Decían hace años que la letra con sangre entra. Por suerte esta premisa va desapareciendo en estos últimos años, pero es cierto que hay lecciones que para aprenderlas se sufre o como mínimo uno se da cuenta que erra.
Os he comentado últimamente que Terremoto está muy adolescente, muy en crisis. De hecho ha tenido para mí, la más bestia de todas, pero esa no se aún si contárosla o no. Lo cierto es que tengo la entrada hecha, pero es tan dura que no se si atreverme. Así que hoy os voy a contar otra crisis muchísimo más suave y como ha aprendido su lección, aunque no lo haya hecho de la forma más fácil o que más me gustaría.
Os pongo en antecedentes, hace cosa de un mes y algo que la neuropediatra nos dijo que teníamos que poner a Terremoto a régimen porque empieza a tener demasiado sobrepeso y podría causarle problemas. A Terremoto le gusta comer, no lo negaré, pero también hay algunos medicamentos que toma que le potencian el hambre y eso no ayuda a la hora de controlar la ingesta ni la forma en que come desesperadamente como si fuera el último mendrugo del universo. Lo cierto es que ha sido empezar el régimen y empezar las crisis, en ocasiones una por día y todas ellas de una forma u otra, la comida ha sido el detonante. Terremoto acepta el régimen, a regañadientes pero lo acepta, intenta hacer trampas siempre que puede y el hecho de que le prives de algo que le gusta lo descoloca y se ha puesto agresivo.
Este fin de semana pasado nos fuimos el domingo de excursión con el grupo del cole de Tsunami. La excursión era bonita si no fuera que el camino fue un auténtico martirio. Un camino de montaña ancho y muy transitado pero que se ve que debido a algunas lluvias o a la falta de mantenimiento estaba lleno de piedras. En este caso lleno de piedras es algo literal, yo nunca había visto tantas piedras juntas en un centímetro cuadrado, ni en un metro cuadrado, ni en toda esa subida. Cualquiera hubiera dicho que todas las piedras de Mallorca y de medio mundo habían tenido una convención anual en esa ruta. Así que Terremoto lo pasó muy mal para subir y para bajar. Yo estuve a su lado y para subir acabé cargando con su chaqueta y su mochila. En ambos casos fuimos los últimos en llegar porque el pobre entre bufidos, sudores y quejas no podía con su alma. La excursión paró en un llano muy majo y allí estuvimos todo el día. Nada más llegar Terremoto sólo pensaba en la comida y una parte del grupo siguió un poco más la ruta, evidentemente, nosotros dos nos quedamos a guardar las mochilas mientras Tsunami y su padre se iban con el grupo. Cuando estos llegaron fue cuando comimos todos. Terremoto empezó a hacer trampas cogiendo patatillas y arramblando con cualquier alimento que los peques ofrecieran a los otros asistentes. Porque señores una cosa que ocurre en todas las excursiones es que los padres traen comida para su prole y para la prole de los demás y claro, los niños acaban haciendo el paseillo de grupo en grupo ofreciendo patatillas, frutos secos, croissanes, chocolate, uvas… y todo aquello que sus padres hayan conseguido meter a presión en las mochilas sin que estas estallen.
En resumen, que ese día se había pasado dos pueblos y medio con la dieta y cuando llegamos a casa los niños se ducharon y luego lo hice yo. Cuando acababa de cerrar el agua y apenas había acabado de secarme, Terremoto llama a la puerta del baño y entra. «Ya son las ocho toca la cena, tengo hambre». A mí me extrañaba que fueran las ocho, porque había entrado en la ducha a las siete y no tardo una hora, evidentemente eran las siete y media, tiempo de sobra para secarme el pelo, recoger las cosas que habíamos dejado tiradas en la cocina y hacer la cena para servirla a las ocho. Pero ante la insistencia del niño me fui a la cocina sin secar el pelo y me puse a hacer la cena así como sabe hacerla una madre cuando la cocina es un campo de batalla y casi no hay sitio para maniobrar. Y justamente, miren ustedes por donde, en ese momento a Terremoto le pega por hacer de chef y quiere hacer él la cena. Le digo que así como está la cocina mejor que lo haga yo y que se vaya a la sala. Porque una se lo conoce y sabe que para cortar un tomate lo hace pero necesita una infraestructura de cacharros que en ese momento no disponíamos de espacio para dejarlos. Terremoto no me escucha y sigue en la cocina. Se lo vuelvo a repetir y después de decírselo yo se lo decía mi pareja desde la sala. Así como cinco o seis veces. La cuestión es que mi pareja acabó por venirse a la cocina y lo sacó fuera para que yo acabara. Eso le enfureció, él quería hacer su cena y no podía hacerla nadie más ni le podían sacar de su cocina. Se fue enfadado y con portazo incluido a su cuarto y allí me tenéis a mí con la cena ya casi conclusa y un Terremoto que no quería luego cenar. Envié a mi