un cuarto de baño espectacular de esos con bañera redonda con hidromasaje para dos personas. Tenía dos cubetas de lavabo y entre un sitio y otro del baño había espacio perfectamente para meter seis o siete personas dentro, de hecho, estuvimos seis o siete personas dentro y estábamos anchas. Luego tenían una habitación de matrimonio que daba para dos habitaciones espaciosas. La sala también era grandecita, pero en comparación con el resto tampoco daba para tanto. La cocina no estaba mal, pero luego habían dejado una habitación no diré pequeña, pero más bien ridícula para poner el ordenador y más tarde al tener hijos pasar el ordenador a su cuarto y poner a los niños allí. Recuerdo que siempre les dije que esa casa no era práctica, que si querían tener hijos, cosa que ellos decían querían, ese cuarto no serviría de nada, aunque no me creían. Cuando les decías esto, ellos te contestaban con un brillo especial en los ojos, que no obstante, el baño era impresionante, que si en su dormitorio se podía bailar un vals (un vals no sé, pero un charlestón posiblemente)… y yo me pregunto ¿acaso vas a hacer tu vida en un cuarto de baños o en un dormitorio? Tampoco habían cuidado los muebles. La mayoría eran bastante prácticos, pero casi todo el espacio del salón lo ocupaban dos inmensos sofás enfrontados. Esos enormes sofás reconozco que eran muy cómodos, tenían una tela muy bonita en verde claro pero como se podía manchar mucho porque era una tela muy delicada, casi nunca vi los sofás en directo. Siempre tuvieron una tela beige insulsa tirada encima para que no se ensuciaran. Evidentemente, el día que enseñaron la casa los sofás no tenían esta tela, pero luego, los bonitos sofás verde claro se convirtieron en un par de muebles con una tela tirada encima a perpetuidad. A los pocos años, como ellos deseaban, les vino un pequeño. Al principio el cuarto del peque (antes del ordenador), no fue mal, pero eso duró muy poco. Los que habéis tenido niños sabéis que necesitan cierto espacio y allí por mucho que uno se empeñara, no había espacio. Entonces la dueña me contaba triste y apesadumbrada, que ojalá me hubiera escuchado y el espacio que dedicaron al baño fuera el de la habitación del niño y el espacio de la habitación del niño hubiera dado para un buen baño, eso sí con una pila y una bañera normal. Suspiraba por ello y reconocía a su pesar, que una bañera normal les hubiera ido de perlas porque el hidromasaje sólo se había puesto dos veces. Además se necesitaba mucha agua para llenar eso y para ducharse allí era incómodo. Luego dirigía sus lamentos insistentemente en lo mucho que se manchaban los sofás enfrentados del salón. Evidentemente, el niño no tenía espacio en su cuarto, y el espacio de la sala estaba ocupado por esos dos pedazos de mamotretos. Te contaba la afición de su hijo a desenganchar los puntos de ajuste de las fundas y las incursiones de unas pequeñas manitas que lo exploraban todo. El resultado fue, que al contrario que el cliente de Le Corbusier, estos amigos se buscaron otra casa y alquilaron su chaletito a una pareja joven sin hijos que buscaba una casa con hidromasaje, habitación grande y jardín para barbacoas donde flipar ante sus otros jóvenes amigos sin hijos.

