Archivo | julio, 2013

El Libro Rojo de la Mudanza. Historia de una mudanza y una no mudanza por Bilbo Mochila

23 Jul

En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.

Sí, sí, señor lector, usted, no se me haga el distraído. Ya se que estará pensando que para que se está quejando esta humilde familia de hobbits, pero verán vuestras mercedes, no todos los agujeros hobbits son tan bucólicos ni tan bonitos. Algunos llevan implícitos problemas y un agujero-hobbit con problemas implica quebraderos de cabeza, trabajo y caos a tutiplén, si ustedes me permiten el comentario.
El cuento de hoy empezó hace unos cuantos años, cuando la familia Mochila , unos primos míos lejanos por parte del suegro del yerno de mi abuelo, buscaba smial nuevo, o lo que ustedes entienden como una casa, ante la venida inminente de su segundo pequeño retoño, Tsunami.  Buscaron por las inmediaciones de la Comarca, pero no vieron nada que cumpliera las expectativas de lo que tendría que ser un confortable agujero hobbit. Buscaron en los extrarradios de la Comarca y encontraron un habitáculo chulo pero muy carote. Intentaron negociar tres veces con sus propietarios, unos hobbits que ahora vivían en Ciudad Capital y cuya hobbitona, la sra. Malas Hierbas Cornezuelo, resultó ser más rácana que la tía Lobelia Saco-Pilla Mochila, la famosa tía de las cucharillas de plata y el plagio del pudín de frambuesa. Pero no nos desviemos del tema, perdonen mis divagaciones. El marido de la sra. Malas Hierbas, el sr. Rododendro Silencioso,  sí que deseaba vender el agujerito para quitarse las hipotecas y los quebraderos de cabeza de encima, que para eso el sr. Rododendro era un hobbit de pro al que le gustaba la buena vida tranquila y las menguas preocupaciones. Así que el sr. Rododendro  estaba muy dispuesto a negociar un precio razonable para ambas familias. Pero la sra. Malas Hierbas era otra historia. Esta no pensaba perdonar ni un céntimo. Teniendo en cuenta que el haber comprado ese agujero y haber vivido allí un año les había permitido volver luego a Ciudad Capital con un trabajo consolidado y con beneficios era una cosa, pero otra muy distinta era que a la hora de venderlo la sra. Malas Hierbas se deshiciera de el sin poderle sacar un beneficio equivalente al 400% del que habían invertido inicialmente en su compra y equipamiento nórdico, que para algo era una Cornezuelo y a mucha honra. Así que la familia Mochila, ante la inminencia del nacimiento del pequeño hobbit se pusieron a mirar otras cositas. Valga el comentario de que a día de hoy se de buena tinta que aún no han vendido ese pequeño habitáculo y han tenido que bajar el precio muchísimo más de lo que la sra. Margarita Mochila pedía. También sabemos por muy buenas tintas, que la sra. Malas Hierbas está desesperada tirándose literalmente de los pelos por las astronómicas pérdidas económicas que implica seguir pagando al banco y los gastos de mantenimiento del pequeño smial, y castiga una y otra vez al sr. Rododendro culpándole de que no hubieran aceptado el favorable trato en su momento. Lo cierto es que sabemos por muy buenas tintas que se rumorea en la sección de chismorreos y cotorreos del colmado del barrio que en el fondo se lo tiene tan merecido como lo de la tía Lobelia, la de las cucharillas de plata, ustedes ya me entienden si me lo permiten.
Pasaron las semanas y unos cuantos fines de semana con comidas familiares y celebraciones y pastelitos incluidos y el pequeño Tsunami nació y se comieron más pastelitos y se hicieron más celebraciones. En eso que la familia Mochila encontró un agujerito en una zona bastante más alejada de su núcleo familiar de siempre. Como hemos dicho, el pequeño retoño había nacido y tenía apenas unas semanas, así que el tiempo apremiaba. Se realizaron las gestiones para su compra y se tomó posesión de lo que tenía que ser su reducto de paz y tranquilidad donde criar y ver crecer a sus hijitos.
Pero como en toda historia siempre ocurren algunas desgracias. Primero fueron unas goteras que venían de la terraza situada arriba las cuales motivaron un retraso de casi dos años en el traslado de vivienda. Dicho sea de paso aún no están arregladas a día de hoy. Posiblemente eso sea debido a que como en todo smial que se precie siempre tiene que haber un hobbit hostil y malhumorado que vive en el pasado y quiere hacer pasar a todos los demás hobbits por sus ideas. Así que se dedica a boicotear todas las reuniones de los cuatro años para que no se haga nada. Por si alguno no lo ha adivinado aún, nos referimos al sr. Guindilla Recalcitrante. Ya sabemos que en todas las familias siempre hay alguna manzana verde que no madura y no sirve para el primer desayuno, o bien alguna manzana madura que madura demasiado y que no sirven ni para las compotas del segundo desayuno. De igual forma algunos hobbits tienen en ocasiones alma de troll. Lo cual es  una lástima que sólo tenga el alma, porque al menos con los trolls se les expone al sol y se convierten en piedra como si fueran estatuas  que puedes aprovechar para ornamentar  el descansillo del rellano de la entrada. Pero esto cuando sólo es el alma, sólo sirven para entorpecer las cosas pero no para estatua decorativa. En este caso era una auténtica pena porque el sr. Guindilla vestido con una sabana a modo de toga y con su famosa cara agria de reunión de vecinos en pleno apogeo,  hubiera quedado muy resultón en un rinconcito del jardín. De las humedades eternas os hablaré otro día, ya que eso es otra historia y vuelvo a desviarme del tema principal, que hay que ver que despistado que estoy hoy si ustedes me entienden.
El problema de hoy nació el día en que la mamá de la familia Mochila, la sra. Margarita, hizo sus bolsos, saquitos, baúles y cajas y ella solita se chupó una mudanza que la dejó reventada y harta de empaquetar para toda la eternidad. Por la mañana dejaba a los pequeños hobbits en las escoletas. Luego iba a trabajar. Luego iba a la casa y se buscaba la vida consiguiendo cajas, embalando cosas. Ella personalmente, trasladaba las cajas más delicadas como la vajilla de la abuela Corneja, o la cajita de música de la tia Ciñatiesa o aquella estatuita tan chula que representaba una princesa elfa que le regaló su marido cuando aún eran novios. Pues bien, todas esas cajas eran subidas por ella solita los cuatro pisos de altura que tenía el smial recién adquirido (el agujero hobbit que habían comprado era un agujero hobbit de altos vuelos y sin tecnología punta) La pobre Margarita que había comido de algo frió sentada en los escalones que subían a su anterior casa, iba luego a buscar sus retoños y se marchaban de noche a una casita-smial de las afueras que tenía la familia paterna por parte de su padre y que los entroncaba con los Sotomonte de Abajo, muy cerca de Bree. Allí arreglaba la casita y hacia la cena, entretenía a los niños y esperaba a que su amado marido, el sr. Hojaescritahojaleida acabara con el duro trabajo de su dura jornada laboral y llegar a casa para la hora de la cena. La pobre hobbitona, madre amantísima de su familia subsistió así casi tres meses con el calor del verano y sin catar un sólo día de picnic playero para que su familia tuviera su propio smial coqueto y acogedor.
En ocasiones cuando rellenaba las casi treinta cajas de libros que embaló, es lo malo que tiene haberse casado con el posiblemente único hobbit erudito del barrio, pensaba en porqué su marido no había sucumbido antes o no se habían inventado hacia veinte años esos extraños libros que lees pasando las hojas con los dedos pero sin tocar hojas, llamados e-books. Con lo fácil que hubiera sido poner ese aparatito entre las colchas de ganchillo de mamá y los edredones de tía Pimpinela y los mantelitos de la otra tía Floriana y las recetas de cocina del su esposo el tío Floripondio Moldegalleta-Smith. Ese día cuando cerró la caja treinta mientras sostenía en alto un tallo de rábano que se había llevado para cortar el hambre a media tarde y con el que ahora se tapaba el sol de los ojos porque en el horizonte el sol empezaba a declinar. Entonces en ese preciso momento oyó como de la taberna de enfrente sonaba una melodía de gaitas y violines que la inspiraron a declarar solemnemente: «Por la hierba de pipa de la cuaderna del sur pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar por una mudanza, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, para que otro haga las cajas, ¡Por los pastelitos hobbits y el queso de reserva pongo por testigo que jamás volveré a pasar por una mudanza!». Cuentan que ese momento fue tan emotivo que años después fue usado para un libro, como esos que la sra. Margarita acababa de meter en las cajas.
La sra. Margarita no sólo se encargó del embalaje, sino que también buscó un posterior transportista y tiene que reconocer que tras realizar varias entrevistas y unas cuantas horneadas de pastelitos después, se decidió por el sr. Portas, un hombre regordete y de poco pelo, con gafas, que era la tercera generación de transportistas y que para sorpresa y alegría de la sra. Margarita, consiguió que esa mudanza se convirtiera en algo dinámico, alegre y divertido, incluso tenemos que confesar que la sra. Margarita se lo pasó pipa y se rió mucho ese día. Los ayudantes del sr. Portas, una panda de fornidos y tatuados hobbits que abultaban más que los armarios del dormitorio que estaban desmontando y que también comían más que una panda de trece enanos venidos sin invitación, realizaron para deleite visual y organizativo de la sra. Margarita un excelente trabajo en menos de un día.
La vida de la familia Mochila fue los siguiente dos años más o menos tranquila, o al menos todo lo tranquila que se puede ser cuando tienes de vecino al sr. Guindilla Recalcitrante. Hasta que un día unos montoncitos de polvo empezaron a aparecer persistentemente en dos lugares concretos de la sala. Era quitar ese montoncito y al día siguiente, como si fuera un pastelito bien levado, el montoncito volvía a levantarse en el mismo lugar en su formato desafiante. Así que la sra. Margarita y el sr. Hojaescritahojaleida consultaron con un hábil montaraz que antaño fue artesano carpintero y actualmente es chapuzar para todo el sr. Pino. El sr. Pino levantó parte del suelo de madera maciza de su hermoso hogar hobbit y debajo del suelo aparecieron unos gusanitos blancos que si bien no habían ayudado a abonar el precio de la vivienda, estaban viviendo en ella y que si estaban antes, no habían sido incluidos en el contrato de compra venta, porque eso seguro que no se le hubiera pasado a la sra. Margarita. Así que ahora nuestra querida pareja de hobbits ha vuelto a pedir poder hacer de ocupas en las posesiones familiares de la casita-smial de las afueras que tenía la familia paterna por parte de su padre y que los entroncaba con los Sotomonte de Abajo, muy cerca de Bree. Mientras están acondicionándola, van desmontando y empaquetando todas sus pertenencias, distribuyendo como buenamente pueden las cajas por las pocas habitaciones que no se ven afectadas por la supresión del suelo de madera para volver a construir sobre él otro suelo de madera postiza, eso sí más barata, que pilla menos bichos y más dentro de las posibilidades económicas que una familia de decentes hobbits honrados puede permitirse hoy en día. La sra. Margarita, haciendo honor a su juramento, ha conseguido que esta vez las tropecientas cajas de libros sean empaquetadas por su amantísimo marido el sr. Hojaescritahojaleida, quien después de la experiencia está empezando a valorar lo cómodo, fácil y práctico que hubiera sido colar un solo e-book entre los edredones de la tía Pimpinela y las recetas de cocina del tío Floripondio.

