Archivo | febrero, 2014

Ideas para disfraces de carnaval: Este año, Tsunami de campesino y Terremoto de forajido.

27 Feb

Al fin, este año podemos decirlo otra vez, hemos superado la prueba de nuevo, yujuuuuu…

Cada año por estas fechas más o menos en el hemisferio norte tenemos el problema del carnaval. Digo en el hemisferio norte, porque aquí es pleno invierno y digo el problema porque todos los disfraces que impliquen poca ropa por mucho que les gusten a tus churumbeles, pues como que las madres los solemos descartar. Una cosa es un carnaval y otra una bronquitis doble, que no estamos para constipados extras.

En nuestra casa, el mayor suele elegir de que quiere ir disfrazado. En el caso de Tsunami es el cole el que propone un tema porque la clase va en forma de comparsa.  Esta vez no nos podemos quejar ha sido muy fácil. Cada año el cole decide un tema que ambientará en general todo el curso. El año pasado fueron las obras de arte. Este año han sido los oficios tradicionales que tienen relación con el campo.  Esas profesiones que estuvieron acompañando al hombre desde los albores de los tiempos y fueron vigentes hasta que mi madre era pequeña pero que hoy en día o bien han cambiado mucho o bien algunas han casi desaparecido. Pues bien, este año hemos tenido agricultores, espantapájaros,  carboneros, molinos, harineros, panaderos, y grupos de matanzas con matarifes y cerditos y muchas sobrasadas. Por suerte a los pequeñajos de tres a cinco años,  se les ha reservado el disfraz más sencillo de todos. Algunos, los enchufados que tienen abuela con nociones de costura y tiempo libre, han ido vestidos con los trajes regionales de payeses y payesas. El resto, es decir, casi todos, han llevado pantalones algo roídos o petos. En algunos casos los pantalones cogidos con tirantes. Las camisas de rayas, cuadros, lisas… iban acompañadas de un pañuelo al cuello o de una faja de tela en la cintura. Las chicas con faldas largas, chalecos o rebecas y pañuelos en la cabeza como la asturiana del anuncio de la fabada o bien sobre los hombros como doña Rogelia. Pero lo que llevaban todos sin falta era un  indispensable sombrero de paja. Los complementos como regaderas, fajos de leña, bolsas de harina llenas de pupurri casero elaborado en la clase con pedazos de revistas,  o las herramientas del campo también hechas en clase con cartón y tubos de papel de cocina, acababan de dar el toque final a sus disfraces. Aunque realmente el auténtico toque final lo dieron las maestras que se debieron divertir de lo lindo dibujando a los nenes todo tipo de tupidas barbas, bigotes o convirtiendo a algunos en unicejos, mientras que las niñas lucían unas sonrosadas mejillas, algunas con pecas, dignas de Heidi, aquella serie de dibujos animados de la niña de los Alpes que vivía con su abuelito y que junto con Marco el de un pueblo italiano nos traumatizó a toda una generación que hora rondamos los cuarenta y tantos.

Digo que este año lo hemos tenido de perlas porque debimos ser de los pocos padres que no han tenido que salir desesperadamente a buscar un sombrero de paja. Resulta que cuando arreglo el jardín y hace sol me pongo uno, así que Tsunami arrambló con un sombrero con experiencia en jardines y plantas. Lo único malo que tenía este disfraz es que los peques, al ser eso, peques, pues nos caían a un nivel visual bajito y claro, sólo veíamos sombreros a la hora de inmortalizar nuestros retoños para enviar la foto a la abuela, que con tanto sombrerito agrícola no había forma de distinguirlos.

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Al día siguiente le tocó el turno a Terremoto. Este año al mayor le ha dado por las historias de Westerns, así que quería disfrazarse de forajido tipo Clint Eastwood. Tenía bien claro que quería llevar un sombrero de vaquero, que ya tenemos (perfecto), una escopeta de juguete que también tenemos (bravo, esto funciona) un pañuelo rojo al cuello que también tenemos (yujuuuu, este año promete) y un poncho y unas botas vaqueras con espuelas… uy. De eso no tenemos (era demasiado bonito para ser cierto). Cuando hace mes y medio me dijo cuál era el tema elegido, le pregunté si por casualidad podíamos comprar el poncho, pero no, tenía que hacerlo mamá que queda más chulo.  Busque telas, pero no le convencieron. Busque ponchos hechos, pero no me convencieron a mí. Busqué alguna manta con solera para hacerle uno, pero tenían mucha pinta de manta. Estaba ya un poco desesperadita cuando un día recordé que tenía una especie de mantita de reducido tamaño, que se habían dejado los de la mudanza y que había lavado por si en algún momento teníamos que pintar o algo usarla y luego tirarla. La recuperé y era perfecta, el color, el dibujo de la tela, el tamaño. Incluso tenía unos cuantos descosidos y rotos que le daban, evidentemente, el aspecto de usada. Porque señores, a mí no me cuelan eso de que tras estar cabalgando hacia el sol todo el día por caminos con polvo y sudando como unos descosidos, los vaqueros iban por la vida con un poncho inmaculado y como acabado de salir de la máquina de coser. Terremoto dio el visto bueno y lo volvimos a lavar, lo tuve varios días en remojo, luego lo lavamos a mano y luego con la lavadora, jajaja, vamos que quedó con pinta de viejo pero reluciente. La única labor de costura fue hacer un corte en medio para que pasara la cabeza y chachán, poncho acabado.

El problema fueron las botas. Mi niño tiene ya un 41 ó 42 dependiendo del zapato. Además Terremoto ha heredado mi forma de pies, anchos, con mucho puente y delicados, vamos un chollazo. Ya podría haber heredado los pies todoterreno de su padre. Qué envidia mi ex, zapatos que se pone de su talla, zapatos que le vienen como un guante. En cambio Terremoto y yo nos probamos todos los zapatos de la tienda y nos cuesta Dios y ayuda encontrar unos zapatos que no nos duelan, nos entre y ya no hablemos de que encima sean chulos.  Por lo que buscar por mi cuenta unas botas vaquera sin el niño delante era una actividad descartada desde el primer momento. Terremoto no ha querido ir de tiendas, así que las botas como que era muy complicado tenerlas. Entonces ingenua de mí, pensé que si llevaba deportivas y unas espuelas no habría problema, pero lo hubo. Primero porque no encontraba espuelas, segundo porque quería que yo las hiciera y tercero porque dos días antes de la fiesta me dijo que si no llevaba botas y además marrones no quería ir disfrazado de forajido y elegiría otro tema para que se lo hiciera. Aquí casi me dio, así que el martes al salir a merendar, me acerqué a unas tiendas de disfraces que hay cerca del trabajo. En la primera sólo tenían polainas de indios y cantaban mucho que no eran de vaquero, además no tenían espuelas. Pero en la segunda la suerte me sonrió y tenían polainas marrones y espuelas.  Cuando le enseñé las adquisiciones a Terremoto no les puso muchos problemas, sólo que las botas que teóricamente eran para un 45 le venían cortas. El miércoles fue el carnaval de Tsunami, así que el martes noche no pude dedicar tiempo a arreglar el desaguisado. Ayer por la noche volví nuevamente otro año a quedarme hasta las doce pasadas para recortar el trozo de bota que sobraba, coser trocitos en la puntura y ajustarlas. Esta mañana le hemos puesto todo el disfraz y me he quedado flipada cuando he visto que pese a que lo había hecho a ojo se las había clavado de maravilla, ufffff….

Por cierto, investigando sobre los ponchos descubrí que Eastwood lleva siempre el mismo poncho en sus pelis porque resulta que era suyo. Lo había comprado en Madrid y por lo visto no lo lavaba nunca y se lo ponía sólo para los rodajes. Hay que ver que cosas se aprenden por internet buscando ideas para disfraces.

Así que este año os presento dos disfraces muy facilotes con los que mis niños fueron a sus fiestas del cole. Espero que os gusten y hasta el año que viene, a ver si hay suerte y son tan fáciles como estos.

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«Visita a un Spa: La Película» (Las zonas de relax)

26 Feb

Pues sí señores, en un spa te pueden comprimir contra las paredes del túnel, ahogarte y perforarte con los chorros, embutir el hígado en la columna y finalmente coger complejo de hortaliza en plano proceso de ebullición sin ebullición.