Otra pareja, más o menos por las mismas fechas, compraron una casa. Un adosado con un salón más o menos grande. El resto de habitaciones no era tan descomunales, pero el problema que tuvieron es que llenaron literalmente la casa de muebles enormes. Muebles según ellos de madera maciza hechos por encargo, con ebanistería y marquetería que daban una buena presencia. Un pastón impresionante en muebles, vamos, de esos con solera que algunos de nuestros bisabuelos hubieran codiciado si hubieran caído en sus manos. Allí colocaron una impresionante estantería, once metros de pared lleno de estantería de arriba abajo, con un montón de libros y de cds de música comprados. Los tenían asegurados por el dineral invertidos en ellos, así como el pedazo aparato de música y una tele que para aquellos entonces era un lujo asiático. En medio de esa estantería con todos sus repujados y sus adornos, había una chimenea forrada de madera con marquetería que jamás en su vida han encendido ni tan siquiera para probarla, pero que oye, quedaba fetén y hacía bueno. Entrar en su casa impresionaba más que la biblioteca donde trabajo. De las diversas habitaciones de la casa dejaron una, la más difícil de distribuir como trastero. Una gran decisión para quienes pueden darse este lujo. Pero luego dedicaron otra para el hobby de los dueños. En este caso el marido era aficionado a los juegos de rol y a las figuritas de plomo que él mismo pintaba a mano. Un primor, pero un primor que no podía manosearse demasiado. Toda una habitación llena de pequeñas tentaciones. Una gran vidriera en el pasillo llena de pequeñas tentaciones. Una casa enorme con una decoración muy cara llena de cosas delicadas que cuando uno entraba se quedaba sin aliento pero que luego cuando vinieron los hijos se convirtió en una casa sin sitio donde jugar los críos y llena de cosas peligrosas que romper o destrozar. Estos no cambiaron de casa. Estos se pasaban casi todo el tiempo libre en casa de los respectivos abuelos. Porque mira, estos tenían unas casas algo más habitables donde los niños podían moverse y no había peligro de estropear libros, cargarse estatuas, aporrear muebles, destripar jarrones, arrancar macetas y sobre todo, jugar con los juguetes que juega papá pero que nosotros no podemos ni tocar con un dedo. Con los años los hijos fueron aprendiendo a vivir en esa casa, como si de una casa japonesa con paredes de papel se tratará. Pero al principio era un suplicio el que tocaran un mueble con las manos manchadas de yogurt, o que acercaran las pinturitas al sofá de piel, o que tocaran absolutamente todo lo que había en la casa que era muy bonito pero intocable. Esta familia no vivía en un auténtico hogar, vivía en unas fotos de revista de decoración de muebles nobles.

También he conocido algunas personas que si bien previnieron el aumento familiar, dedicando un espacio para sus hijos. Ese espacio resultó más bien un expositor de tienda… no sé muy bien si de tienda de muebles, de juguetería, o de tienda Disney o tienda Barbie. Me refiero a otro matrimonio que le montó a su hija un cuarto todo rosa. Cuando digo todo rosa es que digo todo rosa. Lleno de cositas dignas de la suite real de la Princesa Barbie. Todo en rosa y con encajecitos y purpurina por todo. Paredes en rosa, cama rosa, sábanas rosas con princesas, edredones a juego y cortinajes a juego, of course. Alfombra en invierno del mismo estilo. Armario rosa, mesitas de noche rosas, estantes rosas, lámpara rosa y lo más alucinante de todo. Televisor rosa. Sí, la tele rosa la compraron evidentemente en ese gran centro comercial donde sólo allí tendrían una televisión rosa con corona encima y lector de dvd incorporado para el bonito cuarto rosa de su pequeña princesa. Me pregunto si al igual que la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas, que hacía pintar las rosas blancas de rojo, si esos padres pintarían de rosa las hojas de una plantita del cuarto de su hija… Me imagino que un día pintarían las uñas y el pelo de la niña de rosa, para hacer juego con la habitación y con toda su ropa rosa. Creedme, no estoy exagerando. Si no fuera por el desfase generacional y porque no se le podría considerar exactamente un príncipe a la altura, esa pequeña hubiera sido una buena candidata a novia de la Pantera Rosa, ese divertido personaje de dibujos de los años sesenta y setenta.