Nota del narrador: Supongo que este fin de semana todas las cajas tendrás que estar preparadas, la casa de Bree preparada para habitarla y espero que antes de que Tsunami y Terremoto empiecen el curso escolar esta aventura de mudanza sin mudanza haya acabado, todos hayamos sobrevivido (menos los gusanos blancos) y estemos aún mentalmente cuerdos. Supongo que habréis observado que llevamos unos días algo flojos en el blog, como veis el motivo no es el periodo vacacional, ni el sol, ni la montaña, ni el picnic playero, ya quisiéramos ya. De hecho ni tan siquiera estamos de vacaciones. Así que si estas semanas publicamos poco aquí, no es que no os queramos, ni que se nos hayan agotado los temas, que escritos tengo alguno pero lo que nos falta es tiempo y fuerzas para ponerlo. También pido disculpas a los blogs que suelo seguir, tengo el tiempo justo de poder leer y estar más o menos al día pero casi no puedo publicar comentarios. Espero que para dentro de relativamente poco nuestra situación familiar sea menos caótica y volvamos a disponer de nuestro humilde smial o agujero hobbit  de altos vuelos y sin tecnología punta, eso sí, esta vez sin parquet macizo, aunque supongo que el flotante también será calentito y lo queremos igual. Nos iremos escribiendo y feliz verano a todos los que lo podáis disfrutar sin tener que embalar y desembalar cajas.

Nota de la sr. Margarita: Todos los nombres que aparecen en este relato son ficticios. Para los legos en la materia, las mujeres hobbit suelen llevar siempre nombres de flores. Confieso que el resto de nombres es más clásico de una novela de Terry Prattchet que no de Tolkien. El único nombre no ficticio es el de la empresa de mudanzas, hago este comentario porque encontrar una buena empresa de mudanzas en Mallorca y bien referenciada puede ser de agradecer por algún lector, así que por una vez hago publicidad de alguien que nos sirvió bien, nos hizo reír y se portaron como unos auténticos caballeros.

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Hojaldre relleno de queso, sobrasada y mermelada de tomate, la recetita del cumpleaños de Tsunami y 5º Ingrediente secreto de Ira

18 Jul

Esta vez no me puedo quejar, Ira me lo ha puesto fácil, bueno… eso creía yo al principio. Como sabéis tengo la cámara de fotos en reparación, pero tenía unas fotos hechas de esta receta. Así que estaba la semana pasada toda contenta con este texto redactado y todo preparado, pero, pero, pero…Antes de llevar la cámara a arreglar no había bajado las fotos y en el ordenata no tenía un puerto de esos donde descargar el cargamento grafico-gastronómico. Ya estaba empezando a pensar que el mismo sábado tendría que volver a cocinarlo en plan contrarreloj y hacer la foto con el móvil. Esta vez los hados de la cocina me han sonreído y esta mañana han recibido la cámara arregladita y reluciente. Así que esta vez os voy a poder poner una foto más decente que la de los cuadraditos de chocolate blanco con pistachos, aunque por lo visto Garfield gustó mucho.