Quien nos hubiera dicho que toda la zona de activación sirviera para solidarizarse con la emigración del salmón y con las zanahorias cocidas. Pero no creáis que me desilusionó, no. La tranquilidad de ese día y el agua calentita ayudan mucho a ver con buenos ojos todos esos martirios y a desear estar unas cuantas horas más por allí torturándose en remojo. También es cierto que los chorritos encargados de relajar las piernas y los tobillos me encantaron, casi todos, que aún no los había catados en su total extensión.

Pero hay un momento en toda visita en que uno tiene que empezar a plantearse pasar a los suplicios del relax. Porque después de todos esos meneos, prospecciones petrolíferas en tus carnes y más meneos, una ya va mentalizada con que en la zona de relax también debe haber algún suplicio. Os adelantaré que por suerte, esta zona no es tan nociva para la salud como la anterior.

En mi caso, el detonante para cambiar de zona lo provocó la entrada en las instalaciones de una chica delgadita, rubia, en bata negra y zapatos tipo crocs como las enfermeras y las peluqueras y que empezó a buscar entre los clientes a alguien. Ese alguien era yo. Acababan de marcar las cinco en el reloj y era la hora en la que me tocaba el masaje que tan buenamente mi churri había incluido en el lote. El vale ponía “un masaje corporal de una hora”. Yo suspiraba por eso desde el primer segundo en que mis ojos se posaron en esas palabras. Luego resulta que a la hora de la verdad no es de una hora, porque entre que te tienes que quitar el bañador y ponerte una especie de tanga desechable mono talla (dicho sea de paso para nada era mi talla y aún no entiendo como es que no lo reventé o no se me incrustó en mis múltiples michelines caderiles) y luego quitarte la susodicha mini braguita desechable y volver a enfundarte un bañador mojado (en mi caso bikini), pues siempre se te va tranquilamente unos veinte o treinta minutos. No es que una no sepa vestirse y desvestirse en poco tiempo, que de eso tengo licenciatura con prácticas incluidas desde que soy madre trabajadora que pa que. En este caso fue porqué la chica hará que las licenciaturas no importen, porque te explicará cositas, saldrá fuera y se hará un rato la despistada, luego volverá a prepararte y ponerte tres veces bien puesta la toalla sobre tus glúteos máximus y esos ansiados minutos por los que uno suspira pues… siempre es menos. Vamos, que según mi entender, si uno paga por sesenta minutos de amasado en los que te presentas voluntario para que te pasen el rodillo y te trabajen como una pasta de pizza, pues una quiere esos sesenta minutos se inviertan en trabajar mi masa muscular, que para fermentarla tengo mucho tiempo suelto al día. En este caso y hablando ahora en serio, este masaje me desilusionó un poco. Alguna vez por motivos médicos he recibido algunos masajes y aunque sólo fueran localizados, fueron más agradables y relajantes. También ahora estoy haciendo unas clases de gimnasia, danza y relajamiento y solemos acabar la clase dándonos unos sencillos masajes entre nosotras. Tengo que decir muy a mi pesar que el que me dieron ese día ha sido de los menos placenteros que me han dado nunca. No estuvo mal, pero me decepcionó muchísimo. Eso sí, la habitación y el ambientito de velitas que tenía la chica montado allí en plan estética zen lo sitúan en el estéticamente más chulo de todos. En fin, una auténtica decepción, pero al menos lo probamos.

Pese a que no había cumplido mis expectativas, es cierto que salí de allí algo más relajadita que cuando entre. Aún no tenía muy claro como seguir, así que me metí un ratito en la piscina en los chorritos tobilleros que tanto me entusiasmaron mientras decidía como montarme la siguiente fase.  Esta tenía menos áreas, la sauna, las tres duchas, los chorritos de las pantorrillas, el cubo de hielo y la sauna turca. Decidí empezar por la sauna normal, ya que cuando una era veinteañera fui unas cuantas veces a tomar una y me gustó mucho. No sé si será el tiempo pasado o qué, pero esta vez no disfruté tanto. Recuerdo que en esos entonces cuando salía de una me sentía como si flotara, era como si de golpe a base de sudar me hubiera convertido en una Ícaro pero con mejores resultados. Esta vez casi me asfixio y me maree un poco. También es cierto que las pocas saunas que había tomado podías echar algo de agua sobre las brasas y como el agua estaba aromatizada te despejaban mucho los pulmones. Esta vez estuve buscando por todo donde estaba esta escobilla y este cuenco y no lo localicé por ningún sitio, así que antes de que me diera un jamacuco allí dentro hasta que alguien me encontrara medio inconsciente decidí que esa área era mejor auto restringirla. Así que poco puedo comentar de la sauna normal, sólo que había gente que parecía que no le afectaba tanto y se estaban un buen rato. A mí personalmente me achicharró como si fuera un pollo al ast pero sin voltear y  no me dio ni tiempo de empezar a sudar, pero mejor cuidarse la salud que lamentarlo luego. Resulta curioso que al final acabara relacionando todas las zonas con diferentes circunstancias culinarias… me sentí rematadamente muy maruja, que triste.

La otra área es la que yo llamo las tres duchas. No se si alguien se acuerda de la peli de Demolition Man en la que un desubicado Sylvester Stallone le pide a la futurista policía Sandra Bullock donde está el papel higiénico en el baño y para qué sirven las tres conchas que hay allí. Pues a mí me pasó algo parecido con las tres duchas empotradas allí en medio, sólo que en la mampara de cada una de ellas había una pequeña pista. La primera de ellas tenía dibujado algo así parecido a unas hojas de eucaliptos y un símbolo que recordaba más a algo calentito. Entré en ella y evidentemente es de ese tipo de duchas en los que te salen chorros por todas partes y depende del momento van variando, de hecho las tres eran de este tipo. En ocasiones te salen por los laterales, luego por arriba, luego por abajo luego combinando… La primera la del eucalipto en la mampara me encantó. Era un agua de temperatura calentita a templada que variaba sutilmente, salía por todos los sitios y el agua estaba aromatizada con plantas, una gozada vamos. La segunda me habían dicho que era una ducha escocesa y tenía el símbolo de calor y frío en la mampara. Entré en ella y descubrí que cuando yo vivía en mi antiguo piso y tenía el termo del agua algo jodido y me pasaba de agua fría a agua que quema y de esta a fría era que yo sin saberlo tenía una ducha escocesa en casa y gratis. Quien me lo iba a decir. Pues no estaba mal, pero es que a mí lo frío no me relaja precisamente y me recordaba demasiado a la cutre ducha del termo escacharrado. Es cierto que la repetí algunas veces, imagino que por eso de la nostalgia y tal, pero me quedo indiscutiblemente con la aromática. La siguiente como que pasé bastante de ella. En la mampara tenía única y exclusivamente dibujado un esquema básico de un copo de nieve. Eso no me animó precisamente a entrar, así que me la perdí.

Sé que ahora me tratareis de turulata, pero lo cierto es que decliné entrar en la ducha fría pero luego me fui derechita al cuenco de hielo. Que queréis que os diga. Mi menda no aguanta las duchas frías pero me encanta frotarme con hielo. Soy un caso aparte. Lo sé. Ya lo decía mi madre que conmigo se rompió el molde.  El cuenco de hielo es eso, un cuenco en el que van cayendo trocitos de hielo. Coger trocitos y pasarlos por las pantorrillas y la cara es algo que me chifla, sobre todo en invierno. En verano no lo aguanto, pero en invierno es una gozada.