Así que volvamos al principio. ¿Para qué quiere la gente una casa? He conocido parejas que tenían casas fabulosas pero que tan solo iban a ellas para dormir y los fines de semana casi nunca estaban en ellas porque siempre iban a un sitio u otro con la familia o los amigos. Algunos prefieren estar incómodos pero que cuando venga alguien se le salgan los ojos de las órbitas y se les caiga la baba de envidia. Todo está siempre inmaculado y deben pasarse todo el día limpiando o debe ser que no viven allí o tienen el poder de la levitación. Otros prefieren dar todos los gustos y caprichos tanto de los mayores como de los niños sin pensar en si eso es cómodo, práctico y ya no hablemos si psicológicamente aconsejable.

Es curioso muchas veces ver la importancia que damos a ciertas cosas en nuestras casas y en nuestras vidas, sin pensar si luego esa casa, esa escalera, ese mueble, ese vestido o esos platos nos serán prácticos y cómodos. Muchas veces pensamos más en la estética y en lo que dirán los demás y no nos paramos a pensar en que somos nosotros los que tenemos que vivir allí, o tenemos que vestirnos con esa prenda o llevar esos zapatos o conducir y aparcar luego en la calle ese mastodóntico coche.

Realmente, resulta curioso ver cuales son las prioridades que damos a muchas cosas que luego condicionarán nuestra vida.

Es una auténtica pena que sólo haya habido un Le Corbusier en el mundo y justamente no nos tocó a nosotros encontarlo. Espero que esta rocambolesca, surrealista, arquitectónica / decorativa desvariación culpa de una soleada tarde de camino al trabajo, os inspire a la hora de espabilarnos si realmente buscamos una casa para formar en ella un auténtico hogar y no un bonito escaparate.

 

Pensamiento dominical: Si fuera por mi prohibiría a los arquitectos y decoradores que nos vendieran e hicieran lo que ellos quieren. Les haría hacer lo que realmente le conviene a cada familia, aunque luego ellos digan que no es chulo ni de diseño.

Historia de una pecera, o cuando la acuariofilia entra a saco en tu casa

8 Feb

En alguna entrada he comentado que tengo un acuario en casa y alguna vez alguien me pidió como fue que lo monté y pedía foto. En ese momento tenía la pobre pecera presa de una invasión de caracolillo y dije que lo haría más adelante, luego se me pasó. Hoy me he acordado de ello, así que calentad palomitas, tomad asiento que aquí va una batallita familiar muy marinera.

A mí siempre me ha gustado el mar. De pequeña solía bucear con careta y me pasaba horas y horas mirando los peces. Mi experiencia con los acuarios, no obstante, se limitaba a haber visto alguna vez un acuario en casa de alguien, o bien los que pudiera haber en el delfinarium o el acuario de cuando yo era pequeña. Bueno, también incluyo los que en ocasiones hay en algún restaurante… los decorativos, no los que te ponen la langosta para que te la cocinen, claro está. Pues bien, como veis yo en eso de los acuarios no tenía ni repajolera idea, pero que ni un poquito de repajolera. Eran unos objetos, en ese momento y desde mi punto de vista, más bien decorativos. En ocasiones había pensado en tener uno en casa. Por suerte alguna vez había elucubrado pensando donde pondría uno si un día me diera la ventolera de ello, pero de aquí no pasaba y tampoco había leído nada de cómo cuidarlos ni nada. Una amiga mía tenía uno enoooooorrrrmmmmeeeee en su casa. Vamos, baste decir que su acuario era más grande que mi bañera actual que es grande. Era una pecera de peces de agua salada y era una preciosidad sentarse al sofá y ver ese espectáculo en la habitación. Los peces que tenía eran puramente mediterráneos, ya que los habían pescado ellos mismos y mi amiga siempre decía que lo más… ejem… pesado del acuario era cuando llevaban garrafas y garrafas de agua de mar, sobre todo cuando lo llenaron la primera vez. No se porque, eso de las garrafas y garrafas me tendía que haber dado que pensar.