Sigo pensando si esta chica y nuestra casa tienen una conexión mental de algún tipo, aunque por lo que veo de momento se trata de conexiones mentales de esas chulas y sabrosas, vamos, de las que da gusto tener.

Os quiero contar que esta receta no es invención de Terremoto, ni tampoco mía. Esta receta la encontré hace unos años por internet, pero no recuerdo donde. Creía que era de una web de otra mamá mallorquina y como no me gusta poner cosas como si fueran mías y no citar la fuente, lo primero que hice fue entrar y mirar.

En los cumpleaños de Tsunami hace un par de años que hay dos recetas que son obligadas, porque son muy fáciles de hacer y porque gustan tanto que se agotan. Algún año, como este, algún invitado se ha llevado a casa las que quedaban de lo buenas que estaban, jajaja. También las repito porque cuando al año siguiente las vuelven a encontrar se dan una alegría que bien merece la pena acordarse de ellas. Pues bien, una de estas recetas es la que os propongo hoy. Como os he dicho la pillé de una web de una mamá, pero he estado buscando y no la encuentro, así que si alguien la reconoce como suya pido disculpas y que me lo diga, si es la que me inspiró pondré el enlace gustosa.

Esta receta sólo tiene una condición, es preferible hacerla una horita antes de que lleguen los invitados, ya que calentita o tibia está de vicio. En frío también está muy rica, pero hemos de reconocer que lo suyo es tener un pequeño toque de calor para llegar al nivel de delicatesen propio de los dioses del Olimpo, y no me estoy echando flores, es que es exquisita.

Ira nos ha comentado que esta vez el ingrediente da la posibilidad de hacer una receta dulce o salada, porque algunos le habían pedido ingredientes que dieran algo de juego con platos salados. Pues bien, como siempre tengo que llevar un poco la contraría, la receta de hoy no es ni dulce ni salada. Es una mezcla entre ambos sabores, que como dirían en la peli de Ratatouille, aúna los aromas y los funde en un toque crujiente del hojaldre, bañado con la cremosidad del queso, el salado de la sobrasada y la dulzura poco convencional de la mermelada de tomate (allí queda eso, que bien que me ha quedado la descripción, hasta parezco profesional)

También confieso una cosa. Este año he jugado con una ventaja. Los otros años cuando hacía esta receta una de las cosas que ayuda es tener una buena sobrasada. Sé que eso por la península o fuera de ella, no es tan fácil de conseguir como en Mallorca y que algunas veces he visto webs que presentan como sobrasada un mejunje en forma de pasta roja que alguna vez he probado y juro por Zeus y Afrodita que eso no es sobrasada, lo siento pero ni punto de comparación. Aunque como sé que hay cosas difíciles de encontrar fuera de ciertos territorios no seré muy exigente, pero si tenéis la posibilidad de pillar una sobrasada decente el plato sale superior. En mi caso la sobrasada es casera, se la compro a una payesa que hace las matanzas en su casa y eso ya es todo un lujo.

El segundo truco que he tenido este año ha sido la mermelada. Normalmente empleaba la de bote y tengo que decir que da unos buenos resultados. Pero el año pasado me dio por hacer mermeladas y una de ellas fue la de tomate. Cuando la hice le puse al hervir el tomate una barrita de vainilla y le ha dado un toque y un aroma que te acaba de enamorar. Vamos, que si tenéis la suerte de pillar o hacer antes algo así, seguro que los comensales se os declaran, o como mínimo, se llevan los pastelitos que quedan para su casa como me sucede a mí. Bueno, no os quiero entretener más con las batallitas de esta familia y paso a contaros como se hace este aperitivo, picoteo o cena, ¿porque no?

Ingredientes:

Lámina de hojaldre. La cantidad depende de los que queráis hacer, yo suelo emplear entre dos y tres láminas. Si alguien sabe hacer el hojaldre casero seguro que tiene que salir superior, pero si no sabéis o tenéis poco tiempo pues los del super van bastante bien. Los que más me han gustado han sido los del Mercadona y del Lidl (este último sólo lo he probado una vez pero no me desagradó) Dejo la elección del hojaldre a vuestro gusto que cada uno tiene ya ciertas cosas fichadas por su barrio y sabe donde está más mejor cada ingrediente)

Queso de cabra de rulo. Entre dos o tres rulos, depende de la cantidad que hagáis.

Sobrasada de la buena. Si la tenéis guardada en la nevera acordaros de sacarla un poco antes para que esté a temperatura ambiente, irá mejor para cocinarla y manipularla.

Mermelada de tomate, también a temperatura ambiente

Un huevo. Es opcional, pero remata la presentación y vale la pena ponerlo.

Preparación:

Se descongela el hojaldre si es comprado del súper. Tened en cuenta que no es cuestión de descongelarlo tres horas antes, ya que luego se reseca y dificulta su manipulación, como me pasó a mí con unas láminas una vez, jiji. Así que sacarlo una media hora antes si el clima es cálido o una hora antes si hace más fresquito. De la temperatura ambiente del momento dependerá empezar a descongelarlo antes o después.

Mientras el hojaldre descongela preparamos los ingredientes. Vamos cortando en rodajas de aproximadamente entre medio y un centímetro el queso de cabra de rulo (no importa medir con un regla, es orientativo). Yo le quito la parte blanca de la costra, luego con los dedos lo aplasto un poquito y le doy forma para que el resto de ingredientes asienten bien encima.

Cortar también a rodajas la sobrasada. Normalmente corto un trozo grandecito, le quito la piel y luego hago las rodajas. Estas también serán de un tamaño aproximado a las rodajas del queso y también podemos darle un poco de forma con las manos para que encajen bien encima. Si os habéis pasado cortando el trozo podéis poner otra vez el trozo de sobrasada que os ha sobrado en la piel y guardar en la nevera… si preferís hacer un picoteo mientras cocináis no os diré que no.

Cuando el hojaldre esté en su punto y el queso y la sobrasada estén preparados sólo nos queda ir montando. Para ello cortaremos el hojaldre en cuadrados, me suelen salir unas tres tiras, del lado más estrecho del rectángulo, y entre cuatro o cinco del lado más largo del rectángulo. Eso a ojo de cada uno y la cantidad de relleno que quiera poner, sólo que a más grandecito mejor el resultado ya que si está poco relleno sólo tiene gusto de pasta y es una pena porque pierde mucho.

En cada cuadrado ponemos en el centro un trozo de queso, sobre este el trozo de sobrasada y encima una cucharadita de mermelada de tomate.

Cerramos el cuadrado de forma que las puntas de las esquinas se toquen arriba del todo del relleno y luego con las manos las vamos uniendo. De esta forma quedarán en forma de pirámide, mirad la foto. Se que se puede cerrar de diferentes formas y francamente, si no os queréis complicar la vida podéis cerrarla como mejor vaya, pero ya que nos ponemos esta composición es chula, resultona y original.

