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Un niño especial (1ª parte)

10 Oct

Enero de 1999, son las diez de la noche, después de dieciocho horas de parto estoy a punto de entrar en el quirófano, me acaban de poner la epidural, ya podrían haberlo hecho hace un par de horas. Diez minutos después oigo por primera vez tu llanto, pero no te traen enseguida, te llevan a una habitación adyacente y allí te tienen un buen rato. Después te entran para enseñarte, solo veo un ojo, el otro está tapado con la toalla. Les pido que me enseñen el otro ojo, te destapan apenas unos segundos y desapareces. Sólo he podido ver dos ojos grandes y oscuros abiertos como una lechuza y que lo mirabas todo con atención.

Unos meses después sigues tú evolución normal, el pediatra dice que vas según el calendario, pero a nosotros nos das bastante trabajo. Lloras mucho por la noche y te despiertas muy a menudo. Cada vez que te despiertas sé que será al menos una hora justa de estar paseándote y meciéndote en brazos hasta que te duermas. Luego ponerte en la cuna sin que te des cuenta. Si te das cuenta hay que empezar otra vez al principio de la hora y a veces ocurre. También ocurre que me oyes cuando me voy y vuelves a llorar. Normalmente duermes nervioso, te das muchas vueltas y golpes con la cuna y hemos puesto protectores por todo el contorno.

Eres muy estricto con los horarios. Estás sobre mi cama jugando conmigo y de repente dejas de jugar con los peluches que te enseño, te pones serio y lloras de golpe. Miro el reloj y es la una en punto y a esa hora suelo darte la comida. Es como si llevaras un reloj encima y cuando da la hora en punto si no ocurre lo que esperas protestas y mucho.

A los cuatro meses y medio te sale tu primer diente y a los cinco el segundo. Estás muy mono. A los once meses aprendes a caminar. Llevabas una temporada gateando y explorándolo todo, ya llevas unos días que casi lo consigues. De repente una tarde a las seis te sueltas y pones de golpe a caminar de una habitación a otra. Yo llamo corriendo a mis padres para que vengan y cojo la cámara para recordar ese momento. Mis padres llegan corriendo. Tú te pones a caminar sin parar arriba y abajo y no paras de las seis a las nueve sin parar, tres horas seguidas sin descansar nada. Esa noche dormiste rendido. Entonces yo no tenía referencias, pero supongo que debería haber pensado que eso no era muy normal.

Te llevamos al parque y juegas solo, lo haces al lado de los otros niños, pero no con los otros niños, de hecho ni les prestas atención. Tampoco hablas, dices papá, mamá, y poco más. Te haces entender perfectamente con gestos, o bien cogiéndonos de la mano y señalando con el dedo, ese dedito inquisitivo que tan bien te servía. Yo empiezo a inquietarme, algunas cosas aprendidas se te olvidan, como las partes del cuerpo.  Cuando te hablamos nunca fijas tú mirada en nuestros ojos, la rehúyes, y cuando pides algo sigues sin mirarnos.

Sigues siendo inquieto y muchas veces te da por hacer cosas o movimientos repetitivos durante un buen rato. También imitas las cosas que ves en la tele, eres capaz de tener puesta casi toda una peli sin prestarle caso pero no quieres que la quitemos, hasta  llegar a una escena en concreto y hacerla al mismo tiempo que los personajes y luego olvidarte otra vez de la pantalla.

Te operan de unos drenajes en los oídos. Tras la operación el otorrino nos comenta si no nos hemos planteado que tú fueras autista. Pensamos que el médico está majara y se nos olvida ese comentario, por desgracia muchos años después lo recordaríamos de nuevo.

Entras en la guardería del cole y sigues sin relacionarte con los niños. No estás quieto ni un momento, desde que te levantas hasta que te duermes. Cuesta mucho dormirte y ya ni hablemos de hacer la siesta, hay que inmovilizarte hasta que te duermas del berrinche. A mí no me gusta demasiado este método, pero papá te lo hace. Yo me siento triste y voy a otra habitación, siento que algo no va bien y no sé que es. En el cole llaman para que te fuéramos a buscar, se han dado cuenta de que tienes fiebre. Me cuentan que te habías sentado y no te habías levantado enseguida y han pensado que si hacías esto es que debías estar enfermo. Yo no hago más que pedirles si juegas con los otros niños y si te comportas normal y la única respuesta que obtengo es que ningún niño evoluciona igual y de aquí no salimos. También hablo varias veces con el psicólogo del cole pero opina lo mismo que las profesoras.