Al lado del cubo de hielo, había un rinconcito con un paseo en forma de U sobre unas piedras redondeadas blancas con unos chorritos de agua que te apuntaban a las pantorrillas y los tobillos. Teniendo en cuenta que una de las atracciones más placenteras habían sido los chorros de agua en esa zona entré toda decidida dentro sin pensármelo dos veces. La “atracción” te indicaba claramente en la entrada que debía hacerse descalzo, pero eso de andar sobre guijarros gordos, por muy redondeados que sean ya no va mucho conmigo. Quien me lo hubiera dicho yo que de pequeña andaba sobre la gravilla del jardín como quien anda sobre una mullida alfombra de césped. Además de la dificultad de avanzar, porque salvo que te rajes al primer paso tienes que seguir o retroceder, que viene a ser lo mismo, tienes el inconveniente de los chorritos. En este caso no eran agresivos ni nada de ello, pero pasaban rápidamente de tibios a helado y a mí esos cambios me dejan muy mal cuerpo. Ya sé que eso es muy sano y activa la circulación sanguínea y muchas cosas, pero señores, a mí eso no me relaja para nada. Comprobado el suplicio tipo penitencia de Semana Santa del camino de guijarros, opté por excluirlo y volver a mi duchita aromática.

Lo último que me quedaba era la sauna turca. Había visto varias personas que entraban en ella y cuando alguien abría la puerta una columna de humo que bien seguro se hubiera podido cortar con cuchillo y tenedor salía de su interior manteniendo la misma forma rectangular que el marco de la puerta. Abrí. Aquello estaba muy denso. Entré. Seguía muy denso. No se veía muy bien el fondo y no era demasiado fondo. En ese momento no pensé en comida. En ese momento pensé en el Londres del XIX y un tal Jack el destripador. Por suerte no había nadie más allí dentro.  Me paseé un poco y lo inspeccioné un poco. El ambiente era más llevadero que la sauna anterior. Es cierto que había mucho vapor pero estaba aromatizado y está visto que a mí los aromatizados me atraen. Elegí un banco y puse la toalla, porque aquello estaba muy caliente y me quedé un ratito. La sauna turca tiene dos defectos. Uno: cuando entras sola es muy aburrido, es uno de esos sitios en los que debe ser más chulo entrar acompañado o en grupo. Dos: el vapor condensa en el techo, que tenía forma abovedada, y claro, de tanto en tanto hay goteras. Gotitas que caen en plan plof, plof, plof y cuyas gotitas que plofotean están calentísimas. Así que cuando de tanto en tanto te pillaba una de ellas te dabas una socarrada como la tortura malaya recalentada.

Me pasé luego bastante tiempo yendo a los sitios que me habían gustado más y de tanto en tanto volvía a la sauna turca. Fue todo un descubrimiento y acabé dejándolo porque se acercaba las ocho de la noche y quería ir a casa para la cena de Tsunami. Cuando salí de la sauna turca la última vez dejé dentro a dos señoras mayores francesas que estaban charlando dicharacheramente y aproveché para desoxidar mi franchute un poco escuchándolas. Cuando fui hacia la entrada del vestuario descubrí una cosita que no me había percatado cuando entre, jeje. Una duchita al lado de la puerta con un letrero que ponía que había de ducharse antes de entrar en los spa. Pues lo siento señores del spa, pero mi menda no cumplió con el requisito de entrada, aunque no fue adrede, fue mi tercera novatada y yo sin saber que había hecho una tercera novatada.

Me orienté bien en la zona de vestuarios y pude localizar mi taquilla. Recuperé mis cosas. Me duché y vestí. Luego fui a secarme el pelo porque en pleno diciembre a las ocho de la noche hace un frío que pela en la calle. Supongo que cuando uno se porta mal recibe su castigo, y mi castigo fue el secador de pelo. Evidentemente en ese sitio había uno, pero estaba escacharrado. Así que como una es maruja y tiene recursos para todo, me las apañé como bien pude para secarme el pelo con el secador de manos, al menos no salir como un caniche en remojo. Y así fue como esta que os escribe salió del edificio. La cámara dejó de filmar, las luces se apagaron en un fundido en negro…

… Como en una película de blanco y negro, una figura se aleja despacio por la calle. Porta dos mochilas, la que suele llevar cada día y otra roja. Al final de la calle hay un bar del que puede oírse  un piano que interpreta “As time goes by”. La mujer de las dos mochilas tiene el pelo algo mojado y una sonrisa en los labios. Se siente feliz y muy limpia. Algo arrugada como las pasas, con la sensación de haber burlado a Jack el destripador, de haberse solidarizado con las verduras y los pollos, de haber descubierto el placer del agua y los aromas. Pero sobre todo, sobre todo, con muchas ganas de llevarse un día a su churri a uno de esos paraísos termales. Que ya se sabe, la tortura en compañía, siempre es menos tortura.

The End.

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«Visita a un Spa: La Película.» (Las zonas de activación)

24 Feb

Estas pasadas vacaciones de Navidad se rodó en Palma de Mallorca «Visita a un Spa: La Película» de momento no se tienen previstos nuevos capítulos ni posteriores secuelas, pero tenemos que admitir que tampoco no nos importaría que se dieran.

 

Título de la opera prima: «Visita a un Spa: La Película»

Dirección: El Spa que salía en el vale, tampoco íbamos a ponernos exigente, ¿no?

Productor: Mi churri

Tiempo de rodaje: Toooodaaaa unaaaa taaaarrrrdeeeeeee

Artista invitada: La masajista

Artistas secundarios: Los clientes

Localizaciones: Las diferentes piscinas, chorros, duchas, saunas y demás artilugios afines a estos lugares.

Casting: Ésta que os escribe y que se lo había currado y mucho para que se la tomaran en serio.

 

La gestación del proyecto:

Tenemos que confesar que no ha sido fácil. Como toda buena y exquisita obra del séptimo arte ha llevado mucho tiempo conseguir elaborar todo el entramado y sobre todo conseguir la financiación para dicha obra. Concretamente nueve años de convivencia, servicio de ama de casa, cocinera a la carta, compradora de ropa y víveres varios, madre, amiga,  amante y psicóloga a ratos sueltos, acompañante en los viajes y administradora del hogar, entre otras labores varias y rutinarias. Pero sobre todo, sobre todo, lanzadora de indirectas durante estos nueve años, en los cuales cada vez que alguien me preguntaba que es lo que quería para mi cumpleaños, santo, aniversario, Reyes, Papá Noel o cualquier celebración, charla o comentario en el que tuviera cabida dicha pregunta, nuestra protagonista (yo) decía que un talonario de vales para un spa. El Sr. Productor (el churri), muy agudo él y con una predisposición innata para pillar indirectas al vuelo,  se lo tomaba a cachondeo y me caía un libro de Terry Pratchett, de Paolini, de Laura Gallego, de las Crónicas de Narnia, o el último cómic de Astérix y esos me gustan, no diré que no, pero no es lo mismo (sobre todo ahora que sé de qué estoy hablando).

 

¿Cómo se rodó «Visita a un Spa: La Película»?

Todo empezó el día en que Mi pareja y yo cumplíamos nueve años viviendo juntos. Cuando nos despertamos él me felicitó, entonces nos pusimos a hablar y le pregunté si ese año me regalaría el talonario del spa. Mi pareja se levantó y se fue al ordenador. “hmmm… esto no tiene pinta de ser muy romántico” pensé. Sobre todo cuando resultó que el regalo de este año era un simple folio mondo y lirondo con unas cuantas letras impresas… “jo, que bajo que hemos caído este año, no damos ni para un libro de Terry Pratchett, ni para el último de Astérix” (Nota: Astérix vino para Reyes) Pero no dejemos engañarnos por las apariencias que incluso un simple y humilde folio montó y lirondo con unas cuantas líneas impresas, puede esconder una grata sorpresa. Este año no ha sido un talonario de spa, ni uno por cada petición hecha estos últimos nueve años, lo que hubiera equivalido al susodicho talonario. No, pero tampoco está mal para empezar, porque el regalo de estos nueve años, por fin, ha sido una entrada a uno de esos templos de placer y el relax por la que está que os escribe suspiraba.

Tenía un plazo concreto para disfrutarlo, los próximos quince días, así que entes de que cualquier conjunción planetaria y sobre todo, cualquier conjunción Terremoto-Tsunami se pusieran en mi contra y caducara, me pedí hora para un viernes tarde a la salida del trabajo. Era ese viernes en que los niños empiezan las vacaciones de Navidad. Día en que Terremoto estaba con su padre y mi pareja se encargaba del benjamín de la casa. Los días anteriores llevaron un cierto trabajo, más que nada porque tuve que ir a buscar el bikini, que una es de las de bikini de toda la vida, comprar unos zapatos de plástico, un gorro de piscina… vamos, la infraestructura. Aproveché para buscar unos zapatos y un gorro que pudieran usar luego Terremoto en la piscina del cole. Había adelantado unos minutitos los días antes, así pude salir lo antes posible del trabajo. Esa mañana había ido al trabajo con una mochila preparada, pillé el bus y fui rauda y veloz hacia allí. Bueno, lo raudo y veloz que fue el bus, que no era mucho porque hay varias paradas, pero si lo hubiera tenido que hacer a pie hubiera sido más lento, fijo.

