Archivo | octubre, 2014

Los experimentos, el drakkar y la desvirtualización pasada por agua.

2 Oct

Las historias no siempre tienen un principio que necesariamente tiene que empezar cuando empieza la historia. Es más, normalmente muchos principios de las historias empiezan mucho antes. En nuestro caso, todo empezó realmente el día en que Terremoto fue a ver la peli de Vicky el vikingo. Ese día nuestro niño regresó del cine ávido de información vikinga.

Bueno, tengo que decir que por un lado había un interés histórico, pero por otro la chica que salía en la peli debió hacerle tilín, porque nos llenó su cuarto con impresiones de las diversas escenas de la peli que pillamos por internet, y no le culpo al menos tiene buen gusto. En esos días, además, devoró todo libro, papel, documento, revista y objeto que tuviéramos en casa y que remotamente tuviera alguna relación con el mundo de los ancestros del IKEA, el minimalismo y las habitaciones blancas. Terremoto tuvo mucha suerte. En casa no somos muy del IKEA, ni del minimalismo ni de las habitaciones blancas, pero nos gustan las sagas nórdicas, tenemos libros y revistas en los que había información de sobra, aunque él seguía preguntando. En un estante tenemos tres cuernos, pero de los de verdad. Dos para beber y el tercero de los que se soplan para llamar. Justo al lado hay una reproducción en plástico, muy lograda por cierto, de un casco normando y que es el más parecido a los cascos que usaban los vikingos por aquella época. Porque señores, aquellos que no estén informados de ello, aquel dicho que rezaba «bienaventurados sean los vikingos porque los tenían postizos» pues tiene muchísima razón se mire por el lado que se mira. Los guerreros nórdicos jamás llevaron cuernos en el casco. Quien popularizó esta imagen fue un tal Richard Wagner cuando nos regaló toda una ópera de valkirias más conocida como la banda sonora de acompañamiento a unos helicópteros en una peli del Vietnam. Terremoto, fiel a las imágenes de la peli de Vicky el vikingo, no comulgaba demasiado con lo de los cuernos, hasta que le preguntamos a una vecina de mi padre que es sueca pero de las auténticas, no de las de Valencia, y le dejó bien convencido de que los de verdad no llevaban cornamenta, al menos en el casco.

Aunque ya teníamos aprendido lo del casco con cuernos Terremoto se vino un día a casa con una compra que había hecho con su padre en una tienda de disfraces: una hacha de plástico y dos cascos de los de cuernos, porque cuéntale tú eso de lo del Wagner a los de la tienda de disfraces y a los importadores de la China. Un casco era para él y el otro para su hermano. Así los tuve una temporada encuernados a ambos. Por su cumple, evidentemente los tuve a los dos con sus respectivos cascos encasquetados, la música de Vicky a toda megafonía en vez del sufrido cumpleaños feliz y brindis con zumo de melocotón en los cuernos, todo un numerito oigan. Por suerte lo de soplar y sacar algo de ruido del otro se nos dio bastante mal a toda la familia, que sino temblando estaría toda la finca a estas horas.

Después de soltaros este rollo, entenderéis porque cuando hace unos cuatro meses, mientras iba en el coche tan tranquila y oí que en las Drassanes de Barcelona se había inaugurado una exposición sobre los vikingos, agucé el oído y empecé a tomar mentalmente nota de lo que comentaban. La exposición tenía lugar todo el verano y acababa el 28 de septiembre. Mi engranaje neuronal se puso en marcha y empecé a maquinar una invasión estival en tierras catalanas. Pero luego añadieron que el último día de la exposición harían una recreación de un campamento vikingo en la entrada de las Drassanes. Eso implicaba que si queríamos ir a ver el campamento tendríamos que hacer una razzia invasiva más corta de lo que acababa de pensar hacía unos minutos. En esa fecha ya ha empezado el colegio y nosotros no tenemos ya días para estos menesteres. Así que R y yo nos hemos pasado todo el verano guardando un silencio sepulcral para darles una sorpresa a los peques. Señoras y señores, el fin de semana pasado esta familia al completo desembarcó en tierras catalanas en busca de un drakkar, unas hachas y unos cascos sin cuernos, of course.