Ir colocando las bolsitas sobre una bandeja de horno, para que no se pegara le puse un papel de horno, pero supongo que el de aluminio o un poco de aceite iría bien.

Cuando estéis seguros que todos los laterales están cerrados y tenéis todas las bolsitas preparadas sobre la bandeja del horno, las pinceláis con un huevo que habréis batido un poco. El huevo hay que batirlo sin sal ni azúcar y no importa menearlo mucho, con batirlo un poco para que quede una textura que nos permita pincelarlo bien ya basta.

Entonces es el momento de meterlo en el horno. Yo los pongo a media altura, con el ventilador y calor arriba y abajo, pero cada uno conoce mejor su horno y aquí os dejo según vuestra experiencia.

Cuando veis que ya están bien doradita y hechas es el momento para sacarlo.

Tan sólo hay que esperar unos minutos para que no quemen y ya se pueden comer. Como os he indicado antes, mejor tomarlas calentitas o tibias. Frías también se pueden pero ganan con un toque de calor.

El hojaldre está crujiente y el queso y la sobrasada con el calor se han mezclado y fundido en un bocado salado, mientras que la mermelada de tomate le da ese contraste dulce que potencia el sabor del resto de ingredientes.

Como veo que debéis estar todos salivando no voy a ser más mala y dejo que probéis este delicioso y fácil aperitivo, seguro que triunfáis con él y se lo llevan de casa, ya me comentareis. Hasta el próximo reto i bon profit.

NOTA: Si tenéis muchas dificultades en encontrar sobrasada o por alergias, convicciones culinarias u otros motivos no queréis o no podéis usar este embutido, la receta también se puede hacer sin él. Este combinado sólo con el queso y la mermelada de tomate también está muy bueno, pero cuando uno lo ha probado de esta forma, ummmm…… es difícil no añadir este ingrediente y caer en la tentación. Bona cuina a tots.

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Esta semana hemos pasado todos por la pelu. Sus primeros cortes de pelo

8 Jul

Este pasado jueves hemos tomado por banda la peluquería donde voy siempre desde que cumplí cuatro años.  Llamé a la peluquera el lunes y le comenté el posible plan de ataque. Mi menda necesitaba urgentemente tinte, después de dos meses sin haberme podido acercar ya era algo urgente. Mis cachorritos necesitaban un corte radical, el mayor para no parecer una mezcla de niño-lobo/perro ovejero/niña-pop y el pequeño para sanear unos ricitos que cuando se los estirabas hacían más de cinco dedos generosos de largo. Alguien más de la familia también necesitaba una buena saneada de pelo, mi pareja, que también empezaba a tener una melenita tipo Búfalo Bill, así que lo apuntamos al lote y que nos cortara a toda la familia, cual yincana peluqueril.

Cuando yo nací fui un bebé peloncete, y hasta los dos años no me cortaron el pelo e incluso entonces lo tenía cortito como si fuera un niño. De hecho muchas veces cuando encontraban mis padres a alguien por la calle decían «¡Oh! Que nene tan mono» y yo toda mosqueada contestaba «No soy un nene, llevo pendientes» Hoy en día esta respuesta no sería muy válida, ya que tanto llevan pendientes chicos como chicas, pero hace cuarenta y pico de años aún tenía toda su vigencia intacta e impoluta. Yo era una niña muy movidita y la peluquera aún recuerda como tenía que ir detrás de mí mientras yo iba de un sitio a otro mirando cosas y cortando porque no había forma humana de pegar mi culo a una silla, ni con amenazas ni con chantajes ni que el resto de las clientas bailara una tarantela delante de mí.

Mis nenes han salido en cuestión de pelo a la madre, los dos fueron bastante peloncetes cuando nacieron. Así que no fue muy necesario cortar pronto el pelo a ambos.

Terremoto tiene el pelo muy abundante, pero muchísimo, como su padre,  y también muy fino, como yo. Por lo que respecta a la forma, lo tiene más bien liso como papá. A Terremoto le cortamos por primera vez el pelo allá por los dos añitos, como a mí, y fue toda una odisea.

Eso de que le quitaran una parte de su cuerpo, aunque no doliera y luego se encontrara mejor, es algo que nunca le ha gustado demasiado. Para cortarle las uñas lo tenía que hacer de dormido, cuando llevaba unas cuantas horas y con el sueño bien cogido. Ya me tenéis a mí con las tijeras en una mano y la linterna agarrada con la boca metiéndome «discretamente como un gato de caza» entre las sábanas para conseguir cortarle las uñas de los pies y luego ya de una forma menos claustrofóbica las de las manos. Estuve así durante bastantes años hasta que un día me pilló hurgando por dentro la cama. Me pidió que hacía y ante la evidencia me dijo que vale, que me dejaba cortárselas de despierto, pero cuando él dijera.

El primer corte de pelo de Terremoto fue apoteósico. Menos mal que la peluquera como os he dicho es casi de la familia. Intentamos mentalizarlo, le habíamos hablado de ello, había unos dibujos en los que cortaban el pelo a los niños y se los habíamos puesto, yo me lo corté antes y su padre luego… vamos, que intentamos unos preparativos para no pillarle por sorpresa y que nos montara el numerito. Al principio lo sentamos e íbamos entreteniendo como pudimos. Los primeros cortes no lo veía muy claro y estaba algo inseguro, pero cuando vio que parte de sus pelillos caían al suelo, la tuvimos montada. Claro está, no podíamos dejar el niño medio cortado y os aseguro que la pobre peluquera intentó irle detrás como hacía conmigo. Pero con un niño hiperactivo lo de irle detrás con las tijeras para cortar y hacerlo bien, no es que fuera un mérito muy meritorio, es que sería un milagro digno de la virgen de la tijera. Así que acabamos su corte inmovilizarlo sobre las rodillas de su padre, mientras el peque gritaba como un descosido como si alguien lo degollara. Yo intentaba que no se les escaparan las manos, ya que en unas cuantas ocasiones casi consigue huir y con los manotazos que dio no se hirió o hirió a nadie de puro milagro. Al acabar, el pobre Terremoto se agachó al suelo y empezó a recoger, entre sollozos y lagrimones, todos sus mechones y se los intentaba poner de nuevo en la cabeza. Estaba visto que eso de cortarle el pelo no le había gustado nada. Así que durante bastantes años el peque ha tenido temporadas de pelo cortito seguidas de temporadas de extra melenita y rabietas ya fuera en mi peluquería, en el barbero o donde fuera, que por intentar fuimos a varios sitios y en todos lo mismo. Es curioso pero que él mismo era el que nos pedía que se lo cortáramos porque le molestaba, pero luego los nervios le podían y siempre teníamos algún tipo de numerito montado.

