Hola a todos. Ayer os comenté que hoy os contaría como se veía una noche de ses Verges hace cien años, bueno, exactamente 114 años. Os he traducido este artículo, primero porque venía bien con el tema, y segundo, porque no cada día uno se lee una crónica con tanta solera.
Aprovecho ya que la cosa hoy va de curiosidades y de historia para informaros que mi media naranja ha reabierto un blog que tenía olvidado hace tiempo, allá por el rincón de alguna ciber estantería. Su blog trata sobre todo de la historia y los lugares de Mallorca, así que si alguien tiene curiosidad por conocer más esta Roqueta (roquita, como se llamaba de forma coloquial a Mallorca en Cataluña) pues ya sabe otro sitio donde poder darse un garbeo de tanto en tanto. Ahora cierro la cuña publicitaria y os presento la revista La Roqueta. Señoras y señores tomen sus asientos en la máquina del tiempo que acabamos de trasladarnos a la Palma del 22 de octubre de 1898, cuando esta publicación periódica salía cada sábado y tan sólo costaba 5 céntimos. Un señor, de los de bigote abundante, bastón de madera con empuñadura curvada y sombrero de galleta se lo compraba al mozalbete que repartía la prensa. Llegaba a casa y saludaba para que todos supieran de su llegada. Entonces se sentaba cómodamente en una butaca mecedora, cerca del balcón que daba a la calle, para tener buena luz y leer en voz alta a la familia que ya habían tomado asientos cerca y escuchaban que les iba a contar la prensa local hoy. En primera página y como primera noticia leía “Sa nit de les Verges”
La noche de las Vírgenes
Y esta noche vuelve a ser de nuevo les Verges. Vamos a hacer el paseo de cada año, por las calles de Ciutat se oyen las músicas que van rondando por todas partes, agrupando a la gente bajo los balcones arrinconados o bajo las ventanas con maceteros de flores.
Aquí hay una música. Los cornetines resuenan con toda el alma, despertando a los vecinos pacíficos y poco amigos del estruendo, que ya no se acuerdan de las músicas de su juventud lejana. Pero dejémoslos correr, que revienten como puedan, que son muy poco interesantes. Lo que aquí nos interesa a nosotros es esa belleza desconocida quien detrás de la ventana mira medio avergonzada por entre las persianas, está escuchando la serenata ruidosa y desveladora. Como no la conocen, a la joven, la imaginación pude hacer de las suyas, y representarla a su gusto y libertad. Yo la veo muy bien, hermosa y bien plantada, mallorquineando sin necesidad de abrir la boca. Es sano que uno encuentre cada día, en los alrededores de cada esquina, la que todos hemos alabado por hermosa, sin llegar nunca por ventura a apreciar todo su encanto verdadero, todo lo que tiene de belleza original y nueva. Es la mallorquina.
Por ella, esta noche es noche de desvelo, porque es también noche de fiesta. El enamorado ha salido de noche. Y ella a pesar de los primeros fríos ya está en el balcón hasta las tantas esperando la música que no viene. Se oyen otras lejos, por entre el viento, yendo de aquí a allá. La brisa trae sonidos de toda clase de instrumentos, bandurrias y flautas, trompetas y violines. Y al fin llega la suya… Y mientras ella la escucha, ¡de que forma bailan y giran dentro de esa cabecita los mil recuerdos de toda una historia amorosa a medio acabar! ¡De que manera se juntan las emociones de ese momento, que es como una enhorabuena anual a su vida de soltera, con los deseos de que sea aquel, el último año de serenata!
¡El último día de las Verges! No, ella no lo comprende, lo que hay de triste en todas las despedidas. El último día de las Verges es la fecha que separa las dos edades de la persona. Después de ello ¡sabéis de que manera empuja el tiempo y que de rápido corren los días, los años! Luego los días de las Verges pasan como relámpagos a toda furia, y van a fundirse en un instante dentro del vacío del año pasado, del año pasado, del otro, del otro… y las músicas transcurren por las calles sin pararse.
Vamos caminando. Por todas partes bandas de gente alegre, chillidos de jóvenes, gritos de pajarracos que vuelven de la bebida. Esta visto que hoy se solemnizan todos los finales de la juerga y todos los comienzos de la quietud del hombre viejo. Este dichoso día señala también la separación de las dos edades del año, viene a ser la última fiesta de calle. El verano huye a toda prisa, y la gente tiene miedo de las heladas y de los golpes de aire traidores.
¿No la veis? Hace un rato que la estoy buscando y al final la encuentro. Allí en ese rincón sobre la acera, en medio de un grupo parada se mueve la primera capa. Acerquémonos. De cerca sentimos aún el olor de alcanfora de la ropa guardada donde ha estado cerrada todo el verano; su dueño la habría sacado como quien saca una reliquia propia de la solemnidad, y sin pensar en si hacia frio fuera. Pero sí que hace frio. Ahora mismo sentimos un temblor como los de la noche de maitines. Un temblor dulce, como temblorosa, baja de la montaña a purificar el cielo de la caloraza. El cuerpo se reaviva y siente como un deseo de trabajo, de vida trabajadora… Saludamos el frío amorosamente…
La primera capa ha desaparecido, pero ahora ya sé que he visto uno que ha roto el fuego. Mañana las capas ya serán media docena. Guardaremos definitivamente el sombrero de paja.
Sinceramente, encuentro que el frio no disminuye. El cielo está limpio, bien sereno; las estrellas lucen a coros, entre los tejados. Vamos a acostarnos.
Pero la dichosa idea del día de les Verges no me deja conciliar el sueño. Hace una hora que la maldita me remolca de un lado a otro y encima, aún como que oigo ruido de músicas por la otra calle. Es la música de na Margalida, aquella chica que el mes que viene se casa…
Y bien pensado, no hay que añorar nada. Mañana la fiesta quien quiera hacerla, porque es joven y puro quien lo desea ser de corazón. Mi espíritu se ha imaginado una, de fiesta de las Verges ideal, y la quiere solemnísima, también estando contento, llenándose de aquella alegría ruidosa de los niños que saben que están haciendo una fiesta. Ah, sí, al fin me parece que habré podido vencer el insomnio y que me duermo y sueño que voy cerrando los ojos, una belleza de otro mundo, en languidecida, delicada, con un rubor luminoso y unos cabellos caídos de virgen modernista… La recuerdo. Es el hada de las historias de cuando era niño, el hada de na Catalineta, que cada año, tal día como hoy, me quiere hacer una visita de consuelo…
Biel de La Mel