En agosto sacamos los pasajes y unas semanas antes lo comunicamos a los peques. La alegría fue enorme. Terremoto empezó a planear sitios donde ir, que si la Sagrada Familia, el parque Güell, el zoológico, la estatua de Colón, Port Aventura, el otro parque más antiguo que hay en la montaña (vease Tibidabo) y un montón de fotos más que encontró por internet con una rápida búsqueda de imágenes «Barcelona» y que me enseñaba a golpe de «mamáaaa ven corre que he visto otra que me gustaaaaa». Así que al final y puesto de el viernes llegábamos a las siete y media de la tarde y el domingo llegaríamos a Palma a la misma hora, tuvimos que acortar el plan a: ir el sábado al zoo y el domingo a ver el monumento de Colón y los vikingos.

No se muy bien a raíz de que, este verano Terremoto se ha empeñado en situar al descubridor del nuevo mundo entre sus personajes históricos favoritos del momento, junto a Napoleón, Juana de Arco y Copito de Nieve… aún no se muy bien que íntima relación deben tener estos cuatro, misterios que tiene la vida. Como de Napoleón y de Juana de Arco, que sepamos, no se hacen souvenirs, Terremoto se entusiasmó ante la posibilidad de encontrar una postal de Copito y una estatuita del monumento de Colón que hay en el puerto de Barcelona. La petición fue aceptada, entre otros motivos, porque la diosa fortuna hizo que la citada estatua esté a unos pocos metros de las Drassanes que íbamos a visitar.

El viernes tuve un día que parecía una gincana deportiva. De hecho, toda la semana había sido una auténtica gincana, pero llegamos. Llegamos al aeropuerto y llegamos a Barcelona. Allí nos esperaba la hermana de R. para llevarnos a su casa donde tendría lugar el primer campamento del viaje. El que le montamos los cuatro dispersándonos por todos los cuartos, camas o sofá cama disponible que tuviera libres. Aunque no creáis que llegamos allí como unos auténticos vándalos, que seremos provincianos pero estamos muy bien educados. Así que acompañamos la invasión con las preceptivas ensaimadas, una lisa y la otra con chocolate, para amenizar los sucesivos desayunos de esos días.

Chungo. Así es como se podía resumir el pronostico del tiempo en Barcelona para esos días. Chungo y con lluvias. Así que el jueves por la noche con nocturnidad, prevaricación y alevosía, tentamos a nuestros churumbeles para hacer un cambio de última hora en el plan de ruta establecida. El sábado en lugar de estar en el zoo, iríamos al CosmoCaixa. Nos miraron con cara de circunstancias en plan «que me estás contando ahora». Cuando les dijimos que eso era un museo de ciencias con muchos experimentos, Tsunami casi se nos encasqueta en el techo de la sala del bote de alegría que dio. Terremoto no lo veía tan claro, porque él deseaba ir al zoo para ver los cocodrilos y ver si tenían información de Copito de Nieve. El mosqueo se le pasó cuando vio las fotos del manglar que me tienen montado los del CosmoCaixa, con caimanes incluidos. Así que ese sábado nos pillamos el metro y tras un paseo cuesta arriba rodeados de mansiones modernistas espectaculares y saludando dos veces el paso del Tramvia Blau, acabamos en el CosmoCaixa con un pequeñajo ávido de experimentos y otro ávido de caimanes. Con las entradas elegimos también la opción de una visita guiada llamada el triceratops, que gustó a ambos peques. Mis niños son unos expertos en dinosaurios y dieron cuenta de ello, palabrita. La otra visita fue al planetario en 3D que al finalizar también resultó de su agrado, menos mal, ufff. Para comer recurrimos al restaurante que hay dentro. No está tirado de precio pero al ser tipo self service y tener toda la comida una calidad superior nos convenció que su elección había sido todo un acierto. Contentos y con la barriguita llena seguimos experimentando y helándonos con el mega bloque de hielo que hay dentro, haciendo flotar pelotas con chorros de aire y montando unas fotos virtuales que supongo habrán llegado al correo de papa Tsunami. Al final acabamos saliendo de allí más por el aburrimiento de Terremoto que no por la insistencia de Tsunami. Si llega a ser por el peque repetimos todos los experimentos siete u ocho veces y ya nos encargábamos nosotros de cerrar las barreras y dejar la llave debajo del felpudo cuando se hubiera aburrido. Soy consciente que este año la extraescolar de experimentos será una mariconada en comparación con lo visto. Le hemos puesto el listón muy alto a la pobre profe de experimentos. La compadezco.