Con los años le ocurrió lo mismo que con las uñas, un día dijo que quería el pelo cortito y nos pidió comprar una máquina de esas para raparlo pero con algo de pelo, no en plan mili. Bastante escépticos nos informamos y compramos una. La máquina fue bien, pero como Terremoto tiene mucho pelo, pero mucho,  hay que ponerle siempre algo de aceite antes de empezar porque en ocasiones la vibración hace ruido y eso le asusta y más de una vez se ha rajado a medio corte de pelo y lo hemos tenido que acabar literalmente con el niño casi tirado por el suelo agachándose en plan Cuasimodo y yo convenciéndole de que no pasa nada e intentando llegar a la cabeza contorsionando mi jodida espalda en alguna postura que por espacio y pose parezco una acróbata del Circo del Sol pero con menos gracia, glamour y soltura.

Por suerte ahora, con sus catorce años Terremoto ya se deja cortar el pelo sin que nadie lo tenga que inmovilizar ni tirarse por el suelo, pero tiene que ser rápido. Estar demasiado tiempo sentado con las tijeras pasando cerca de su cráneo le pone nervioso y acaba auto aplicándose ejercicios de respiración para poder acabar con esta macabra costumbre estética de saneamiento capilar.

Ante este panorama, el año pasado, con tres añitos, le tocó a Tsunami su primer corte de pelo. Sí, con tres años cumplidos, porque el peque había nacido muy peloncete y al principio no había demasiado pelo para cortar. Luego le empezó a crecer. Le salió una melenita lisa como la que había tenido su hermano, mi pareja también tiene el pelo bastante liso. Pero un buen día, por las buenas, mientras paseábamos con el cochecito por el puerto de Andratx, cuando el peque debía tener un año y algo, vimos como por la nuca se le empezaba a enrollar. A partir de allí el pelo se le fue caracoleando más y más hasta llegar a formar sus amados ricitos de los que se siente tan orgulloso. Y claro, un pelo rizado, sobre todo muy rizado, pues no parece tan largo, así que Tsunami no pasó por la pelu hasta los tres años cumplidos.

La primera vez que le llevamos hicimos como con su hermano. Le comentamos de qué iba, le buscamos dibujos de lo mismo, le explicamos que no dolía y que estaría más mono y fresquito y que después de cortar las puntitas el pelo se le rizaría más. Fue también una tarde de verano, creo recordar que a mediados de agosto. Nos fuimos todos a la pelu y también nos cortamos todos el pelo. Cuando le tocó el turno a nuestro pequeño retoño, Tsunami se sentó todo obediente en el taburete. Le encantó eso de que le pusieran una capa, como si fuera un héroe de los dibujos. Se quedó muy quietecito y muy atento mirando en el espejo para observar todo lo que le hacían. Cuando algunos ricitos cayeron al suelo sólo preguntó si le iban a dejar algunos en la cabeza y como vio que calvo, calvo no se quedaba pues siguió observando atento. En algunos momentos el muy presumido dio su opinión de cómo lo quería y donde creía que aún hacía falta un cortecito más. Luego le acercaron el espejo de mano para que se viera la parte de atrás. Inspeccionó bien el trabajo, dio su visto bueno y le dijo a la peluquera que le había quedado muy bien y muchas gracias. Nuestro peque tan formalito y educado en ocasiones, jajaja, al menos nos hizo quedar la mar de bien.

Ha pasado un año desde esto y el jueves pasado volvimos a ir todos a la pelu. Al final los cuatro hemos salido todos con algo menos de pelo sobre nuestros hombros, cada uno a su gusto y según su petición. Terremoto un pelín más largo encima para poder dejárselo de punta. Tsunami manteniendo sus ricitos y saneándolos que últimamente se le enredaban mucho y costaba desenredarlos. Yo con un corte de puntitas para dar más volumen y mi pareja con un corte recto a la altura de la nuca. Este año tampoco se ha tenido que atar, ni sujetar, ni pegar a ningún niño al asiento. Hemos montado un revuelo como cada vez que vamos en tropel todos a que nos arreglen en familia en unas horitas. La peluquera flipa con lo bien que nos va ahora y sobre todo con lo bien que lo lleva el peque en comparación con su madre y con el hermano. La madre de la peluquera se sorprende con el cambio tan grande que han hecho los dos y Tsunami se lo pasó pipa cotorreando con todas las clientas de que había tenido la varicela misteriosa y de que había acabado el cole pero ahora iban a inglés y de que esperaba ir pronto a la playa para nadar y hacer un cocodrilo de arena. Es un cotorro incorregible.

Está visto que en muchos aspectos los hermanos difieren mucho de uno a otro. También es muy posible que Terremoto por las características de los T.G.D. que son mucho más sensibles a ciertas experiencias, le resultara mucho más traumático y realmente sintiera como si se le amputara una parte de su ser. Es posible. Lo cierto es que al menos, si era por ello, ya ha conseguido aprender controlar bastante bien la situación y dejar que trabajen. Pese a este autocontrol, siempre está un pelín nervioso y no demasiado convencido del todo. Él desea cortarse el pelo pero le da un poco de yu-yu. Está visto que el tiempo y el trabajo van dando poco a poco sus frutos y que nuestros niños maduran, cada uno a su forma y a su ritmo. Pero lo mejor de todo es que ir a la pelu ya no es una guerra ni un sufrimiento. Incluso los peques opinaron que eso de que les lavaran el pelo con el reposa cabezas y el agua fresquita era algo interesante, recomendable y altamente gratificante. No son tontos, no.IMG_3726

La importancia de decir papá.

4 Jul

Hoy voy a ser mala. Muy mala. Casi maquiavélica. Hoy vais a conocer una faceta perversa de mi vida, algo que muy pocos conocen.

No sé si será porque mis cachorritos se llevan diez años  y medio de diferencia. No sé si será porque la experiencia es un grado y lo cierto es que con el master al que nos llevó la crianza de Terremoto acumulé una cantidad de experiencia para parar no un tren o un comboy, nooo, sino una estación interespacial internacional de esas que salen en las pelis de ciencia ficción que van a toda ostia por el espacio sideral. No sé si será porque cuando una es pardilla y primeriza, es que realmente es pardilla y primeriza. No se si será porque con la experiencia el orgullo pasa a segundo plano y hay cosas que valoras más que otras, como el ser prácticos. Vamos, que no se muy bien porque fue, pero lo cierto es que la crianza de mis dos cachorritos distó mucho una de otra.

Recuerdo que cuando Terremoto era pequeñajo me pasé mucho tiempo diciéndole «di mamá, di mamá» evidentemente, también le decía di papá, pero no nos engañemos, cuando él pater Terremoto no estaba presente eso de di mamá era más vociferado. No sólo se lo decía yo, también mi madre, que en esas cosas era muy puntillosa y muy tiquismiquis. Insistía en que el niño tenía que decir antes mamá que papá. Para ella era como si parte de su orgullo como abuela estuviera en juego y eso de que su único nieto pudiera referirse antes a la familia política que a la suya era algo así como una aberración albigense en plena sede papal.

Mi madre me contaba que yo a los cinco meses dije papá y mamá y que luego no quise volver a decir ni mu hasta que tuve ocho meses. No recuerdo muy bien si mi primera palabra fue papá o mamá, pero estaba visto que se había empeñado en que la primera palabra de Terremoto tenía que ser mamá.

