Estas pasadas vacaciones de Navidad se rodó en Palma de Mallorca «Visita a un Spa: La Película» de momento no se tienen previstos nuevos capítulos ni posteriores secuelas, pero tenemos que admitir que tampoco no nos importaría que se dieran.
Título de la opera prima: «Visita a un Spa: La Película»
Dirección: El Spa que salía en el vale, tampoco íbamos a ponernos exigente, ¿no?
Productor: Mi churri
Tiempo de rodaje: Toooodaaaa unaaaa taaaarrrrdeeeeeee
Artista invitada: La masajista
Artistas secundarios: Los clientes
Localizaciones: Las diferentes piscinas, chorros, duchas, saunas y demás artilugios afines a estos lugares.
Casting: Ésta que os escribe y que se lo había currado y mucho para que se la tomaran en serio.
La gestación del proyecto:
Tenemos que confesar que no ha sido fácil. Como toda buena y exquisita obra del séptimo arte ha llevado mucho tiempo conseguir elaborar todo el entramado y sobre todo conseguir la financiación para dicha obra. Concretamente nueve años de convivencia, servicio de ama de casa, cocinera a la carta, compradora de ropa y víveres varios, madre, amiga, amante y psicóloga a ratos sueltos, acompañante en los viajes y administradora del hogar, entre otras labores varias y rutinarias. Pero sobre todo, sobre todo, lanzadora de indirectas durante estos nueve años, en los cuales cada vez que alguien me preguntaba que es lo que quería para mi cumpleaños, santo, aniversario, Reyes, Papá Noel o cualquier celebración, charla o comentario en el que tuviera cabida dicha pregunta, nuestra protagonista (yo) decía que un talonario de vales para un spa. El Sr. Productor (el churri), muy agudo él y con una predisposición innata para pillar indirectas al vuelo, se lo tomaba a cachondeo y me caía un libro de Terry Pratchett, de Paolini, de Laura Gallego, de las Crónicas de Narnia, o el último cómic de Astérix y esos me gustan, no diré que no, pero no es lo mismo (sobre todo ahora que sé de qué estoy hablando).
¿Cómo se rodó «Visita a un Spa: La Película»?
Todo empezó el día en que Mi pareja y yo cumplíamos nueve años viviendo juntos. Cuando nos despertamos él me felicitó, entonces nos pusimos a hablar y le pregunté si ese año me regalaría el talonario del spa. Mi pareja se levantó y se fue al ordenador. “hmmm… esto no tiene pinta de ser muy romántico” pensé. Sobre todo cuando resultó que el regalo de este año era un simple folio mondo y lirondo con unas cuantas letras impresas… “jo, que bajo que hemos caído este año, no damos ni para un libro de Terry Pratchett, ni para el último de Astérix” (Nota: Astérix vino para Reyes) Pero no dejemos engañarnos por las apariencias que incluso un simple y humilde folio montó y lirondo con unas cuantas líneas impresas, puede esconder una grata sorpresa. Este año no ha sido un talonario de spa, ni uno por cada petición hecha estos últimos nueve años, lo que hubiera equivalido al susodicho talonario. No, pero tampoco está mal para empezar, porque el regalo de estos nueve años, por fin, ha sido una entrada a uno de esos templos de placer y el relax por la que está que os escribe suspiraba.
Tenía un plazo concreto para disfrutarlo, los próximos quince días, así que entes de que cualquier conjunción planetaria y sobre todo, cualquier conjunción Terremoto-Tsunami se pusieran en mi contra y caducara, me pedí hora para un viernes tarde a la salida del trabajo. Era ese viernes en que los niños empiezan las vacaciones de Navidad. Día en que Terremoto estaba con su padre y mi pareja se encargaba del benjamín de la casa. Los días anteriores llevaron un cierto trabajo, más que nada porque tuve que ir a buscar el bikini, que una es de las de bikini de toda la vida, comprar unos zapatos de plástico, un gorro de piscina… vamos, la infraestructura. Aproveché para buscar unos zapatos y un gorro que pudieran usar luego Terremoto en la piscina del cole. Había adelantado unos minutitos los días antes, así pude salir lo antes posible del trabajo. Esa mañana había ido al trabajo con una mochila preparada, pillé el bus y fui rauda y veloz hacia allí. Bueno, lo raudo y veloz que fue el bus, que no era mucho porque hay varias paradas, pero si lo hubiera tenido que hacer a pie hubiera sido más lento, fijo.