Corría allá por abril de 2004. Terremoto tenía apenas cinco añitos cumplidos hacía poco, como sus cinco deditos o los cinco lobitos. Hacía un año largo que yo ya me había separado. Ya conocía al papá de Tsunami, pero él aún vivía en Cataluña y nos veíamos cuando podíamos. Si pensáis que con todo esto os he puesto en situación para contaros mi historia estáis equivocados. Me he dejado un dato. El más importante. El más bestia. Y el más demoledor de todos. El 28 de noviembre de 2003 habían estrenado en las carteleras de cine españolas una peli de dibujos que narraba la experiencia de un pequeño pez payaso y su padre estresado. Sí queridos lectores, tan sólo unos meses antes de los hechos que os voy a narrar, Disney-Pixar había estrenado en este país la peli de Buscando a Nemo y toda madre y todo padre sabe que no somos nadie para luchar contra Nemo. Aún hoy en día los peces payaso se siguen llamando Nemo y evidentemente,  su padre Melvin, como buen padre que es, perdió su identidad y para todos los niños es el padre de Nemo. Esta visto que en el mundo del mar hay ciertas cosas que siguen las mismas reglas que en el mundo real.

¿Qué ocurrió en abril de 2004 para que nuestra vida doméstica cambiara? Pues que fuimos a una comunión. Pero no una comunión cualquiera de compromiso, no. A la comunión de un familiar, que esos sí que podían ir cualquier día a tú casa y verla por dentro.  Segundo, era la primera Comunión, bautizo o boda a la que estábamos invitados e iríamos con el peque. Además, era una de esas Comuniones que casi parecen una boda, entre tropecientos mil familiares por ambos lados y tropecientos mil amigos y compromisos de los padres y que habían invitado a todos los niños de la clase aquello casi parecía una pasarela de moda para todas las edades y con falta de dirección.  Terremoto estaba en una etapa muy inquieta. Era un sábado por la mañana. Recuerdo que llevaba ese día unos pantaloncitos de pinzas deportivos y una camisa azul oscuro con un gran dibujo de Mickey Mouse estampado. Aguantamos la iglesia, y aguantamos la comida. Ese día yo iba acompañada de mis padres. Al final de la comida había una pequeña fiesta infantil, pero mi pequeño estaba ya hasta el moño de todos esos convencionalismos sociales. Pensad que para un niño con problemas del espectro autista la socialización y la comunicación son dos de sus puntos flojos y un día con tan pocas rutinas no ayudaba mucho. Como siempre hemos pensado que el niño era lo primero y el que dirán me importa un bledo, pues fuimos a los papás del nene de la comunión y le anunciamos que seríamos, muy a nuestro pesar, los primeros invitados en irnos. Terremoto estaba ya bastante nervioso y no era cuestión de montar un numerito en un día tan especial para ellos. La mamá toda contenta (cuando una es de la familia y sabe como es tu hijo no se ofende porque te vayas justo antes de los payasos y demás) nos dijo que primero tenía un regalo sorpresa para Terremoto. Uso dos palabras mágicas de esas que hacen que un niño con ganas de salir corriendo ponga el freno de mano y ralentice motores. Un regalo sorpresa, guauuu. Yo creía que iría detrás de la mesa o algo por el estilo y sacaría cualquier cosita para los peques tipo recuerdo de la comunión de fulanito o bolsa de chuchas de la comunión de menganito… pero no. Para mi sorpresa y la de todos nos fuimos por unas escaleras que daban hacia la zona de los baños y del almacén del restaurante. Pensé al principio que el baño del restaurante era un lugar muy peculiar para guardar los recuerdos, sobre todo porque en la habitación de arriba había bastante espacio. Cuando pasamos delante de las puertas del baño y seguimos caminando por un pasillo aquello me sorprendió más. Llegamos ante una de las puertas que ponía almacén y entramos dentro. Allí nos tenéis todos: la mamá, Terremoto, yo y mis padres cubriéndonos la retaguardia. La mamá se dirigió hacia un gran montón de cajas que formaban algo así como una pared de cajas sobre unos pales y que curiosamente estaban bastante mojadas y de hecho habían mojado el suelo. Subimos sobre los pales la mamá, mi peque y yo. Ella se agachó y abrió una caja. Yo me agaché y me puse a la altura de Terremoto y…