Pues bien, la primera palabra de Terremoto no fue ni papá ni mamá, fue «cinta métrica» allí queda eso. Era en verano y estábamos tranquilos a la fresca. Hablábamos de colocar en el cuarto de Terremoto algún mueblecito para poder tener la ropita y cuatro cosas que se necesitaban. Entonces alguien dijo si un mueblecito que estábamos mirando en un catálogo de esos que dejan de publicidad podría ir bien No sé si fui yo o mi madre que sugerimos coger una cinta métrica para ver si entraba bien. Entonces, Terremoto, con voz bien firme y clara y ante la sorpresa de todo el mundo pronunció claramente esa palabra que seguramente era la primera vez que oía pronunciar en su corta vida «cinta métrica». La sorpresa general fue mayúscula y creo que un poco más tarde el orgullo de abuela quedó algo tocado. Eso que de su primera palabra no fueran para la madre que lo parió ni para el padre que lo engendró fue un inesperado golpe bajo algo complicado de digerir. Sobre todo porque tampoco iban dirigidos a ningún miembro de la familia, sino que iban referidos a un objeto más relacionado con el ramo de la construcción o como mucho de la decoración. Si alguien se ha quedado con las ganas de saber si la primera palabra de Terremoto después de esta fue papá o mamá, pues sinceramente, no me acuerdo. Supongo que debió de ser mamá, porque mi madre emprendió luego una campaña de acoso y derribo cual cruzada medieval con el nene machacándolo a mamás que imagino debió dar su fruto.

Aparte el hecho de que dijera antes una u otra, lo que sí puedo asegurar es que Terremoto entendió perfectamente el significado de la palabra mamá y la ha usado, y usado, y usado hasta gastarla, erosionarla y volver a refundirla y fabricarla un montón de veces. Si alguien me tuviera que dar un céntimo por cada diez veces que se ha pronunciado esta palabra en casa, os aseguro que sería muchimillonaria y mi fortuna se elevaría hasta alcanzar niveles astronómicos en la lista esa Forbes de los millonetis. Pero por desgracia, el céntimo no ha venido, lo único que han venido detrás de los innumerables mamás que ha habido en mi vida han sido peticiones, rabietas, preguntas, dudas, más preguntas, algunas rabietas más, frustraciones, retos, más peticiones… vamos, rutinas. Que si es de noche y hay pesadillas…. Mamaaaaaaaaaaa. Que si es de noche y tengo sed…. Mamaaaaa…… Que si estoy aburrido en casa y quiero salir….. Mamaaaaaaa…….. Que si es la hora de cenar y aún no está la comida lista…. Mamaaaaaaaaa…. Vamos, lo que os decía, rutinas, simples rutinas.

No es que me queje de esas rutinas, forman parte de la vida. Pero de lo que sí me quejaba era de porque no llamaba también alguna vez a su padre para que fuera él que le llevara el vaso de agua, lo llevara al baño, le lavara las manos, le calentara la cena en el microondas, se lo llevara al parque o hiciera algo con el peque. El pater de Terremoto muchas veces se excusaba con la cantinela de «el niño te está llamando a ti, no a mí, así que ve a ver» y con esta cantinela se libraba. Muchas veces pensé que eso de que el niño hubiera dicho en segundo lugar la palabra mamá no era el chollo tan chollo que parecía al principio.

Antes de tener a Tsunami una amiga mía quedó embarazada de mellizas. Esta chica tenía dos niños más mayores de su primer matrimonio y me sorprendió muchísimo porque también se empeño en que las peques dijeran antes mamá que papá, le hacía mucha ilusión. Pero claro, luego se quejaba de que en casa todo quisqui lo primero que gritaba cuando había algún problema, dificultad, necesidad, obstáculo o duda era la palabra mamá y ella no daba abasto y estaba hasta el moño. Recuerdo que una vez toda contenta y emocionada comentó «¡Al fin!, las niñas han aprendido a decir papá y esta noche le han llamado a él. Así que yo le he dicho al pater: cariño tus nenas te llaman, te toca ir a ver lo que quieren. Estoy contentísima con ello, espero que sigan llamando a su papá y se olviden un poco de mí para tener algún respiro que no puedo hacer nunca nada con tanto crío solicitándome»

Así que cuando nació Tsunami, aparte de que mi madre estaba muy mal y murió cuando el peque tenía sólo dos meses, decidí que esa necesidad tan narcisista y egocéntrica de que el retoño pronunciara por primera vez el nombre de la progenitora, no era una necesidad realmente prioritaria. Es más, nunca le he dicho a Tsunami «di mamá» ¿para qué?, teniendo en cuenta que Terremoto dice mamá trecientas mil veces al día y lo repite constantemente y se refiere a mí sin ninguna duda. No creo que Tsunami tuviera la menos sospecha de que una mamá pudiera ser una coliflor, una verdura, un gel de baño o una muñeca. Estaba claro que esa persona que se movía en su mundo era mamá aunque yo no se lo indicara. Así que lo que hice fue decirle «di papá» y dejarle bien claro quien era papá.

Para sorpresa de la familia, Tsunami siguió los pasos de su hermano y su primera palabra no fue precisamente ni papá ni mamá. Era por Navidad y estábamos en casa. El peque estaba sentado en su hamaquita. En la tele habían puesto la peli de «El señor de los Anillos» la de “La Comunidad del Anillo” y al principio de esta hay un monólogo de Galadriel en la que cuenta la historia del anillo único. En un momento de ese monologo cuenta como el anillo fue forjado por Sauron y de repente, de forma clara, fuerte, firme y concisa nuestro Tsunami dijo todo decidido «Sauron»… así que no sé muy bien que pensar de ello y si eso ha tenido algo que ver en que actualmente sea un firme seguidor de El hobbit, Gandalf y todo el mundo de Tolkien. Lo único que puedo confirmar sin ninguna duda es que Sauron no es papá.

Mis maquiavélicas maquinaciones han dado sus frutos. Evidentemente, Tsunami sabe decir mamá y sabe quien es, eso se lo dejó muy claro su hermano. Pero se ha acostumbrado a decir más veces papá que mamá. En casa también tenemos un problemilla. Pese a todo Terremoto necesita de una atención que normalmente otro niño de su edad no necesita tanto. Tengo que reconocer que la persona que más le conoce, entiende y sabe sonsacarle las cosas, hacer que luego las entienda y calmarlo soy yo. En eso tengo una ventaja que por muy bien que se lleve con mi pareja él no lo posee. Es cierto que mi pareja hace cosas con Terremoto y le enseña cosas, pero cuando la cosa esta chunga o delicada soy yo la que se encarga de él. Así que por decirlo de alguna forma y sin ser nada premeditado, de una forma natural yo me he seguido encargando más de Terremoto y mi pareja se ha encargado más de Tsunami.

Por la noche yo soy la que lleva a Terremoto a la cama. Mi pareja es el que lleva a Tsunami. Por la mañana yo soy la que levanta y prepara el desayuno de Terremoto. Mi pareja es la que levanta y prepara el desayuno de Tsunami. Yo soy la que lleva al cole a Terremoto. Mi pareja es quien por sus horarios le va mejor llevar al cole a Tsunami. No ha sido nada premeditado, simplemente nos ha venido así sin buscarlo.