 

Sinopsis: La peli empieza cuando una vulgar ama de casa muy cuarentona entra solitaria y desorientada un centro toda nerviosa y despistada y presenta un vale en recepción. La maruja sigue las instrucciones y llega a un vestuario bastante vacío. Aunque pese a lo vacío que estaba alguien debía ir algo despistada, porque me encontré que mi taquilla estaba ocupada, así que como allí dentro había trecientas mil taquillas, puse el candado en otra y ya está, una taquilla no iba a privarme del ansiado regalo. La segunda novatada fue tener que pedir a unas chicas que se estaban vistiendo, por donde se iba a la zona del spa, jeje, novata que es una y enorme que era el vestuario. Así que al final esta rechoncha protagonista consigue salir con su toalla, su gorra, su bikini y sus zapatillas a la zona tan ansiadamente suspirada durante años. Siguiendo las instrucciones de recepción, llamé a la socorrista. Bueno, no es que la socorrista estuviera allí, no, estaba en recepción, así que tuve que llamarla por un interfono para que acudiera a darme las explicaciones in situ… hmmm…eso de tener que llamar por el interfono a la socorrista no me parece muy seguro. Me da que mi churri debía de haber cogido una oferta, fijo.

La vigilante spa se presentó y me explicó cómo funcionaba todo eso, en que consistían las áreas,  me indicó como era la masajista que vendría a buscarme allí y me recomendó las áreas de activación para antes del masaje y las relajantes para después. Tenía buena pinta. Me dejó sola, aquello estaba completamente vacío a excepción de un grupo de cinco chicas que estaban al fondo del todo en una piscinita de hidromasaje en plan grupo de jóvenes reunidas despotricando contra todos los novios, pseudonovios, posibles novios y exnovios.  Dejé la toalla en una barra. Me quité los zapatos y, muy lentamente, puse el pie dentro del agua. Sólo fue necesario que el dedo gordo entrara en contacto con el agua para saber que yo debía ser una maruja muy buena, que me había portado esos nueve años como la mejor madre y la mejor esposa del mundo mundial, y que esa tarde iba a ser muy pero que muy agradable. Cerré los ojos y disfruté del momento mientras entraba. El agua estaba calentita, no como cuando vas a nadar a una piscina climatizada en invierno y te dicen que el agua está caliente, pero tú asegurarías que un oso polar se sentiría como en su casa. No, allí el padre de Nemo, la pececita de los olvidos y el propio Nemo se hubieran sentido como en casa pero con menos sal en el agua. ¡Qué gozada!

Así que fui entrando poco a poco como si mi menda fuera la reina de Saba o mejor, Cleopatra el día en que sus burras estaban de huelga general y sólo le quedaba H2O para bañarse. Que queréis que os diga, que es una experiencia que toda mujer tendría que tener una vez en su vida, o dos o tres… que estando un día así tranquilo sin nadie más es de película. Así que ya veo que el año que viene el día que los peques empiezan las vacaciones de Navidad todas las madres van a ir allí pensando que no habrá nadie (esto me pasa por bocazas).

Hasta aquí la parte idílica, ahora os contaré la parte real, la que no sale en las fotos de la propaganda. Ir solo no está nada mal, pero creo que ir en compañía estaría mejor. El grupo de jovencitas destroza novios se lo pasó muy bien, vaya cotilleos que se llevaban y vaya risas. Mientras yo iba probando todos los chorros, los que están dentro de la piscina, y los que te bombardean desde fuera. Porque señores, en las fotos te ponen unos chorros que son un primor, pero luego cuando los tienes en directo aplastando tus mollas y removiendo toda la grasa subcutánea de tu body, te sientes un poco diferente a lo que te habías imaginado. Las camas de hidromasaje están muy bien, pero o yo soy muy cortita o están pensadas para bellezas de 1’80 como mínimo, si me subía y respiraba no me llegaba bien, si me bajaba y me relajaba me ahogaba, por lo que tenía que estar más bien sentada que tumbada… si ya decía mi madre que estoy mal hecha, podría habérselo currado un poco más cuando me gestó.

El túnel contracorriente que se supone que te tensa los músculos, no es que te los tense, es que si te descuidas te los arranca. Nunca creí que tuviera que sujetarme tan fuerte a cualquier cosa con tal de no salir disparada. Estaba dispuesta a agarrarme con los dientes al bordillo si con ello conseguía salvar mi vida. Aquello era lo más parecido que podré experimentar nunca como entrar en una riada de la gota fría o en un monzón, pero en versión lujo y glamour a borbotones. Porque además de mucha corriente, borbotones había tantos que las burbujas se habían convertido en espuma blanca y no se veía nada. Entonces palpando al intentar agarrarme, fue cuando descubrí que esas barandas que había para asirse debajo de la línea de flotación del agua debían servir para que los clientes no se vieran aplastados por el agua al llegar expulsados al recodo de turno. Pese a todo una es masoca y eso de que te prometan que te dejará los músculos tersos hace que una se empecine en dar seis o siete vueltas al túnel de los rápidos desbocados.

Cuando una consigue salir ilesa de ese ecosistema espumil, decide que lo mejor es ir a una zona aparentemente más inofensiva. Os aviso que si se os ocurre eso mismo, no vayáis a los chorros o cataratas o como las llamen. Eso es cualquier cosa menos inofensivo. En las fotos parece como si uno se duchara bajo una cascada tropical, ya que no sé porque siempre les da por poner alguna plantita o cañas detrás de la zona de cascadas. Te venden eso como una experiencia algo así como el anuncio ese del gel de ducha Fa y los limones del caribe que hacían en la tele cuando yo era niña. Pues bueno, allí ni había limones ni era el caribe y el agua, pese a que tengo que reconocer que nunca me he puesto bajo una cascada porque en Mallorca no hay de eso y lo más cerca que he estado del Caribe fue el viaje a Galicia que me hice con mi ex hace muchos años, pero eso os aseguro que es algo más agresivo de lo que aparenta en las fotos, menuda presión llevan los chorritos.

Pero antes de llegar a los chorros, ocurrió algo inesperado. De golpe, el grupito de jovencitas, que habían cambiado a otra bañera de hidromasaje, callaron subitamente y el recinto permaneció en un profundo silencio tan sólo roto por el ruido del agua. Me giro hacia ellas y observo que absolutamente todas, las cinco, tenían sus ojos, su cuello y su cara mirando fijamente a un punto situado al principio de la piscina donde yo estaba. Recé para que aquello que les llamaba tan poderosamente la atención no fuera un tiburón de agua dulce. No sé exactamente si eso podía ser un tiburón o no en otro contexto con algo más de ropa, pero allí, como si fuera otro anuncio de la tele, estaba un buen mozo de rostro perfecto, en gallumbos de natación con un cuerpazo moldeado por el gimnasio y años y años de dieta con carbohidratos y proteínas, al cual se le hubiera podido hacer un exhaustivo estudio anatómico sin necesidad de despellejarlo. Si no fuera por el jodido gorrito que se empeñan en que tienes que ponerte y que es cualquier cosas menos favorecedor, aquello hubiera sido una visión digna del mismísimo Apolo o de cualquier dios cachas-macizote que se paseara por el mismísimo Olimpo. Así que allí me tenéis, a mi menda sola en una piscina con el más musculado hijo de Zeus que bajaba las escaleras para dar un par de brazadas. Vaya gozada para la vista. A punto estuvo el grupito de las cinco jovencitas de abandonar su bañerita de hidromasaje y venirse al recinto de los dioses si no fuera que en esos momentos llegó Afrodita. Al ver al grupo ávido de aventuras a punto de salir de su cubículo, comprendió que debía actuar rauda y veloz contoneando todas sus caderas y demás curvas contoneables que eran muchas. Se acercó a su Apolo marcando territorio por si alguien no tenía muy claro que esa visión divina y ese cuerpazo tenían dueña. Así que dejamos a Afrodita devorando a su yogurín; las cinco jóvenes algo desilusionadas volviéndose a sentar en su bañera mientras seguían despotricando contra todos los novios, pseudonovios, posibles novios y exnovios, además de ahora contra la Afrodita, mientras seguían en su hidromasaje. Finalmente, viendo que los anuncios, anuncios son, pase a las cascadas.