Pasas al siguiente curso, acabas de cumplir tres años y aún llevas pañal y casi no hablas. La profe es nueva para ti pero no en el cole y sólo le preocupa que te tiene que cambiar los pañales, así que reúne a los papás y al psicólogo del cole. Me montan un pollo, me dan unas extrañas directrices. No puedes traer para merendar ni tu zumo ni tu yogurt, debes tomar pan y a ser posible muy tostado. No beber casi para ir más estreñido. Tomar mucho arroz y poca fruta y verdura. Tienes que decir pipí y caca sí o sí, por lo tanto si te manchas te tenemos que poner cara a la pared con la ropa mojada sobre la cabeza hasta que digas pipí o caca. A mí me escandaliza esto, habló con tú madrina, una amiga mía que es médico y con otra amiga mía que es maestra, me dicen que eso es una aberración y que si no estás maduro para quitártelos se debería esperar más. La maestra no quiere torcer el brazo, y sigue en sus trece insistiendo y el psicólogo también. Papá le hizo caso un día, recuerdo que esa tarde os encerrasteis en la cocina y te decía “di caca” y tú no querías. Yo acabé detrás de la puerta sentada en el suelo llorando pidiendo que me dejara entrar. Te tuvo una hora así y no dijiste nada. Decidimos pasar bastante de las recomendaciones del cole, pero nos pusimos con la operación pañal aunque no estuvieras maduro.  Al final después de muchas pesadillas te quitamos los pañales, pero tú no estabas preparado y te hiciste pipí en la cama durante mucho tiempo, incluso de más mayor, sobre todo cuando te ponías nervioso. Te sabía mal y te avergonzaba pero no podías evitarlo. Para compensar lo de los pañales te ponías horas y horas en el orinal, te pasabas casi toda la tarde sentado en él en la sala. También empezaste a vomitar y provocarte el vómito cuando te ponías nervioso o te reñían.  Más adelante a eso de los seis años, tendrías episodios en los que por los nervios te provocabas vómitos de todo lo que tomaras, incluso agua, te duró mucho tiempo y estábamos desesperados. Por suerte un día se te paso. Nos dijiste que lo hacías porque un niño del cole te había llamado gordo y tú lo vomitabas para no engordar. Mamá te explicó muchas cosas sobre la alimentación y por suerte dejaste de hacerlo.

Pasamos por varios médicos, porque mamá veía que algo ocurría. Te hicimos pruebas de oído por si eras sordo y por eso no hablabas. Pasamos por varios pediatras más experimentados a los que nos derivó tú pediatra, fuimos a unas psicólogas, fuimos a un neurólogo de adultos y esté nos referenció a otras compañeras, pero estas también dijeron que ellas trataban niños más mayores y  finalmente te derivaron a una neuropediatra . Ella te observó, te hizo unas pruebas de andar y otras que no recuerdo. Iba redactando en el ordenador, nos sacó un informe y nos pidió que lo leyéramos y luego nos lo explicaría. Tú estabas en el suelo jugando con unos camiones, entonces empecé a leer palabras como autismo, ítems, T.G.D. , problemas de comunicación, lenguaje, hiperactividad… yo no entendía nada, mi pequeño sólo hablaba poco y debía ser tímido y no jugaba con niños, pero no podía ser que mi niño tuviera todo eso, la mayoría de las cosas no las entendía. Entendía las palabras pero no podía entender que se refirieran a ti, y tú estabas allí al lado de nuestros pies jugando con el camión.  La doctora entró y nos explicó un montón de cosas, fue muy difícil de asumir y yo sentí que mi corazón se iba rompiendo por en medio y los ojos se me llenaban de lágrimas. Desde entonces mi corazón ha estado herido y lo he ido curando con tiritas, con pequeñas esperanzas y pequeños pasos, pero también con muchísimos retrocesos y muchos problemas, entonces las tiritas caían y los ojos se volvían a humedecer y tenía que buscar fuerzas de cualquier parte para poner una nueva tirita e intentar no derrumbarme delante de ti. Cuando llegué a casa les leí en voz alta ese informe a mis padres. Recuerdo que los dos lloraban como si te hubieras muerto y yo no hacía más que secarme las lágrimas y seguir leyendo mientras se lo iba explicando e intentando que no pareciera muy grave.

Esos primeros días fueron muy duros. Era verano. La de conferencias que puse con mi amiga de Barcelona, la doctora, y con mi amiga la maestra. Papá no se lo quería creer, decía que la doctora no sabía de que hablaba y que tú eras un superdotado y como todo te aburría pasabas. Yo le decía que me parecía que de superdotado nada. Antes de empezar el siguiente curso me fui al cole a ver al psicólogo y le tiré el informe sobre su mesa y le dije “llevo dos años diciéndoos que el niño no juega con los otros y no habla y lo único que os ha preocupado es que le quitáramos los pañales, pues mira lo que tiene”  Lo miró y me dijo que él no era quien para hacer un diagnostico. Le respondía que podía ser que no lo fuera, pero que si yo sin ser psicóloga veía algo raro era una vergüenza que a ellos se les hubiera pasado esto.

A los pocos meses de tú diagnostico, mamá le dijo a papá que quería separarse. El matrimonio hacía años que no iba muy bien y ya no había forma de solucionarlo ni tenía remedio. Tú nunca tuviste nada que ver en ello. Nos quedamos los dos en casa. Fue una etapa muy dura. Estaba sola contigo y fue casi de dos años.