… y de repente ¡cha-chan! Sacó de las cajas algo parecido a una fiambrera transparente con tapa amarilla, agujeritos y asa. Dentro de esta fiambrera portátil había flotando impunemente una pequeña carpita dorada, de esas tipo sardinita que digo yo. Cuando Terremoto vio la carpa-sardinera lanzó un grito efusivo, entusiasta y ensordecedor de ¡¡¡¡NEMOOOOOO!!!! Y yo me quedé sorda. Ojiplática. Y me caí literalmente al suelo de culo.

Creo que no lo había dicho, pero la comida de la comunión la hicieron en un pueblo que debe estar a unos cuarenta kilómetros de la capital. Ya nos tenéis, yo conduciendo de vuelta y procurando no pegármela con todo el jaleo que se había montado dentro del coche. Al lado mi madre, que es la peor copiloto que una pueda desear porque siempre se metía en como conducían los demás y es de esas que pitaría a todo quisque. Su misión era custodiar un paquetito con unas cuantas bolitas de comida para peces, para que este llegara vivo al lunes. Su intención era que el pececillo no llegara al lunes, ya que no paraba de repetir que ella en mi lugar al llegar a casa lo tiraría por el water y tiraría de la cadena. Mi padre detrás con Terremoto intentando que el pez llegara con algo de agua a casa. Terremoto todo contento en su asiento girando la pecera en todas direcciones para ver a su Nemo y que nadie intentara quitarle la pecerita, sobre todo después de los comentarios de la abuela,  que la extinción de los dinosaurios sería una frugal anécdota en la historia de la humanidad comparado con lo que se nos podía venir dentro del coche. No recomiendo a nadie ir en coche con un niño hiperactivo, un pez encarcelado, un abuelo mediador y una abuela histérica-psico-homicida. Sinceramente, el problema no fue llegar a casa sanos y salvos y con algo de agua en la fiambrera. El problema fue que hacía yo luego con el inquilino de la fiambrera.

Sábado por la tarde: Por suerte mi padre me acompañó hasta casa. Mientras Terremoto seguí inspeccionando su Nemo, pero esta vez en una superficie menos movida que  un coche, yo estaba buscando desesperada por la cocina algo donde poner el pobre pez y que fuera visible. Recordaba que en algún rincón de los muebles de abajo había una jarra de sangría que me habían regalado hacía años y como yo no tomo sangría pues allí estaba la pobre ocupando sitio. La mamá de la comunión ya me había advertido que nada de agua del grifo que tiene cloro, que tenía que ser agua destilada y la única destilada que había por casa era la de la plancha, que era poca, y encima en su versión con perfume a rosas y eso me daba que no era la adecuada. Salí despavorida pitando para el super toda enjoyada de la comunión con zapatos de tacón y camisa floreada con cuello de volantes, para agenciarme una botella de agua que fuera baja en minerales ya que la de casa no cumplía ese requisito y no era cuestión de matar al pez esa misma noche (y yo que narices sabía entonces que la de casa iba que chuta). Llené la jarra con el agua mineral baja en minerales y pez para dentro. Conseguí que esa noche el dorado Nemo durmiera en la repisa de la cocina y bien hacia la pared donde Terremoto no llegaba al asa de la jarra, y no sobre la mesita de noche del peque como era su deseo. No recuerdo bien que cuento chino me inventé para convencerle, pero al final accedió y se fue a dormir no sin antes haber mareado un poco al inquilino de la sangría y haberle dado las buenas noches. El pez también consiguió sobrevivir al domingo. Yo también.

Domingo durante todo el día: Terremoto no soltaba el asa de la jarra mientras estuvimos en casa. El pez fue presentado formalmente a todas las estancias, muebles, electrodomésticos y juguetes de nuestra morada, y eso que era pequeña. Había quedado con mi padre para que el domingo por la tarde estuviera paseando al pez en su jarra con Terremoto mientras yo intentaría despejar ese sitio con el que en ocasiones elucubraba sobre poner en él una pecera un año de estos. Eso implicó una maratón de quitar mini aparatito de música. Trasladarlo a mi dormitorio. Quitar de mi dormitorio los libros y llevarlos al trastero. Por suerte disponía de un espacio en el trastero.