Todo volvió nuevamente a la normalidad y de nuevo un chorro reconcentrado se dirigió contra mis pobres cervicales herniadas y mis doloridos hombros con tendinitis incluida y yo me pregunté si eso era muy recomendable. Así que tras probarlos todos unas cuantas veces y descartar los que para mí fueron más ofensivos, me decanté por el menos agresivo, la cascada, que pese a todo te deja como un gato mojado sin poder respirar. Luego me fui fijando en como afrontaban ese obstáculo algunos clientes que llegaron más tarde, no muchos pero alguno más vino ese día pre-festivo. Definitivamente, ese sitio está pensado para clientes de como mínimo metro setenta y cinco, porque los más altos podían ponerse… como yo pero de otra forma sin que el chorro les ahogara. Tal vez no sea cuestión de altura sino cuestión de práctica y glamour, o eso o la próxima vez me llevo la careta y el tubo de buceo que emplea Terremoto cuando vamos a la playa.

La zona que le siguió, no recuerdo bien el nombre que le dieron, era esa en la que hay chorros de agua debajo del agua que salen de la pared de la piscina. Esa no estuvo tan mal, porque ya tenía experiencia en ello. Nunca os ha pasado que cuando estáis en una piscina os encontrar una tobera sumergida por donde entra el agua a la piscina cuando se está filtrando y que allí siempre hay alguna mamá o alguna abuela masajeando sus caderas o su barriga. Pues bien, resulta que ese recurso que todas llevamos usando desde hace tiempo inmemorial, es parte del circuito térmico este. Sólo que en este caso el chorrito de agua está a tres alturas, tobillos-pantorrilla, rodillas y finalmente lumbago-barriga. Nuevamente tuve el problema de que el chorro se me llevaba pero una vez observada “la posturita” que adoptaban los demás clientes y que la imitas con mayor o menor gracia, es una atracción que me gustó bastante. “La posturita” por si alguien se lo pregunta es de espaldas a la pared de la piscina mirando hacia el interior, con los brazos abiertos como si no ocurriera nada y con los dedicos bien agarrada al bordillo. La versión beta de “la posturita” es estar apoyada despreocupadamente con los brazos cruzados sobre el bordillo y la cabeza levemente inclinada sobre ellos, como las sirenas, sólo que sigues teniendo piernas y una barriga aplanada con el hígado pidiendo asilo político a la altura de tu primera vértebra lumbar y doceava torácica. Pese a lo que pueda parecer, estos chorros me encantaron, sobre todo los de los tobillos, que gozada señores y que alivio para una maruja que está todo el día de un lado para otro y se te ponen las piernas como patas de elefante cada noche.

Ahora tan sólo me queda por describiros la última área de activación, la mítica bañera de hidromasaje, también conocida por el vulgo como jacuzzi.  Para ello aproveché un momento en que el grupo de las cinco jóvenes entraron en tropel a darse una sauna. Entonces tuve a mi entera disposición las dos bañeras. Me decidí por la que estaba más lejos, al fondo del todo, ya que en esos momentos habían entrado unos jóvenes y estaban lidiando con el túnel contracorriente con algo más de estilo que yo. Una siempre ha suspirado por el susodicho hidromasaje y en las fotos eso parece realmente algo placentero, pero yo no sé si ese spa tenía los chorros muy a tope o es que nunca sueles ver en las fotos una persona sola dentro y tal vez en grupo deba ser otra cosa. Lo cierto es que me metí en los dos y en ambos me ocurrió lo mismo, quizás en el segundo, algo más pequeño, la experiencia fue más chula y agradable. Os comunico para los que no lo sepan, que las bañeritas circulares burbujean y salpican que da gusto. Tengo que decir que la única imagen que en ese momento y aún ahora me vienen a la mente para describir lo que sentí fue el de una olla de esas grandotas y fondas de la batería de cocina donde se cuecen las zanahorias, los trozos de puerro, las judías, las patatas y los muslos de pollo a la hora de hacer un buen caldo. Esa agua burbujeaba como el caldero de los caníbales de los dibujos animados y yo era un muslo de pollo que iba de un lado a otro sin control ni orden intentando equilibrarme y encontrarle la gracia a la fama que tiene el bañito. La única ventaja es que aunque el agua esté caliente y burbujee, al menos no me cocieron de verdad, aunque desde entonces me miro con otros ojos las verduritas cocidas.

(Para la próxima entrada os dejo el masaje y las áreas de relax)

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Hay lecciones que duelen y otras que se aprenden con el método de prueba error. Terremoto da fe de ello.

19 Feb

Decían hace años que la letra con sangre entra. Por suerte esta premisa va desapareciendo en estos últimos años, pero es cierto que hay lecciones que para aprenderlas se sufre o como mínimo uno se da cuenta que erra.

Os he comentado últimamente que Terremoto está muy adolescente, muy en crisis. De hecho ha tenido para mí, la más bestia de todas, pero esa no se aún si contárosla o no. Lo cierto es que tengo la entrada hecha, pero es tan dura que no se si atreverme. Así que hoy os voy a contar otra crisis muchísimo más suave y como ha aprendido su lección, aunque no lo haya hecho de la forma más fácil o que más me gustaría.

Os pongo en antecedentes, hace cosa de un mes y algo que la neuropediatra nos dijo que teníamos que poner a Terremoto a régimen porque empieza a tener demasiado sobrepeso y podría causarle problemas. A Terremoto le gusta comer, no lo negaré, pero también hay algunos medicamentos que toma que le potencian el hambre y eso no ayuda a la hora de controlar la ingesta ni la forma en que come desesperadamente como si fuera el último mendrugo del universo. Lo cierto es que ha sido empezar el régimen y empezar las crisis, en ocasiones una por día y todas ellas de una forma u otra, la comida ha sido el detonante. Terremoto acepta el régimen, a regañadientes pero lo acepta, intenta hacer trampas siempre que puede y el hecho de que le prives de algo que le gusta lo descoloca y se ha puesto agresivo.

Este fin de semana pasado nos fuimos el domingo de excursión con el grupo del cole de Tsunami. La excursión era bonita si no fuera que el camino fue un auténtico martirio. Un camino de montaña ancho y muy transitado pero que se ve que debido a algunas lluvias o a la falta de mantenimiento estaba lleno de piedras. En este caso lleno de piedras es algo literal, yo nunca había visto tantas piedras juntas en un centímetro cuadrado, ni en un metro cuadrado, ni en toda esa subida. Cualquiera hubiera dicho que todas las piedras de Mallorca y de medio mundo habían tenido una convención anual en esa ruta. Así que Terremoto lo pasó muy mal para subir y para bajar. Yo estuve a su lado y para subir acabé cargando con su chaqueta y su mochila. En ambos casos fuimos los últimos en llegar porque el pobre entre bufidos, sudores y quejas no podía con su alma. La excursión paró en un llano muy majo y allí estuvimos todo el día. Nada más llegar Terremoto sólo pensaba en la comida y una parte del grupo siguió un poco más la ruta, evidentemente, nosotros dos nos quedamos a guardar las mochilas mientras Tsunami y su padre se iban con el grupo. Cuando estos llegaron fue cuando comimos todos. Terremoto empezó a hacer trampas cogiendo patatillas y arramblando con cualquier alimento que los peques ofrecieran a los otros asistentes. Porque señores una cosa que ocurre en todas las excursiones es que los padres traen comida para su prole y para la prole de los demás y claro, los niños acaban haciendo el paseillo de grupo en grupo ofreciendo patatillas, frutos secos, croissanes, chocolate, uvas… y todo aquello que sus padres hayan conseguido meter a presión en las mochilas sin que estas estallen.