Seguías sin dormir por las noches y cuando me metía en la cama sólo pedía  y rezaba para que esa noche fuera diferente a las demás, rezaba con toda mis fuerzas, pero ninguna noche era diferente. Al poco de haberme acostado parecía que tuvieras un radar y empezabas otra vez  y otro día más volvería a ir a trabajar sin casi haber dormido. Era incapaz de dejarte ni un momento solo. Para poder ducharme, cosa que hacía cuando podía, tenía que pedir a mis padres que vinieran media horita porque no me atrevía a perderte de vista, me sentía como si tuviera que mendigar el derecho a poder estar limpia. Para bajar la basura lo hacía cuando dormías y lo hacía casi corriendo ya que no era capaz de dejarte unos minutos solo aunque estuvieras en la cama. Un día oí un ruido de silla en el recibidor y fui corriendo a ver que pasaba, te encontré subido sobre la repisa de la ventana apoyado en la persiana, habías abierto el cerrojo pero tuve la suerte que esa ventana tenía un gancho para cuando aireaba y el gancho estaba puesto y eso impedía que la persiana se abriera del todo y no te caíste de milagro. Al día siguiente esa ventana ya tenía puesto un cerrojo de maleta y las demás puertas y ventanas de casa todas con cerrojos y pestillos. En esa época desarrollé un sentido del oído para los ruidos o los silencios insospechado.

Caca culo y pito pipí

20 Sep

Es habitual que en algún momento de la infancia, los niños sienten una atracción especial hacia lo escatológico, es algo así como una relación de amor odio, o les encanta o les da pánico. Esto suele suceder normalmente después de haberles quitado el pañal. Supongo que mientras llevan pañal, su relación directa con todo lo que sale del culete y del pito es más bien escasa y más bien de molestia u olor (en mi casa sólo hay niños, así que el pipí sale del pito por imperativo legal de los peques). Tiempo después de haberles quitado el pañal y cuando el hacer sus necesidades de forma ya habitual, no es algo que les llame mucho la atención, es cuando en ocasiones, muchos de ellos fijan esa atención en lo que precisamente se va por el water.

A algunos, sólo su mera presencia les da repelús, y si por la calle se encuentran con algún excremento de perro parece que han visto un aterrador monstruo y dan incluso un salto para atrás, entonces haciendo valor sortean el obstáculo y te dicen «mamá caca buaggg».

Otros les ocurre todo lo contrario y su afán de experimentación va más allá de lo insospechado. Con Terremoto me ocurrió una vez que cuando lo fui a buscar al cole (el nene debía tener unos cuatro años), la maestra toda escandalizada me asaltó como si  esa tarde las siete plagas de Egipto hubieran aparecido todas en el aula. Bueno, las siete no, fueron menos. Y no fue en el aula, fue en el baño del aula. Mi Terremoto fue al baño y al cabo de un rato cuando entró la profe se lo encontró decorando las paredes cual mural de la cuevas de Altamira y con material ecológico-reciclado de su propia cosecha. Parece ser que durante la elaboración de tal colosal obra su ropa y cuerpo sufrieron ciertas manchas y la pobre no sabía ni por donde cogerlo. Tengo que decir que por una vez hicieron una excepción y se lo llevaron a la zona donde viven las monjas y le dieron una ducha, así que al menos me devolvieron al Terremoto limpito y perfumado. Yo aún no entiendo como pudo conseguir tanto material reciclable de una sola sentada porque según la profesora para hacer todo lo que dijo que hizo el niño tendría que haberse cenado un brontosaurio y desayunado un teranodón a la brasa. Imagino que hizo lo suyo pero creo que no tanto como me contaron.

Tsunami no es de momento de tocar «materiales artísticos» de este tipo, pero le encanta pasarse todo el día retándote con las palabras caca culo culete pito pipí repitipipipí y pito. Lo mejor cuando pasan por esta etapa es no darles mucha importancia, ignorarlo y dejar que pase, ya que es eso sólo, una etapa. Si empiezas a decir que eso no se dice y enfadarte es cuando se dan cuenta que cada vez que lo hacen tienen tu atención y entonces la etapa suele alargarse considerablemente. Esto no estaría mal si no fuera que en ocasiones te ponen en ciertos aprietos como cuando el del butano te lleva las bombonas y cuando se sube al camión va y le dice «adiós señor caca culo pipí pitoooo».

Lo más curioso fue esta semana que yo estaba en el baño y viene el peque y me dice:

– Mamá pipi pito.

A lo que le respondo:

– No cariño, las chicas tenemos vagina, los chicos tenéis pito.

– ¿A ver? – y mira, levanta la cabeza y me mira sonriendo como diciendo tú no me la das

– Nooo mamá. Las chicas tenéis un pito escondido allí dentro.

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