Lunes por la tarde: Cuando salí del curro, mi padre volvió a venirse un ratito a casa. Me presenté en la tienda de acuariofilia que hay cerca de casa, porque sí, TUVE LA SUERTE DE TENER UNA TIENDA CERCA, ¡Aleluya! y le expliqué la odisea al dueño. Él me contó que para montar un acuario primero se tiene que tener una semana para graduar el ph y la acidez del agua, que se creen microorganismos y no se que más y luego se pueden poner los peces. Yo le comenté que el ph y la acidez nos lo saltábamos, los microorganismos ya vendrían con el tiempo y la semana quedaba comprimida en el tiempo en que tardaba en lavar y poner la gravilla, unas plantitas de plástico para que aquello no estuviera tan soso y volviera a por las garrafas de agua de acuario.  Esa tarde, para asombro propio y para el dueño de la tienda de los peces, mi casa anocheció con una pecera de 20 litros, con filtro y luz incluida. Yo había asumido brevemente y de esa forma, todos los conocimientos sobre filtros, carbón, peces, limpieza y alimentación de una sola tacada así a lo bestia. El pobre acuario se había saltado todos los tiempo, ph y demás gilipolleces que se precisaran para su utilización. Total, sólo era cuestión de agua, adornos y peces ¿no?. Pero, pero, pero, siempre tiene que haber un pero, Terremoto se había hecho una visita a la tienda de los peces… bueno, a mi padre se le había ocurrido la brillante idea de sacarlo a pasear hasta la tienda para ver lo que hacía mamá cuando yo estaba en ella haciendo unos viajes con el carrito de la compra, la gravilla y las garrafas y… pues eso que el acuario de casa tenía más plantas de las compradas inicialmente, un cofre del tesoro, Nemo (que era el único que ya estaba en casa) y los seis primos de Nemo que se tuvieron que venir por narices con nosotros porque el pobre estaba muy solo. Nos libramos que el de la tienda no tuviera nada parecido al Monte Escupitajulus (véase volcán) que tienen los peces del dentista en la peli, ese tal P. Sherman calle Wallaby 42, Sidney.

Tengo que reconocer que quedándote mirando una pecera con la luz encendida por la noche es algo muy relajante, más que mirar la tele. Sobre todo cuando una está agotada pero orgullosa de ser la mejor madre del mundo mundial para su Terremoto.