En resumen, que ese día se había pasado dos pueblos y medio con la dieta y cuando llegamos a casa los niños se ducharon y luego lo hice yo. Cuando acababa de cerrar el agua y apenas había acabado de secarme, Terremoto llama a la puerta del baño y entra. «Ya son las ocho toca la cena, tengo hambre». A mí me extrañaba que fueran las ocho, porque había entrado en la ducha a las siete y no tardo una hora, evidentemente eran las siete y media, tiempo de sobra para secarme el pelo, recoger las cosas que habíamos dejado tiradas en la cocina y hacer la cena para servirla a las ocho. Pero ante la insistencia del niño me fui a la cocina sin secar el pelo y me puse a hacer la cena así como sabe hacerla una madre cuando la cocina es un campo de batalla y casi no hay sitio para maniobrar. Y justamente, miren ustedes por donde, en ese momento a Terremoto le pega por hacer de chef y quiere hacer él la cena. Le digo que así como está la cocina mejor que lo haga yo y que se vaya a la sala. Porque una se lo conoce y sabe que para cortar un tomate lo hace pero necesita una infraestructura de cacharros que en ese momento no disponíamos de espacio para dejarlos. Terremoto no me escucha y sigue en la cocina. Se lo vuelvo a repetir y después de decírselo yo se lo decía mi pareja desde la sala. Así como cinco o seis veces. La cuestión es que mi pareja acabó por venirse a la cocina y lo sacó fuera para que yo acabara. Eso le enfureció, él quería hacer su cena y no podía hacerla nadie más ni le podían sacar de su cocina. Se fue enfadado y con portazo incluido a su cuarto y allí me tenéis a mí con la cena ya casi conclusa y un Terremoto que no quería luego cenar. Envié a mi pareja a que le pidiera perdón, para ver si se salía del cuarto, pero que no. Entré yo a disculparme y nada de nada. Al cabo de un rato salió de su cuarto y quería tirar toda la comida a la basura para hacerla él. Allí tuvimos el primer enfrentamiento porque a mi menda no le da la gana tirar comida recién cocinada a la basura total porque hemos sacado al niño de la cocina. La cosa empezó a calentarse bastante. Él me acusaba de que ya había perdido mi oportunidad de rectificar porque ya habían pasado de las ocho. Así que hice algo que nunca había hecho, atrasar el reloj y decirle que aún estábamos a tiempo. Eso no le acabó de convencer porque sabía que sólo había atrasado un reloj, pero al menos conseguí que entrara conmigo en la cocina con el plato de comida. Lo de querer seguir tirándolo a la basura no lo tenía aún muy claro.  Entonces decidió que desmontaba el plato y lo volvió a montar él añadiendo un poco más de cus cus, luego me retó a que lo probara. Cogí un tenedor y tomé un poquito. «Está bueno- le dije- ahora pruébalo tú». Terremoto cogió un trozo más grande y entonces se me ocurrió la idea de ir cogiendo trocitos chiquitines y comentarle cosas y que él luego cogiera un trozo mayor y así hasta que acabamos el plato para sentenciar según él que la comida estaba asquerosa, horrible e incomestible. Os ahorro todo el lío que tuvimos luego hasta que al final conseguí que se fuera a dormir. Pero allí no acaba la cosa, porque las crisis de mi niño no duran unas horas ni siquiera un día, pueden durar días y en ocasiones semanas.

Al día siguiente la volvimos a tener parda. Cuando salimos de casa para ir al cole  tuve que ir corriendo detrás de él por las escaleras y en la calle llevarlo hacia donde estaba aparcado el coche. Entra y apaga la radio de mala manera. El camino al cole por suerte fue tranquilo o al menos silencioso a excepción de los bufidos y soplidos que pegaba de tanto en tanto. A las horas que llego por la mañana, suelo entrar dentro del cole con el coche y aparco un momento en el patio. Tan temprano aún no han llegado los coches de las mamás con nenes en silla de ruedas y el barrio es muy chungo para aparcar, así que me autorizaron para entrar a esa hora. Cuando bajó del coche no quería entrar en el edificio, por lo que decidí pasar de él e irme yo hacia el edificio. Entonces Terremoto echa a correr, me adelanta se gira cabreado y me dice que no le siga, también me suelta que como le he seguido ya he perdido mi oportunidad, que no estoy a tiempo de rectificar y no quiere entrar. Visto el panorama entro a buscar al monitor de la mañana. El monitor es un encanto porque como llevamos una temporadita así, me espera cada mañana en la recepción hasta que llegamos nosotros y luego los lleva a la sala donde están hasta que empiezan las clases. Le digo que hoy otra vez la tenemos montada y cuando salgo no veo a Terremoto. Casi me dio algo porque creía que había vuelto a salir del cole, pero  resulta que se había escondido detrás de una pared. El monitor va hacia él y lo intenta meter dentro pero aquí Terremoto le dio por agredirme, intentar pegarme y empujarme y luego intentar patear el coche. Yo hice como si no ocurriera nada, le ignoré y entré tranquilamente al coche, con algún golpe recibido por el camino pero sin huir ni correr. Al final salí del colegio y vi por el retrovisor como lo entraba más calmado dentro.

Al llegar al trabajo avisé a su padre, que es quien le va a buscar a la salida. Le pedí que si salía muy cabreado que me hiciera una llamada perdida para tomar medidas en casa. Pero llegaron a casa sin haberme avisado. Terremoto entró algo de malas, su padre detrás. Mi ex me cuenta que está más calmado pero bastante desafiante. La profesora me pone en la agenda que se lo ha contado todo y que se ha calmado y ha trabajado bien en clase. Tsunami y su papá se habían ido a dar un paseo para evitar más situaciones desagradables delante del peque, así que estábamos solos en casa. Intentamos dialogar con Terremoto, pero no quería escucharnos. Tan sólo me acusaba de haberle destrozado la vida y la cena de ayer. Incluso a sabiendas de que no tenía la razón, accedí a pedirle perdón y lo hice tres veces. Me dijo que no las aceptaba. Entonces le preguntábamos como teníamos que hacerlo para que las aceptara. Me respondió que yo tenía que convertirme en su esclava y hacer todo lo que él quisiera. Muy tranquilamente le dije que yo no era la esclava de nadie ni mucho menos de él y que en el hipotético caso de que realmente pudiera serlo, eso estaba penado por la ley y le meterían en chirona. Terremoto seguía prepotente, intentando buscar riña por cualquier cosa. Entonces le dije que si quería hoy la cocina no tenía los trastos de la excursión por en medio, que podía entrar y hacerse todas las cenas que quisiera.

Terremoto fue a la cocina con un ego por las nubes y una soberbia subida de tono. Al cabo de un rato permitió que su padre entrara a modo de observador y un poco después me llamó para que «Tú sirvienta, pela estas zanahorias». La sirvienta le dijo que no. Me miró cabreado y me pidió si podía pelarlas por favor. Entonces, la madre, o sea mi menda, peló las zanahorias solicitadas, también me pidió que separara una yema de la clara de un huevo, cosa que también hice, luego me volví a la sala. Al cabo de un rato mi ex me llama y me dice «esto que hay encima del caldo ¿te parece normal?» . Mire la olla y el mejunje estaba agriado. Eso lo tenía clarísimo incluso antes de levantarme de la butaca. Desde la sala había oído como Terremoto le contaba a su padre lo que quería hacer y como lo estaba haciendo y tenía bien claro que eso iba a resultar incomestible.