Que «ventajas» me ha reportado eso, yujuuuuu…. primero y lo más importante. Que si bien durante el primer año muchas veces quien tenía que levantarse por la noche era yo. Ahora a quien llama el peque es a su padre, así que: «cariño, el nene te llama». Evidentemente, si pasa algo me levanto, no soy tan burra, pero si es un simple vaso de agua o un pipí, normalmente le toca al pater Tsunami apechugar con su vástago. Segunda ventaja, jeje. Que cuando el vástago se levanta a las 7’30 un fin de semana y entra en nuestro cuarto, porque evidentemente, ya es de día. En lugar de venirse a mi lado de cama, se va directamente hacia el de su padre y le pide que vaya con él a la sala y le empiece a preparar el desayuno. Tampoco no es que tiremos cohetes a lo bestia, porque Terremoto como mucho está levantado a las 8 pero que narices, media hora es media hora y si hay suerte Terremoto se prepara su propio desayuno y aún puedo arañar algunos minutitos más. Tercero, Tsunami está acostumbrado a que su padre le vigila durante la cena o le lleva a la ducha y eso me permite tener más tiempo para arreglar cositas de la casa o simplemente para escribir alguna entradita del blog o ver lo que se cuece en los blogs que suelo seguir.

No es que esté diciendo que nos tenemos que desentender de nuestro rol de madres, pero posiblemente si nuestros pequeñajos aprendieran a decir papá antes de mamá, estos se verían más involucrados en las tareas de la crianza de estos que no cuando nuestros peques, por defecto, se pasan todo el día pidiendo las cosas a las mamís y lo de papaaaaa…. es algo un poco más anecdótico.

Hoy me siento como la niña mala malosa de la película, jeje. Pero que gozada poder sentirse alguna vez como la niña mala malosa de la película jajajajajaja (dígase con risa malvada pero sexy y sensual, que algo bueno hemos de conseguir con eso de compartir la maternidad) Hasta pronto y que os sea leve papis, ahora somos más las que conocemos el secreto.

maig 2013 176

No es lo mismo hablar que parlotear, como tampoco es lo mismo escuchar que oír.

2 Jul

Escena nº 1:

Son las tantas, tus neuronas hace tiempo que ficharon y se fueron a su casa, así que te sientas un rato en el sofá para ver la tele y luego cuando tu hijo se retire, poder ir tu también a dormir. Pero hay una personita que sigue activa por casa. Se sienta a tu lado y te cuenta y te cuenta y te habla sin parar.

Tú te sientes como esos muñecos de perro que hace unas décadas adornaban las bandejas traseras de los coches, normalmente puestos sobre un tapete de ganchillo hecho por la suegra. Esos muñecos que balanceaban la cabeza continuamente. Así estás tú ahora, como esos muñecos, oyendo el ruido ambiental-familiar pero sin prestar atención a nada. De tanto en tanto en tanto vas diciendo un «ah, sí» o un «vaya» o un «bueno… valeee»

Es posible que durante un rato esta táctica nos sirva, pero no nos engañemos, tarde o temprano nuestro nene nos hará una pregunta que ni tan siquiera hemos escuchado y espera una respuesta.

Allí estás tú recolocando tu sistema neuronal en fila e intentando hacer memoria de que es eso último a lo que has dicho «bueno… valeeee»… Pero ya es demasiado tarde, tu hijo te ha pillado y hemos de confesar avergonzados que realmente no estábamos escuchando, de hecho, ni tan siquiera creíamos que hablara, pensábamos para vergüenza nuestra que sólo parloteaba sin más.

 

Escena nº 2:

Otro día cualquiera. Estás tranquilamente en casa. Tu prole se ha tomado un respiro después de hacer los deberes en su cuarto y han dicho que luego recogen las cosas y preparan las mochilas para mañana. Se han dado una ducha rápida y van en pijama y zapatillas. La ropa sucia aún está en el baño y te han asegurado que luego la llevan al cesto de la ropa. Se han tumbado en el sofá para gozar del «merecido descanso del guerrero» junto con un plato con un sándwich de queso y jamón, del que han dejado toda la corteza del pan en el plato y el vaso de leche chocolateada, que naturalmente ese día ha dejado unos cercos en la mesa auxiliar. Evidentemente, piensan recoger los despojos del piscolabis cuando acabe el capítulo.

Estáis ese día así de tranquilos y pachorros porqué al día siguiente vienen unos amigos a comer con vosotros. Como tú estás en la cocina deshuesando un pollo para rellenarlo, esa tarde has hecho una excepción y les has dejado un rato tranquilitos cual fierecitas salvajes para así gozar tú también del «merecido descanso del deshuese del pollo de las madres». Entonces, y sólo entonces, cuando estás pringada hasta los codos entre el deshuese y el relleno que metes a presión cual inyección culinaria, llaman por teléfono. Son los suegros.

Son los suegros y te dicen que en unos minutos los tienes en casa, que pasaban por allí cerca y han decidido hacer una visita sorpresa a los nietos que hacía unas semanas que no veían. En este caso, ELLA, la suegra es la típica suegra. Esa que es la más exigente de las más exigentes. Esa que se mira y remira con la limpieza y el orden en casa. Que a su lado el mayordomo del algodón es un crio de guardería. Cuando sabes que ELLA tiene que venir, te pasas tres semanas antes sacando brillo a todo y dejando los interruptores de la luz más brillantes que la vajilla de la Cenicienta y así y todo sólo consigues como mucho un cinco rascado.

El pánico, que ya de por sí al ver el número de teléfono en la pantallita del nuestro empieza a calentar motores, estalla cuando nos comunican que de hecho acaban de aparcar justo delante del portal de nuestra casa. También te dicen para rematar, que  no importa que abras la puerta de abajo porque alguien se la ha dejado abierta.

Entonces eres tú que desde la cocina lanza un grito desesperado y empiezas a gritar instrucciones a trote y moche como una histérica diciéndoles que todo lo que han sacado para merendar se tiene que recoger como un rayo y fregar los platos. Que además deben ir a su cuarto, hacer la mochila y  pegar cuatro tirones a la cama. También tienen que pasar por el baño a recoger la ropa y ya que estamos lavarse bien la cara que llevan bigotes de chocolate debajo de la nariz. Si además sobra tiempo ponerse la ropa de calle molona que tenían preparada para el día siguiente y todo eso mientras «los inoportunos inspectores de sanidad» seguramente se han encontrado con el ascensor en el piso de abajo preparadito y con un vecino que como les ha reconocido, les ha aguantado la puerta para que pasen.

Entonces es cuando te das cuenta que estás hablando con las paredes. La puerta de la sala está semiabierta y  tú prole está en otra habitación a lo suyo y como mucho no hacen más que unos afirmativos movimientos de cabeza, como los de los muñecos esos de perro de los coches de hace décadas, que reposaban en la bandeja de atrás sobre un tapete de ganchillo de esos hechos por la suegra. Mientras sus cabezas se balancean afirmativamente de forma mecánica y repetitiva, se están zampando la última aventurilla de Phineas y Ferb y ni tan siquiera han escuchado nada de lo que les has dicho.