Sinopsis: La peli empieza cuando una vulgar ama de casa muy cuarentona entra solitaria y desorientada un centro toda nerviosa y despistada y presenta un vale en recepción. La maruja sigue las instrucciones y llega a un vestuario bastante vacío. Aunque pese a lo vacío que estaba alguien debía ir algo despistada, porque me encontré que mi taquilla estaba ocupada, así que como allí dentro había trecientas mil taquillas, puse el candado en otra y ya está, una taquilla no iba a privarme del ansiado regalo. La segunda novatada fue tener que pedir a unas chicas que se estaban vistiendo, por donde se iba a la zona del spa, jeje, novata que es una y enorme que era el vestuario. Así que al final esta rechoncha protagonista consigue salir con su toalla, su gorra, su bikini y sus zapatillas a la zona tan ansiadamente suspirada durante años. Siguiendo las instrucciones de recepción, llamé a la socorrista. Bueno, no es que la socorrista estuviera allí, no, estaba en recepción, así que tuve que llamarla por un interfono para que acudiera a darme las explicaciones in situ… hmmm…eso de tener que llamar por el interfono a la socorrista no me parece muy seguro. Me da que mi churri debía de haber cogido una oferta, fijo.
La vigilante spa se presentó y me explicó cómo funcionaba todo eso, en que consistían las áreas, me indicó como era la masajista que vendría a buscarme allí y me recomendó las áreas de activación para antes del masaje y las relajantes para después. Tenía buena pinta. Me dejó sola, aquello estaba completamente vacío a excepción de un grupo de cinco chicas que estaban al fondo del todo en una piscinita de hidromasaje en plan grupo de jóvenes reunidas despotricando contra todos los novios, pseudonovios, posibles novios y exnovios. Dejé la toalla en una barra. Me quité los zapatos y, muy lentamente, puse el pie dentro del agua. Sólo fue necesario que el dedo gordo entrara en contacto con el agua para saber que yo debía ser una maruja muy buena, que me había portado esos nueve años como la mejor madre y la mejor esposa del mundo mundial, y que esa tarde iba a ser muy pero que muy agradable. Cerré los ojos y disfruté del momento mientras entraba. El agua estaba calentita, no como cuando vas a nadar a una piscina climatizada en invierno y te dicen que el agua está caliente, pero tú asegurarías que un oso polar se sentiría como en su casa. No, allí el padre de Nemo, la pececita de los olvidos y el propio Nemo se hubieran sentido como en casa pero con menos sal en el agua. ¡Qué gozada!
Así que fui entrando poco a poco como si mi menda fuera la reina de Saba o mejor, Cleopatra el día en que sus burras estaban de huelga general y sólo le quedaba H2O para bañarse. Que queréis que os diga, que es una experiencia que toda mujer tendría que tener una vez en su vida, o dos o tres… que estando un día así tranquilo sin nadie más es de película. Así que ya veo que el año que viene el día que los peques empiezan las vacaciones de Navidad todas las madres van a ir allí pensando que no habrá nadie (esto me pasa por bocazas).
Hasta aquí la parte idílica, ahora os contaré la parte real, la que no sale en las fotos de la propaganda. Ir solo no está nada mal, pero creo que ir en compañía estaría mejor. El grupo de jovencitas destroza novios se lo pasó muy bien, vaya cotilleos que se llevaban y vaya risas. Mientras yo iba probando todos los chorros, los que están dentro de la piscina, y los que te bombardean desde fuera. Porque señores, en las fotos te ponen unos chorros que son un primor, pero luego cuando los tienes en directo aplastando tus mollas y removiendo toda la grasa subcutánea de tu body, te sientes un poco diferente a lo que te habías imaginado. Las camas de hidromasaje están muy bien, pero o yo soy muy cortita o están pensadas para bellezas de 1’80 como mínimo, si me subía y respiraba no me llegaba bien, si me bajaba y me relajaba me ahogaba, por lo que tenía que estar más bien sentada que tumbada… si ya decía mi madre que estoy mal hecha, podría habérselo currado un poco más cuando me gestó.