pareja a que le pidiera perdón, para ver si se salía del cuarto, pero que no. Entré yo a disculparme y nada de nada. Al cabo de un rato salió de su cuarto y quería tirar toda la comida a la basura para hacerla él. Allí tuvimos el primer enfrentamiento porque a mi menda no le da la gana tirar comida recién cocinada a la basura total porque hemos sacado al niño de la cocina. La cosa empezó a calentarse bastante. Él me acusaba de que ya había perdido mi oportunidad de rectificar porque ya habían pasado de las ocho. Así que hice algo que nunca había hecho, atrasar el reloj y decirle que aún estábamos a tiempo. Eso no le acabó de convencer porque sabía que sólo había atrasado un reloj, pero al menos conseguí que entrara conmigo en la cocina con el plato de comida. Lo de querer seguir tirándolo a la basura no lo tenía aún muy claro. Entonces decidió que desmontaba el plato y lo volvió a montar él añadiendo un poco más de cus cus, luego me retó a que lo probara. Cogí un tenedor y tomé un poquito. «Está bueno- le dije- ahora pruébalo tú». Terremoto cogió un trozo más grande y entonces se me ocurrió la idea de ir cogiendo trocitos chiquitines y comentarle cosas y que él luego cogiera un trozo mayor y así hasta que acabamos el plato para sentenciar según él que la comida estaba asquerosa, horrible e incomestible. Os ahorro todo el lío que tuvimos luego hasta que al final conseguí que se fuera a dormir. Pero allí no acaba la cosa, porque las crisis de mi niño no duran unas horas ni siquiera un día, pueden durar días y en ocasiones semanas.
Al día siguiente la volvimos a tener parda. Cuando salimos de casa para ir al cole tuve que ir corriendo detrás de él por las escaleras y en la calle llevarlo hacia donde estaba aparcado el coche. Entra y apaga la radio de mala manera. El camino al cole por suerte fue tranquilo o al menos silencioso a excepción de los bufidos y soplidos que pegaba de tanto en tanto. A las horas que llego por la mañana, suelo entrar dentro del cole con el coche y aparco un momento en el patio. Tan temprano aún no han llegado los coches de las mamás con nenes en silla de ruedas y el barrio es muy chungo para aparcar, así que me autorizaron para entrar a esa hora. Cuando bajó del coche no quería entrar en el edificio, por lo que decidí pasar de él e irme yo hacia el edificio. Entonces Terremoto echa a correr, me adelanta se gira cabreado y me dice que no le siga, también me suelta que como le he seguido ya he perdido mi oportunidad, que no estoy a tiempo de rectificar y no quiere entrar. Visto el panorama entro a buscar al monitor de la mañana. El monitor es un encanto porque como llevamos una temporadita así, me espera cada mañana en la recepción hasta que llegamos nosotros y luego los lleva a la sala donde están hasta que empiezan las clases. Le digo que hoy otra vez la tenemos montada y cuando salgo no veo a Terremoto. Casi me dio algo porque creía que había vuelto a salir del cole, pero resulta que se había escondido detrás de una pared. El monitor va hacia él y lo intenta meter dentro pero aquí Terremoto le dio por agredirme, intentar pegarme y empujarme y luego intentar patear el coche. Yo hice como si no ocurriera nada, le ignoré y entré tranquilamente al coche, con algún golpe recibido por el camino pero sin huir ni correr. Al final salí del colegio y vi por el retrovisor como lo entraba más calmado dentro.
Al llegar al trabajo avisé a su padre, que es quien le va a buscar a la salida. Le pedí que si salía muy cabreado que me hiciera una llamada perdida para tomar medidas en casa. Pero llegaron a casa sin haberme avisado. Terremoto entró algo de malas, su padre detrás. Mi ex me cuenta que está más calmado pero bastante desafiante. La profesora me pone en la agenda que se lo ha contado todo y que se ha calmado y ha trabajado bien en clase. Tsunami y su papá se habían ido a dar un paseo para evitar más situaciones desagradables delante del peque, así que estábamos solos en casa. Intentamos dialogar con Terremoto, pero no quería escucharnos. Tan sólo me acusaba de haberle destrozado la vida y la cena de ayer. Incluso a sabiendas de que no tenía la razón, accedí a pedirle perdón y lo hice tres veces. Me dijo que no las aceptaba. Entonces le preguntábamos como teníamos que hacerlo para que las aceptara. Me respondió que yo tenía que convertirme en su esclava y hacer todo lo que él quisiera. Muy tranquilamente le dije que yo no era la esclava de nadie ni mucho menos de él y que en el hipotético caso de que realmente pudiera serlo, eso estaba penado por la ley y le meterían en chirona. Terremoto seguía prepotente, intentando buscar riña por cualquier cosa. Entonces le dije que si quería hoy la cocina no tenía los trastos de la excursión por en medio, que podía entrar y hacerse todas las cenas que quisiera.