También tengo que reconocer que yo he sido muy novata y tuve que poner a tratamiento médico un pez que tenía estrés. Le tuve que pedir a mi padre que le diera ese fin de semana las medicinas ya que yo había ido a ver a mi chico a Barcelona. Recuerdo que una de las primera cosas que le dije fue «como es posible que unos peces que se pasan el día tranquilos y viendo la tele puedan estar estresados y tenga que medicarlos y yo que no paro en todo el día sólo me tomo un paracetamol y da gracias. Si no es posible. ¿De que se estresan, de vernos histéricos en casa? Más tarde supe que en un acuario tan pequeño no se tenían que tener tantos peces, ya que se estresan al no tener espacio vital. Les entiendo. También tuvimos un pez que tenía embolias, es que me han tocado unos peces más raros. Cuando tenía la embolia perdía el control de la vejiga natatoria y te lo encontrabas nadando panza arriba o intentando desesperadamente ir al fondo mientras flotaba. Eso, tengo que reconocerlo, no era nada relajante. Me dijeron que no sufría y no había medicación para ello. En sus últimos años, porque este duró mucho más que otros, tuvo muchas embolias seguidas, hasta que una de las veces que flotaba panza arriba nos percatamos que no era por la embolia. He tenido peces acosadores, porque hay algunos que se creen muy chulos y van de matones metiéndose con los pequeñajos. De hecho y ahora que Terremoto no nos oye os diré que el primer Nemo, el de la comunión, fue uno de ellos y era tan y tan pesado que el señor de la tienda de los peces me lo cambió por otro parecido más tranquilo. Me dijo que cuando un pez hacía esto era porque los demás eran unos pezqueñines pringadillos e iba a por ellos que si se le ponía con peces más grandotes no lo hacían, y como a mí ya no me cabían más peces en el chiquitajo acuario pues me lo cambió. También me enteré un día que hay que limpiar el filtro… supongo que esa tarde debió decírmelo, yo lo viví un día que llegué a casa y el acuario estaba con todos los cristales verdes y los peces casi muertos. También descubría que no se les tiene que alimentar demasiado porque hacen desechos y ellos cagan mucho y que los acuarios se tienen que aspirar, renovar el agua y limpiar los cristales, algo así como estirar de la cadena del water una vez al mes. Mi último problema fue hace poco al ponerle plantas naturales que en las raíces de alguna debió haber algún huevo de caracolillo, porque yo no lo compré. Una tarde vi uno y me hizo gracia, al cabo de unos días eran tres. A la semana siguiente eran cientos y no exagero. Nos tuvimos que pasar unas cuantas semanas quitando por la noche todos los que veníamos, vigilando los filtros porque se ponían en ellos y los tapaban y dándoles un producto para eliminarlos.

Como veis los acuarios son muy monos pero tienen su miga, y eso que aún no he tenido ningún pez que me hiciera abuela. Por cierto, si alguien me pregunta por los papis de la comunión, os diré que una vez me los encontré y me pidieron como estaba el acuario, ya que otro familiar les había dicho que tenía uno muy chulo en casa. Recuerdo que les comenté que un pez era un animal y que no podían ir por la vida regalando animales a los niños sin el permiso de sus padres. Se echaron a reír y me comentaron «seguro que todos los niños se acuerdan de la comunión de X y todos los padres de ese día». Ante este comentario me puse muy seria, me lo pensé un momento y añadí. «Bueno, ya que tenéis esa opinión. Vete haciendo a la idea que X tiene un hermanito pequeño y aún no ha hecho la comunión. Estoy pensando que ya se que le regalaré. Preparaos porque acabo de decidir que será una San Bernardo preñada. Seguro que así X e Y siempre se acordarán de Terremoto y vosotros os acordareis de mí siempre»

 

PD1: Supongo que Y hace años que ha hecho la comunión. Por alguna extraña razón que no atisbo a dilucidar ni mis padres ni Terremoto ni yo hemos sido invitados a tal acontecimiento familiar. En algún sitio de este planeta hay una San Bernardo preñada que espera la comunión retrasada de un niño para tener un nuevo hogar.

PD2: Los peces son mascotas no juguetes. Su uso y regalo tiene que ser meditado, consentido y anticipado.

PD3: Este es nuestro tercer acuario, pero tengo que reconocer que esto engancha y poco a poco les vas buscando una casita más grande y confortable. Os dejo con nuestros peces, glu-glu.

pecera

Ganchillo bibliotecario o biblioteca de ganchillo. La creatividad, la improvisación y la imaginación al poder.

4 Nov

El 24 de noviembre fue el día de la Biblioteca de Cultura Artesana, una biblioteca de la cual hace años que soy socia y en ocasiones voy a buscar alguna cosita para los peques. Ese día cuando fui a buscarles unos juegos de Pipo para el ordenador me encontré con esta decoración tan poco habitual pero que me pareció fabulosa. Al día siguiente me presenté con la cámara de fotos para inmortalizarlo y dedicarles un pequeño homenaje a la creatividad, la improvisación y la imaginación al poder.