Terremoto había querido hacer una sopa de verduras. Normalmente suele inventarse muchos platos pero cuando veo que algo no es comestible se lo explico y le paro y entonces buscamos otra fórmula. La cena que se preparó consistió en caldo de carne, más una yema de huevo, más un vaso de leche, estragón, eneldo, orégano, espinacas y zanahoria. Evidentemente, la leche se agrió y sobre el caldo había trocitos blancos flotantes. Terremoto dijo que él se lo iba a comer y me retó a probarla. Lo hice y evidentemente, estaba agriada. Se lo comenté pero no me creyó. Aquí es cuando decidí que esta vez emplearíamos el método prueba error ya que no accedía a razonar de ninguna forma. «De acuerdo –le dije- pero tienes que tomártela sólo tú y te lo comerás». El resto de la tarde estuvo muy rebelde, molestando y provocando, hasta que fueron las seis y media, según él las ocho, hora de cenar, así que se iba a comer su cena. Me dijo que se la serviría él, que no necesitaba para eso de la esclava. Yo seguía en la sala y Tsunami y su padre aún estaban dando el paseo. Terremoto se fue a la cocina y se debió servir el plato porque más tarde cuando entré en la cocina lo encontré sucio en el fregadero junto a la cuchara. También encontré luego la olla sobre los fogones con apenas nada en su interior.  A las seis y treinta y cinco minutos, Terremoto salió corriendo al baño, desde la sala oí un ruido que fácilmente identifiqué, el de mi hijo vomitando la comida. Me acerqué al baño y allí estaba, había acercado a la taza del water el taburete que usa su hermano para lavarse las manos y se había sentado.

-Mamá, ¿qué me pasa?

-Que te has comido tu cena y ya te había dicho que estaba agriada, por eso te ha caído mal y ahora vomitas.

-Y ¿cuanto tiempo voy a estar vomitando?

-Pues hasta que hayas sacado todo lo que te has metido en el estómago, puede que una media hora o una hora como mucho. También es posible que te dé diarrea además del vómito, si eso ocurre llámame.

-Mamá, no me puedes dar un poco de pan tostado para que se me pare.

-No Terremoto, esto no es una gastroenteritis, esto se te pasará cuando saques lo que has comido y aquí mamá no puede hacer ninguna cosa, es tu estómago el que tiene la palabra.

Al cabo de un rato también le vino algo de diarrea, así que le acerqué una tinita y le dejé tranquilo en el baño. A las siete todo había acabado, el estómago había devuelto lo comido y Terremoto estaba mejor, algo dolido pero mejor.

Así que lo que no consiguieron las palabras lo consiguió el estómago, lo que no consiguió la paciencia ni el razonamiento lo consiguió un plato de sopa agria y la soberbia, el orgullo y el ego desmesurado de la adolescencia se fueron por la cañería cuando estiró la cadena.

Terremoto vino todo avergonzado. Me dijo que yo tenía razón y que él se había equivocado. Me dijo que no se encontraba muy bien y que esa noche prefería no cenar. Luego se sentó en el sofá a mi lado y apoyó la cabeza sobre mi regazo, como hacía años que no hacía. Allí nos quedamos los dos mientras yo le acariciaba el pelo y pensaba que si consiguiera que a veces me escuchara más, las lecciones no siempre serían tan dolorosas ni tan desagradables.

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Tarta de zanahoria, naranja y chocolate blanco para San Valentín y de paso para el reto de Ira del mes de febrero.

14 Feb

De todos es conocida la animadversión que suelen tener los pequeñajos a eso del festejo y sus derivados. Cuando los niños son más bebotes que niños, te llenan de besitos, abrazos y achuchones. Pero hay un momento en sus vidas en el que ya se sienten menos bebotes y más niños y les gusta reivindicar esta nueva situación. Es entonces cuando los besitos, abrazos y achuchones empiezan a ir escaseando en nuestra vida de madres, sobre todo si hay algún otro niño ajeno al hogar y cercano a su círculo de amigos que esté mirando. Entonces es cuando nos podemos encontrar con el típico “mamá aquí no, que pensarán mis compañeros de clase” o un “porfa, que ya no soy un bebé, que ya soy mayor”. Entonces es cuando tú piensas que te acabas de quedar sin bebito y el señorito mayor bien merece que se le dé esa consideración de “pequeño adulto” y no se le avergüence más a las entradas y salidas del cole. También hay una época en todo niño en la que les cabrea soberanamente que alguien les diga eso de “fulanito tiene noviaaaa” o al revés.

Pues bien, en esta casa tenemos un poco de todo eso y más. Terremoto hace tiempo que sólo reserva besos, abrazos y achuchones para momentos muy contados cuando le sale por inspiración divina y evidentemente, siempre dentro de las protectoras paredes del hogar. También es de los que se cabrea si alguien le suelta eso de las novias, sobre todo si ese alguien suele ser su padre (nota 1 de la autora: por si alguien aún no se ha dado cuenta, en el fondo mi ex es como un niño pequeño hiperfertilizado). Por ello y supongo que para que el tema no sea tan candente, cada vez que mi pareja y yo nos damos un beso, abrazo y achuchón, por un lado u otro se detecta un soplito reprobatorio en plan “ya estamos otra vez con besitos” o un más mordaz “besos buaggggg” mientras pone cara de asquito, abre la boca, saca la lengua y con el puño cerrado acerca dos dedos. La forma más divertida de conseguir que ese soplido reprobatorio desaparezca es ir hacia su autor y llenarlo a él de besitos (evidentemente, siempre dentro de las murallas protectoras del hogar dulce hogar). No es que Terremoto esté en contra de las parejas. Él te cuenta que no tiene problemas en tener novia, pero cuando ya sea un adulto, que de momento sólo es un niño y lo que quiere es disfrutar como un niño, no que las niñas lo llenen de asquerosos besos (ya hablaremos dentro de unos años, ya).

Por otra parte está el ligoncete de Tsunami. Terremoto de pequeño también era muy ligón, y el hermano no ha sido menos. No sé si esto es algo típico de los niños, pero de pequeñajos mis dos retoños siempre han llamado la atención de toda moza adolescente de buen ver que pasara cerca de ellos. Con sus ojazos mirando desvergonzadamente y sus sonrisas de anuncio publicitario, mis cachorrillos han sido unos ligones. La diferencia es que Terremoto ya abandonó (de momento) esa etapa, mientras que Tsunami no le hace ascos al asunto.  El año pasado Tsunami nos comunicó oficialmente que tenía novia, una chica de su clase. Tengo que reconocer que el pequeño tiene un gusto estupendo, la muchachita es una preciosidad y una dulzura de niña, y lo mejor de todo, con una personalidad de narices que lo lleva a raya como ella quiere (nota 2 de la autora: Esa chica me gusta, que espabile al casanova como tiene que ser que sino no sabrá hacer nada en la vida). Un día en el parque vi que Tsunami quitaba a un chico de al lado de una niña y se ponían a hablar al oído y reírse. Por lo visto y lo que supongo por lo que nos contó luego,  la conversación de ese día fue más o menos algo así como:

Tsunami: Ahora que ya no te gusta E., que te parece si eres mi novia

Ella: Me parece bien, pero de momento somos muy pequeños, así que mejor ser futuros novios dentro de unos años. Así que de momento sólo salimos.

Tsunami: Pues vale,¿ y cuando seamos mayores podremos casarnos?

Ella: Bueno, pero cuando tengamos la edad de mi padre, antes los mayores no se pueden casar.

Y así fue como nuestro Tsunami se echó novieta y así fue como nos lo contó y así fue como se lo conté a mis futuros consuegros que se quedaron primero de piedra y luego se descojonaron. Así que esta que os escribe ya tiene futura nuera y futuros consuegros… quien me lo iba a decir. Por cierto, los padres de ella tienen treinta y uno, así que dentro de veintisiete años os cuento que tal la boda.

En esta casa, pese a todos los besitos, caricias y achuchones, no somos de los que acostumbremos a celebrar San Valentín. Siempre me ha parecido algo más digno de un escaparate de grandes almacenes, que de la vida cotidiana. Con mi ex hubo unos años que lo que hicimos fue comprar un puzle y una caja de Ferrero Rocher  e ir haciendo el puzle mientras tomábamos bombones. Los bombones están en nuestras caderas, y los puzles en el dormitorio de Terremoto y Tsunami.  Con mi actual pareja no había la costumbre de celebrarlo, hasta que un día Isa, la chica de la tienda de comida preparada, me coló sus famosas, sabrosas y deliciosas tartas de San Valentín. Terremoto se mofó de mí por traer una tarta en forma de corazón con una estatuita de plástico de un bebote en pañal y un arco y flecha empotrados sobre la tarta. Aunque cuando la cató y relacionó tarta = día de los enamorados, la cosa cambió. Entonces Terremoto se enamoró de esa tradición con un contundente “taaaaarrrrrtttttaaaa” (nota 3 de la autora: Dígase en cámara lenta y con el mismo tono que emplearía Homer Simpson ante la visión de una rosquilla rosa gigante tamaño diplodocus”. En casa gustaró mucho, no me extraña, porque estaban deliciosas y mis cachorritos dieron buena cuenta de ella. El año pasado compartí con vosotros esta receta. Este año pensaba que tal vez el día de San Valentín pasaría desapercibido, pero los publicistas de la tele se compincharon en mi contra y mis pequeños vástagos se enteraron de   que este viernes era San Valentín y no se cortaron un pelo en lanzar insinuaciones y directas bien directas de que ese día exigían una “taaaaarrrrrtttttaaaa”. Está visto que los otros 364 días del año, los besitos, abracitos y achuchones están “censurados” pero con tal de que les caiga un buen trozo de pastel, mis niños están dispuestos a aguantar besos, carantoñas, corazoncitos y bebes en pañales con arcos. Faltaría plus.