El túnel contracorriente que se supone que te tensa los músculos, no es que te los tense, es que si te descuidas te los arranca. Nunca creí que tuviera que sujetarme tan fuerte a cualquier cosa con tal de no salir disparada. Estaba dispuesta a agarrarme con los dientes al bordillo si con ello conseguía salvar mi vida. Aquello era lo más parecido que podré experimentar nunca como entrar en una riada de la gota fría o en un monzón, pero en versión lujo y glamour a borbotones. Porque además de mucha corriente, borbotones había tantos que las burbujas se habían convertido en espuma blanca y no se veía nada. Entonces palpando al intentar agarrarme, fue cuando descubrí que esas barandas que había para asirse debajo de la línea de flotación del agua debían servir para que los clientes no se vieran aplastados por el agua al llegar expulsados al recodo de turno. Pese a todo una es masoca y eso de que te prometan que te dejará los músculos tersos hace que una se empecine en dar seis o siete vueltas al túnel de los rápidos desbocados.
Cuando una consigue salir ilesa de ese ecosistema espumil, decide que lo mejor es ir a una zona aparentemente más inofensiva. Os aviso que si se os ocurre eso mismo, no vayáis a los chorros o cataratas o como las llamen. Eso es cualquier cosa menos inofensivo. En las fotos parece como si uno se duchara bajo una cascada tropical, ya que no sé porque siempre les da por poner alguna plantita o cañas detrás de la zona de cascadas. Te venden eso como una experiencia algo así como el anuncio ese del gel de ducha Fa y los limones del caribe que hacían en la tele cuando yo era niña. Pues bueno, allí ni había limones ni era el caribe y el agua, pese a que tengo que reconocer que nunca me he puesto bajo una cascada porque en Mallorca no hay de eso y lo más cerca que he estado del Caribe fue el viaje a Galicia que me hice con mi ex hace muchos años, pero eso os aseguro que es algo más agresivo de lo que aparenta en las fotos, menuda presión llevan los chorritos.
Pero antes de llegar a los chorros, ocurrió algo inesperado. De golpe, el grupito de jovencitas, que habían cambiado a otra bañera de hidromasaje, callaron subitamente y el recinto permaneció en un profundo silencio tan sólo roto por el ruido del agua. Me giro hacia ellas y observo que absolutamente todas, las cinco, tenían sus ojos, su cuello y su cara mirando fijamente a un punto situado al principio de la piscina donde yo estaba. Recé para que aquello que les llamaba tan poderosamente la atención no fuera un tiburón de agua dulce. No sé exactamente si eso podía ser un tiburón o no en otro contexto con algo más de ropa, pero allí, como si fuera otro anuncio de la tele, estaba un buen mozo de rostro perfecto, en gallumbos de natación con un cuerpazo moldeado por el gimnasio y años y años de dieta con carbohidratos y proteínas, al cual se le hubiera podido hacer un exhaustivo estudio anatómico sin necesidad de despellejarlo. Si no fuera por el jodido gorrito que se empeñan en que tienes que ponerte y que es cualquier cosas menos favorecedor, aquello hubiera sido una visión digna del mismísimo Apolo o de cualquier dios cachas-macizote que se paseara por el mismísimo Olimpo. Así que allí me tenéis, a mi menda sola en una piscina con el más musculado hijo de Zeus que bajaba las escaleras para dar un par de brazadas. Vaya gozada para la vista. A punto estuvo el grupito de las cinco jovencitas de abandonar su bañerita de hidromasaje y venirse al recinto de los dioses si no fuera que en esos momentos llegó Afrodita. Al ver al grupo ávido de aventuras a punto de salir de su cubículo, comprendió que debía actuar rauda y veloz contoneando todas sus caderas y demás curvas contoneables que eran muchas. Se acercó a su Apolo marcando territorio por si alguien no tenía muy claro que esa visión divina y ese cuerpazo tenían dueña. Así que dejamos a Afrodita devorando a su yogurín; las cinco jóvenes algo desilusionadas volviéndose a sentar en su bañera mientras seguían despotricando contra todos los novios, pseudonovios, posibles novios y exnovios, además de ahora contra la Afrodita, mientras seguían en su hidromasaje. Finalmente, viendo que los anuncios, anuncios son, pase a las cascadas.