Cuando salimos, Terremoto insistía en que quería ir al parque Güell, pero ya le habíamos advertido de que eso por horarios era muy complicado. Así que nos fuimos al parque de la Ciutadella para hacernos unas foto con el Mamut. Eso sí, por el camino mi churri hizo una parada técnica en su añorado Gigamesh por el que suspira de tanto en tanto. Allí pillamos un par de libritos frikis. Tsunami se compró un libro de los personajes de Star Wars en versión Lego con muñequito de Han Solo incluido, ains… su primer libro de Star Wars. Terremoto, por su parte, se aburrió solemnemente porque «¿donde se ha visto una tienda de cómics que no tengan nada de Mortadelo y Filemón o Super López?, ¡que vergüenza!»

Y así fue como llegamos al domingo. Ese día además de la exposición ocurrió otra cosa. Algo que nunca me había pasado hasta entonces y que me gustó enormemente. Mi menda lerenda hizo su primera desvirtualización en vivo y en directo, porque sino no hubiera sido una desvirtualización. Unos días antes de irnos de viaje propuse a una bloguera catalana el tener un tête à tête y aceptó. Como diría Mayra, de momento, hasta aquí puedo leer, dentro de unos párrafos sabréis de quien se trata.

Pues bien. El domingo el hermano de R. nos acercó a las Drassanes. Era una mañana muy nublada y algo chunga climáticamente hablando. Al salir del parking lo primero que vimos fue una exposición de los tropecientos años de la revista «Hola». Confieso que eso me hizo sentir muy vieja, porque quitado de tres o cuatro recuerdo haber visto en directo y en formato revistil todas esas portadas en su momento en el quiosco o en la peluquería donde iba mi madre. Buaaaaa…. eso baja la moral a cualquier mortaaaaaalllllll.

Pero lo que levantó mucho la moral, pero mucho, a nuestro querido Terremoto era lo que se levantaba justo después de la última mega portada plantificada en el paseo del puerto. Allí delante con su vaya usted a saber cuantos metros de altura, se alzaba la columna sobre la cual un tal Cristóbal Colón se supone señala a América, aunque creo que señalar no señala exactamente allí. Pero, como la tierra al final ha resultado ser redonda pues tarde o temprano dará con el destino señalado. Terremoto me pidió fotos, muchas. Fuimos rodeando el monumento y cada tantos metros tocaba foto. Terremoto en todas ella salía señalando como lo hacía el de arriba del pilar. Así que queridos lectores, si alguien el domingo pasado se estaba paseando por allí y observó a un adolescente haciendo este extraño ritual fotográfico, es que se tropezó con nosotros sin saberlo.

Después de haber rodeado el monumento nos acercamos a las Drassanes. R. su hermano y Tsunami se pusieron a la cola, que en esos momentos aún era corta y sacamos entradas para todos. Mientras Terremoto y yo nos quedamos a ver el campamento vikingo, motivo por el cual habíamos ido expresamente ese día. Aquí tengo que decir que quedé algo decepcionada. No estaba mal, pero si eso se le podía calificar de campamento, los tres cuernos y el casco que tengo en casa es un museo. Lo encontré pequeño, con pocos personajes. Es cierto que estaba bien caracterizado y los chicos fueron muy simpáticos, pero personalmente hubiera preferido algo más cercano. Ya sé que no se trata de vikingos, pero por Mallorca también hay grupos de recreación medieval que han montado muestras más grandes y completas que aquella. Pero bueno, estuvo bien, sacamos unas cuantas foticas y pasamos a ver la exposición y el anunciado drakkar. La exposición era muy completa, muy bien montada. Sólo tuvo un problema para nosotros, había mucho que leer y eso aburrió solemnemente a Terremoto. El esperaba algo más impactante visualmente, con menos texto y más entretenido. Es lo que tiene mi niño, así que me dediqué a hacer fotos para al menos poder disfrutar en diferido de lo expuesto cuando llegara a casa. Lo más decepcionante de todo fue el drakkar. En las Drassanes el espacio no es precisamente lo que les falte. Imaginamos que estaría en un lugar que aunque acordonado se le pudiera dar la vuelta y ver su interior, pero no. Lo habían situado cerca de una ventana, así que tenías una hermosa penumbra/contraluz, porque fuera estaba lloviendo a cántaros. En un lugar elevado que no permitía ver el interior, y no se podía subir allí. Vamos, que no le sacaban mucho partido al barquito en cuestión. No se, pero así de pronto se me ocurre que podrían haber puesto unos espejos para que el público viera estos detalles. Por suerte había un señor que no se muy bien que hacía allí arriba, pero que sacaba fotos. Cuando nos vio a una señora y a mí con cara de «oinsss, eso es todo». Se ofreció muy amablemente a sacarnos con nuestras cámaras unas fotos del interior.