Terremoto fue a la cocina con un ego por las nubes y una soberbia subida de tono. Al cabo de un rato permitió que su padre entrara a modo de observador y un poco después me llamó para que «Tú sirvienta, pela estas zanahorias». La sirvienta le dijo que no. Me miró cabreado y me pidió si podía pelarlas por favor. Entonces, la madre, o sea mi menda, peló las zanahorias solicitadas, también me pidió que separara una yema de la clara de un huevo, cosa que también hice, luego me volví a la sala. Al cabo de un rato mi ex me llama y me dice «esto que hay encima del caldo ¿te parece normal?» . Mire la olla y el mejunje estaba agriado. Eso lo tenía clarísimo incluso antes de levantarme de la butaca. Desde la sala había oído como Terremoto le contaba a su padre lo que quería hacer y como lo estaba haciendo y tenía bien claro que eso iba a resultar incomestible.
Terremoto había querido hacer una sopa de verduras. Normalmente suele inventarse muchos platos pero cuando veo que algo no es comestible se lo explico y le paro y entonces buscamos otra fórmula. La cena que se preparó consistió en caldo de carne, más una yema de huevo, más un vaso de leche, estragón, eneldo, orégano, espinacas y zanahoria. Evidentemente, la leche se agrió y sobre el caldo había trocitos blancos flotantes. Terremoto dijo que él se lo iba a comer y me retó a probarla. Lo hice y evidentemente, estaba agriada. Se lo comenté pero no me creyó. Aquí es cuando decidí que esta vez emplearíamos el método prueba error ya que no accedía a razonar de ninguna forma. «De acuerdo –le dije- pero tienes que tomártela sólo tú y te lo comerás». El resto de la tarde estuvo muy rebelde, molestando y provocando, hasta que fueron las seis y media, según él las ocho, hora de cenar, así que se iba a comer su cena. Me dijo que se la serviría él, que no necesitaba para eso de la esclava. Yo seguía en la sala y Tsunami y su padre aún estaban dando el paseo. Terremoto se fue a la cocina y se debió servir el plato porque más tarde cuando entré en la cocina lo encontré sucio en el fregadero junto a la cuchara. También encontré luego la olla sobre los fogones con apenas nada en su interior. A las seis y treinta y cinco minutos, Terremoto salió corriendo al baño, desde la sala oí un ruido que fácilmente identifiqué, el de mi hijo vomitando la comida. Me acerqué al baño y allí estaba, había acercado a la taza del water el taburete que usa su hermano para lavarse las manos y se había sentado.
-Mamá, ¿qué me pasa?
-Que te has comido tu cena y ya te había dicho que estaba agriada, por eso te ha caído mal y ahora vomitas.
-Y ¿cuanto tiempo voy a estar vomitando?
-Pues hasta que hayas sacado todo lo que te has metido en el estómago, puede que una media hora o una hora como mucho. También es posible que te dé diarrea además del vómito, si eso ocurre llámame.
-Mamá, no me puedes dar un poco de pan tostado para que se me pare.
-No Terremoto, esto no es una gastroenteritis, esto se te pasará cuando saques lo que has comido y aquí mamá no puede hacer ninguna cosa, es tu estómago el que tiene la palabra.
Al cabo de un rato también le vino algo de diarrea, así que le acerqué una tinita y le dejé tranquilo en el baño. A las siete todo había acabado, el estómago había devuelto lo comido y Terremoto estaba mejor, algo dolido pero mejor.
Así que lo que no consiguieron las palabras lo consiguió el estómago, lo que no consiguió la paciencia ni el razonamiento lo consiguió un plato de sopa agria y la soberbia, el orgullo y el ego desmesurado de la adolescencia se fueron por la cañería cuando estiró la cadena.
Terremoto vino todo avergonzado. Me dijo que yo tenía razón y que él se había equivocado. Me dijo que no se encontraba muy bien y que esa noche prefería no cenar. Luego se sentó en el sofá a mi lado y apoyó la cabeza sobre mi regazo, como hacía años que no hacía. Allí nos quedamos los dos mientras yo le acariciaba el pelo y pensaba que si consiguiera que a veces me escuchara más, las lecciones no siempre serían tan dolorosas ni tan desagradables.