Como en muchos sitios este año, esta biblioteca está también en modo ahorrativo y para el aniversario apenas tenían presupuesto para organizar alguna cosita como suelen hacer. Una de las chicas que trabaja allí está en un grupo de ganchillo y punto (Loving – Club del Ganchillo) y les propuso si podían decorar la biblio ellos, en plan Urban Knitting. Lo cierto es que me comentó que fue dicho y hecho y aunque no os lo creáis todo eso lo hicieron en unos cuantos días y un fin de semana intensivo. El corazón parece que era lo único que ya tenían hecho para otra actividad. Así que no se diga que la crisis no nos incentiva el ingenio y la imaginación. Se me ocurre también que para decorar una habitación de nenes o para el árbol de navidad tampoco estaría mal si alguien tiene habilidades tejeriles o una abuelita con ganas de hacer adornos para los nietos, solo hay que imaginar y crear.

Corazón en el jardín

 

 

 

Creando un rinconcito para los nenes en el despacho de casa

4 Oct

La casa donde vivo ahora es muy amplia, bueno, la sala-comedor es muy amplia, pero mucho. Ese fue uno de los motivos que pesaron someramente a la hora de liarnos a comprar un cuarto sin ascensor. Esa habitación es magnífica, ya que te pasas casi todo el día metido allí dentro y hay sitio para todos. Los peques tienen su mega rincón de jugar, hay una zona para ver la tele y los papás tenemos nuestro rinconcito acogedor, es decir, el cachito final de la sala donde tenemos nuestros libros, muñequitos frikies y el ordenador. Estos tres ambientes están en un espacio vació, es algo así como un loft, como dirían hoy en día las revistas de decoración. Vamos, que es un espacio abierto sin divisiones, las divisiones las conforman los mismos muebles.

Para darle una coherencia a nuestro «rinconcito acogedor», pusimos un mueble bajo que hacía de separación con el sofá, encima es donde tenemos la pecera que queda muy chulo y separa muy bien. Justo en el otro lado de este mueble está la mesa del ordenata y así cualquiera de los dos que estemos allí trabajando tiene una espléndida y espectacular vista sobre toda la sala, ya que la pecera está en un lado y no nos interfiere. De esta forma controlamos bien a la prole cuando está con sus faenas caseras de juego, exploración-experimentación, merienda o televisión. Para acabar de cerrar esta zona y crear algo así como una puerta, hay una estantería Billy de Ikea, de las bajitas. Esta estantería está orientada hacia la parte del salón, nosotros no le ponemos libros dentro. Está justo al lado del mueble de la tele, y allí Terremoto y Tsunami guardan sus pelis de video y dvd, porque como estamos en crisis y aún funciona, si una está en video y se ve, no la compro en dvd si puedo evitarlo.

Así pues en el lado de nuestro rinconcito acogedor teníamos la parte trasera de una estantería Billy. No es que sea la peor vista que se pueda tener, pero tampoco es que sea la mejor de todas. Además, me pareció que ese lienzo se podía merecer algo mejor. Estuve pensando mucho y de echo, el año pasado después de la mudanza ya había decidido que quería hacer allí y ya había comprado todo lo necesario para su transformación en el Leroy Merlin y a un precio bastante asequible, la verdad, no lo recuerdo pero no fue muy exagerado. Este año después del verano, he tenido la oportunidad de poner en práctica mi proyecto. Después de siete u ocho capas de pintura de imán, no recuerdo exactamente cuantas, yo fui dando cada día una hasta que se acabó la pintura, un día en horizontal y el otro en vertical. Y luego otro bote de pintura de pizarra en color malva, al que sólo he tenido que dar tres pasadas. Nuestra trasera de estantería ha quedado convertida en este práctico tablero de pizarra imantada, donde los peques podrán jugar y colocar cosas mientras papá trabaja y donde nos podremos dejar notas o pegar papeles que tengamos que gestionar urgentemente.

¿Que os parece la idea? ¿Tenéis algún rinconcito acogedor en casa donde os pueda servir de inspiración? Pues animaros y ya veréis que provecho se saca de una aburrida y sosa trasera de estantería. Ciao.

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