Estábamos ya al final de la exposición a punto de salir cuando mi teléfono sonó. Al otro lado había una voz juvenil. Me sentí muy emocionada. Fuera, al lado del campamento vikingo y bajo una lluvia cabezona, nos esperaba Mo, mister X y peque. Allí hice mi primera desvirtualización. Salí con Terremoto y fue saber que eran ellos nada más verlos. Es un momento muy especial, llevas año y pico leyendo las aventuras de otra familia y de repente los tienes allí delante. Mo es una chica muy guapa y mister X muy simpático. Peque, al igual que Tsunami se quedaron un poco parados y desorientados. Imagino que a esas alturas del viaje mi nene no se esperaba encontrarse con otro pipiolo como él. Salimos todos a tomar un refresco, porque con la lluvia que caía no se podía pasear mucho. Tengo que agradecer a Mo y su familia que acudieran a la cita. Al llegar a Palma he visto unos mensajes en el correo pidiéndome si íbamos. Por lo visto si nosotros tuvimos una gincana con el viaje ellos tuvieron que hacer un completo encaje de bolillos para buscar un ratito y estar con nosotros. Muchas gracias guapetones y recuérdale a mister X que cuando vayáis por Mallorca me toca a mí pagar los refrescos. Después de estar un ratito charlando nos acompañaron a ver si por las tiendas de souvenirs de las Ramblas encontrábamos alguna estatuita de Cristóbal Colón, pero no. Lo único que había era muy hortera y Terremoto tiene una veta hortera pero con clase. Al final se conformó con una camiseta de kukuxumusu en el que parodiaban el monumento con unos monos haciéndole la contraria al Colon sobre las letras de Barcelona. Poco después tuvimos que despedirnos de Mo, de peque y de mister X, no sin antes darnos un par de buenos abrazos. Otro año nos intentaremos pasar con más tiempo y con menos prisas y esperemos que no llueva tanto y podamos estar un ratito más juntos.

Al final poco más que contaros, salvo que siguió lloviendo, y lloviendo, y lloviendo y el vuelo que tenía que llevarnos a Palma a las siete y media de la tarde nos dejó en la isla a las nueve y cuarto de la noche. Llegamos todos medio histéricos y agotados a casa. Al final cenamos de yogures, los que tuvieron ganas de comer algo, y los empecé a enviar a todos a sus camas. Yo me quedé un poco más para acabar de sacar la ropa y poner montones de ropa para lavar. Por la noche a Tsunami se le escapó un pipí, así que tuve una lavadora más extra. Al final el lunes por la tarde me hice tres lavadoras con sus secadoras porque por aquí también llovió. Antes de ir a buscar al peque conseguí barrer y fregar la casa, aunque no me dio tiempo de comer. Por la noche todo estaba más o menos controlado. Tenía muchas ganas de contaros nuestra aventura y nuestro encuentro con Mo, pero hasta hoy no me he visto con fuerzas de meterme delante del teclado, porque sabía que esta historia daría para muchos aporreamientos de teclas. La historia que empezó un día al llegar nuestro niño de un cine acabó el domingo. Dentro de esta historia se han enlazado otras más. Mis niños han visto un manglar y han tocado un iceberg. También hemos puesto cara a tres personas encantadoras y Terremoto esta mañana se ha ido al cole con su camiseta de Cristóbal Colón. El drakkar… mejor dentro de unos años ahorramos y nos vamos a Oslo a ver un drakkar más grande y en condiciones, pero aún así no me arrepiento, porque gracias a una entrevista en la radio, esta familia ha liado los bártulos y se ha hecho un viajecito en familia, que hacía mucho tiempo que no nos dábamos este gustazo. Y colorin colorado, esta historia se ha redactado.

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