Entonces suena el timbre de casa. A ti te da un síncope porque ni tan siquiera te has enjuagado las manos de los restos del relleno del pollo, de hecho aún estás con el teléfono pringado en la mano y a ver como te las arreglas para ordenarlo todo y abrir la puerta toda arregladita y con la mejor de las sonrisas. Eso sí, confías en que la suegra se mire bien a sus nietos, porque cuando salga por la puerta te vas a comer a los niños con patatas y mayonesa, faltaría más, si los muy caraduras no te han hecho ni caso.

 

Escena nº 3:

Es por la noche y tu madre está desparramada en el sofá. Acaba de desparramarse después de una larga tarde arreglando la casa, pero tú tienes que decirle algo importante. Lo has intentado toda la tarde, pero ella siempre tenía algo importante de por medio y no veías el momento adecuado. Ahora acaba de sentarse, así que ahora o nunca.

Te sientas a su lado y le cuentas que en el colegio os han pedido hacer unos trabajos conjuntos. Ella te responde «ah sí» y tú piensas que has captado su atención aunque ni siquiera te esté mirando.

Entonces le sigues exponiendo que como hay poco tiempo para realizarlo habíais pensado de ir ese fin de semana a casa de uno de los del grupo y lo habíais echado a suertes con los palillos. A ti te ha tocado el palillo corto. Entonces tu madre te responde «vaya».

Estás empezando a flipar en colorines porque francamente, te esperabas una reacción no tan pasiva por su parte, así que intentas suavizarlo y le cuentas que podrías intentar endosárselo a menganito que es el siguiente en el palito más corto y que dispone de más sitio en casa, pero que para no pasar por tal bochorno preferirías hacerlo en la tuya y quería saber que opinabas tú.

Entonces para mayor sorpresa, su madre le dice un «bueno… valeeee».

Te sientes el hijo más afortunado y comprendido del mundo, tú corazón no cabe dentro de tu pecho y estás a punto de estallar de gozo. Entonces es cuando alegre y efusivamente preguntas ¿bueno, a que hora les digo que pueden venir el viernes y cuantos colchones tenemos en casa para poder acampar en la sala por la noche?

En ese momento es cuando parece como que tu madre hubiera despertado de un sueño profundo y se queda un poco emmmm…. estoo….. Tú insistes, ¿venga cuándo? Y entonces es cuando te das cuenta que tu madre no te ha escuchado. Y ella se acaba de dar cuenta que su hijo esta vez no estaba parloteando sino que le estaba hablando de algo y por lo que parece algo bastante serio. Lo peor de todo es que acabas de acceder a ello.

 

Escena nº 4:

Esta mañana en el colegio hemos tenido gimnasia y por la tarde una extraescolar de natación. Cuando hemos llegado a casa hemos hecho los deberes, pero lo que realmente queríamos era darnos una buena ducha y merendar. Mientras el segundo se duchaba, el otro preparaba la merienda y llevaba las cosas a la sala. Después de todo el ajetreo del día un ratito de sofá con los dibujos es un descanso merecido. Los niños saben que hay que recoger las cosas, pero es que es muy tarde y si nos enredamos no veremos los dibujos. Hoy mamá está de buenas y ha accedido a que lo recojamos después. Sabe todo lo que nos esforzamos y cada día lo hacemos, así que sabe que si una tarde lo hacemos después no se va a convertir en una costumbre y dentro de media hora lo recogemos todo. Total, las visitas vienen mañana y la casa estará en orden antes de cenar.

La madre está en la cocina enfrascada con la comida de mañana, vienen unos amigos a pasar la tarde con nosotros y mamá está preparando su famoso pollo relleno que tanto gusta al hijo de estos.

Los niños están en el sofá atentos a sus dibujos. En eso oyen como el teléfono suena y mamá responde. Ellos están en otra habitación y al cabo de un momento oyen voces desde la cocina que dicen no sé qué de lavar platos y algo de una habitación y recoger el baño. Los niños piensan que es la amiga de mamá que suele llamarla a estas horas y se cuentan sus cosas y ella toda histérica le debe estar contando todo lo que falta aún para arreglar. Los niños piensan que dentro de un rato se pondrán con ello y como si la cosa no fuera con ellos pero inconscientemente lo van oyendo mueven sus cabezas afirmativamente. Síiii, piensan, dentro de un rato toca todo eso.

Entonces entra la madre hecha una fiera en la sala. Lleva el teléfono pringado de relleno de pollo en una mano y con la otra amenaza con las siete plagas de Egipto. Mientras, al unísono, el timbre de la casa suena y la madre enmudece y empalidece todo en uno. Sale de la habitación hiperventilando y con una de esas miradas que dicen “más tarde me ocuparé de vosotros dos, ya hablaremos”. Mientras, los niños se quedan alucinados y acojonados al mismo tiempo sin entender nada de lo que ha pasado ni que es lo que han hecho mal.

 

Como podéis ver, el arte de la conversación no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista. No sé muy bien si al final el primer niño llevaría a sus compañeros a dormir a casa o si los niños del segundo ejemplo podrían haber recogido todas las cosas antes de que subieran los abuelos. Lo que sí es seguro es que ninguna de estas comunicaciones se hizo respetando los momentos. No se captó adecuadamente la atención del otro. Mientras tú creías hablar, el otro creía que parloteabas. Mientras tú creías que eras escuchado el otro sólo te oía. No os voy a dar normas sobre cómo hablar con vuestros hijos, vuestras parejas, vuestros padres, vuestros amigos o vuestros jefes. Sólo os voy a dejar hoy con esta reflexión.

Conseguir comunicarse bien es todo un arte y como tal requiere de práctica y tiempo. Cuando algo es realmente importante no hemos de preocuparnos de si le dedicamos mucho tiempo o no. El haber conseguido una buena comunicación y la solución de un problema es todo un logro y un gran premio. Nunca debemos estar muy pendientes del reloj al hablar de ciertas cosas con nuestros hijos y debemos prestarles la atención que se merecen. De esta forma ellos también aprenderán a hacer lo mismo cuando hablen con nosotros. Hemos de escuchar y luego hablar. Hemos de respetar los turnos, eso nos incluye también a los adultos. Hemos de buscar soluciones y no limitarnos a imponer sólo nuestra opinión. Algunas veces nuestros peques pueden tener aportaciones interesantes que no se nos habían ocurrido. Escuchándoles podemos aprender también de ellos y ellos aprenderán a ser valorados o bien a escuchar luego los motivos por los cuales esa propuesta no es la adecuada.

A través de una buena comunicación se puede llegar a un buen aprendizaje, pero sí sólo nos limitamos a oír y parlotear difícilmente podremos llegar nunca a ninguna meta.

Por su bien, por nuestro bien, aprendamos a escuchar y hablar.

Este es un mensaje de los servicios educativos de “de azul a verde”.

Gracias por vuestra atención y hasta la próxima.

 

PD: Estaré encantada de escuchar vuestros comentarios, como siempre. Ciao.

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