Todo volvió nuevamente a la normalidad y de nuevo un chorro reconcentrado se dirigió contra mis pobres cervicales herniadas y mis doloridos hombros con tendinitis incluida y yo me pregunté si eso era muy recomendable. Así que tras probarlos todos unas cuantas veces y descartar los que para mí fueron más ofensivos, me decanté por el menos agresivo, la cascada, que pese a todo te deja como un gato mojado sin poder respirar. Luego me fui fijando en como afrontaban ese obstáculo algunos clientes que llegaron más tarde, no muchos pero alguno más vino ese día pre-festivo. Definitivamente, ese sitio está pensado para clientes de como mínimo metro setenta y cinco, porque los más altos podían ponerse… como yo pero de otra forma sin que el chorro les ahogara. Tal vez no sea cuestión de altura sino cuestión de práctica y glamour, o eso o la próxima vez me llevo la careta y el tubo de buceo que emplea Terremoto cuando vamos a la playa.
La zona que le siguió, no recuerdo bien el nombre que le dieron, era esa en la que hay chorros de agua debajo del agua que salen de la pared de la piscina. Esa no estuvo tan mal, porque ya tenía experiencia en ello. Nunca os ha pasado que cuando estáis en una piscina os encontrar una tobera sumergida por donde entra el agua a la piscina cuando se está filtrando y que allí siempre hay alguna mamá o alguna abuela masajeando sus caderas o su barriga. Pues bien, resulta que ese recurso que todas llevamos usando desde hace tiempo inmemorial, es parte del circuito térmico este. Sólo que en este caso el chorrito de agua está a tres alturas, tobillos-pantorrilla, rodillas y finalmente lumbago-barriga. Nuevamente tuve el problema de que el chorro se me llevaba pero una vez observada “la posturita” que adoptaban los demás clientes y que la imitas con mayor o menor gracia, es una atracción que me gustó bastante. “La posturita” por si alguien se lo pregunta es de espaldas a la pared de la piscina mirando hacia el interior, con los brazos abiertos como si no ocurriera nada y con los dedicos bien agarrada al bordillo. La versión beta de “la posturita” es estar apoyada despreocupadamente con los brazos cruzados sobre el bordillo y la cabeza levemente inclinada sobre ellos, como las sirenas, sólo que sigues teniendo piernas y una barriga aplanada con el hígado pidiendo asilo político a la altura de tu primera vértebra lumbar y doceava torácica. Pese a lo que pueda parecer, estos chorros me encantaron, sobre todo los de los tobillos, que gozada señores y que alivio para una maruja que está todo el día de un lado para otro y se te ponen las piernas como patas de elefante cada noche.
Ahora tan sólo me queda por describiros la última área de activación, la mítica bañera de hidromasaje, también conocida por el vulgo como jacuzzi. Para ello aproveché un momento en que el grupo de las cinco jóvenes entraron en tropel a darse una sauna. Entonces tuve a mi entera disposición las dos bañeras. Me decidí por la que estaba más lejos, al fondo del todo, ya que en esos momentos habían entrado unos jóvenes y estaban lidiando con el túnel contracorriente con algo más de estilo que yo. Una siempre ha suspirado por el susodicho hidromasaje y en las fotos eso parece realmente algo placentero, pero yo no sé si ese spa tenía los chorros muy a tope o es que nunca sueles ver en las fotos una persona sola dentro y tal vez en grupo deba ser otra cosa. Lo cierto es que me metí en los dos y en ambos me ocurrió lo mismo, quizás en el segundo, algo más pequeño, la experiencia fue más chula y agradable. Os comunico para los que no lo sepan, que las bañeritas circulares burbujean y salpican que da gusto. Tengo que decir que la única imagen que en ese momento y aún ahora me vienen a la mente para describir lo que sentí fue el de una olla de esas grandotas y fondas de la batería de cocina donde se cuecen las zanahorias, los trozos de puerro, las judías, las patatas y los muslos de pollo a la hora de hacer un buen caldo. Esa agua burbujeaba como el caldero de los caníbales de los dibujos animados y yo era un muslo de pollo que iba de un lado a otro sin control ni orden intentando equilibrarme y encontrarle la gracia a la fama que tiene el bañito. La única ventaja es que aunque el agua esté caliente y burbujee, al menos no me cocieron de verdad, aunque desde entonces me miro con otros ojos las verduritas cocidas.
(Para la próxima entrada os dejo el masaje y las áreas de relax)
Etiquetas: anecdotas, relax, spa