Así que aprovechando que este mes de febrero, el reto de Ira tiene como ingrediente secreto la naranja, os dejo con esta receta de nuestra tarta anual, aunque francamente, no es que tenga demasiada naranja, pero sí que está muy saborsona, vamos, que ha volado.

Ingredientes:

Para el bizcocho:

4 huevos

150 gr. harina

200 gr. azúcar

250 gr. zanahoria rallada

1 naranja

100 ml. aceite

1 sobre de levadura tipo Royal.

Para la cobertura de chocolate:

1 tableta de chocolate blanco para fundir (yo usé la nestle postres)

La misma cantidad de nata para montar, que de chocolate (también puede ponerse mitad nata y la otra mitad la nata vegetal o leche evaporada si se desea hacer más ligero)

Nota: También quedaría muy bien una cobertura de chocolate blanco con queso.

Para decorar:

Perlitas de chocolate, virutas de chocolate

Le queda muy bien picar avellanas y espolvorear la cobertura una vez puesta con las avellanas.

Preparación:

Esta es una tarta que debe empezar a preparase el día anterior. Así que la noche antes tenemos que hacer la cobertura y dejarla toda la noche en la nevera. Para ello cortaremos el chocolate blanco y lo fundiremos ligeramente, sin pasarnos demasiado. Luego añadir la nata y la mezclamos con el chocolate hasta que ha ligado. Entonces la dejamos en el frigorífico hasta el día siguiente. ..

… Al día siguiente:

En un bol mezclamos los huevos batidos, la harina, el azúcar, la zanahoria pelada y rallada (se puede rallar triturándola con la batidora, el peso indicado arriba, evidentemente es una vez pelada), el aceite, la ralladura de la naranja (con cuidado de no poner el trozo blanco que amarga) y el zumo de la naranja.

Se mezcla bien todo.

Se añade la levadura y se mezcla justo antes de meterla en el horno.

Se pone al horno, yo lo puse calor arriba y abajo 180º una media hora, pero como siempre decimos, vosotras conocéis vuestro horno, así que mejor ir vigilando y sacarla cuando el pincho salga limpio.

(Nota:  Es un tipo de masa que debido a la zanahoria rallada y el zumo parece que está un poco licuada. También es un tipo de tarta que no leva demasiado, es más bien bajita, así que si alguien deseara hacerla para un cumpleaños y la desea más alta lo suyo sería hacer dos, unirlas con la cobertura y montarlo así).

Dejamos que la tarta se enfríe.

Cuando esté fría se saca de la nevera la cobertura y se bate un poco con la batidora de varillas para mezclarlo. Se coge una espátula de repostería o lo que tengáis para estos menesteres y lo esparcís por los lados y por encima. Se pone en la nevera para que cuaje y se endurezca. Si quereis ponerle la avellana picada ahora es el momento, antes de meterla en la nevera.

En ocasiones se resbala y hay que poner unas cuantas capas hasta que haya tomado consistencia por todo.

Tanto si habéis elegido la opción avellana picada como si no, ahora cuando esté “durita” es el momento de decorarla con gotitas de chocolate, virutas de chocolate, m&ns por ejemplo.

Espero que os guste tanto como a nosotros y a mis cachorritos. Terremoto quería repetir y Tsunami me decía que estaba lleno y no podría con el trozo… luego se lo ha pensado mejor y poco a poco entre dibujos de la tele y suspiros por su amor, se ha acabado todo su trocito y nos ha hecho saber que la tarta estaba deliciosa y como él está enamorado de A. el año que viene quiere otra de este tipo que no nos olvidemos.

En fin. Vive l’amoure. Vive les oranges et bonne appétit.  O como diríamos por casa bon profit.

Tarta de zanahoria

A los niños hay que hablarles como personas, no como pequeñajos.

12 Feb

No es la primera vez que hago un post comentando la forma en la que hemos de hablar a nuestros hijos. No sé si muchos lo sabéis, pero en ocasiones los mallorquines solemos emplear muchos diminutivos, sobre todo con los niños. Evidentemente, yo soy una de esas personas que tenía este defecto. Me costó mucho quitarme esta manía, pero creo que al final lo he logrado, al menos he mejorado considerablemente.  Cuando Terremoto era pequeño intenté no caer en este fallo. Los niños son pequeños, no idiotas. Puesto que uno de sus problemas era la comunicación, era cuestión de que ya que se le enseñaba, que al menos se hiciera de la forma más correcta, sin diminutivos ni eufemismos. Porque tampoco era cuestión de enseñarle unas cosas para después al cabo de poco tiempo hacer un borrón de todo y enseñarle lo mismo pero de otra forma.

Recuerdo que una vez cuando Terremoto aún era pequeño pero ya iba al cole actual, su padre y yo fuimos a una reunión que se daba en el cole. En esa época su padre aún no se había metido en el APA y los dos íbamos un poco perdidos con los sitios. Vimos una habitación en la planta baja que estaba abarrotada de gente y supusimos que era allí. Pero no, nos habíamos colado. Aunque estuvimos unos minutos a darnos cuenta de ello. Al principio quedamos alucinados del nivelazo de explicaciones y objetivos que nos estaban dando. Una psicóloga comentaba precisamente la importancia de lo que acabo de exponer y como se tenía que enfocar a los alumnos. Estaba poniendo un ejemplo de astrofísica y sinceramente me quedé con la boca abierta pensando si a nuestro Terremoto le estaban dando esta materia y con este vocabulario. Creo que eso fue el detonante de preguntarnos que estábamos en el aula equivocada. Mi ex y yo fuimos a preguntar a una chica que había cerca de la puerta y evidentemente, nuestra reunión era en otra aula. Esa era una reunión de profesores de instituto que no sé porque motivo se había realizado en las dependencias del cole.

Terremoto aprendió mucho vocabulario de las películas de video, y por eso le fomenté su uso, para que aprendiera las palabras y lo mejor de todo es que aprendía a usarlas bien y en un contexto adecuado. Desde entonces siempre que me ha pedido algo se lo he intentado explicar de la forma más adaptada a su razonamiento y con las palabras más técnicas que he podido encontrar. Si alguna le fallaba aprovechaba para explicarle su significado e ir introduciéndoselo.

Cuando nació Tsunami también adoptamos este sistema y lo cierto es que nos funcionó muy bien. El pequeño resultó ser una esponja que pillaba en un plis plas toda palabra nueva que apareciera ante sus oídos. Era interesante ver cómo te pedía una palabra lo que significaba o bien él mismo te daba una definición y te pedía como se decía eso. Te escuchaba atentamente y en una pequeña fracción lo memorizaba y te lo repetía, normalmente de una forma muy correcta y fidedigna al primer intento. Luego como si de un reto se tratara, te iba pidiendo esa palabra durante los siguientes días hasta que ya la había incorporado a su vocabulario.

Hace un par de veranos, cuando Tsunami tenía dos años estaba jugando a nuestro lado. Yo cosía algo y su padre para variar estaba leyendo el libro de turno.  Entonces se nos acercó el peque con un objeto que había cogido del coche de papá. Era un codo de fontanería. Me lo enseña y me pregunta que es. Lo miré, dejé la costura y le expliqué que aquello era un útil de fontanería, que era la parte de una cañería. Este objeto en cuestión facilita la unión de dos tubos para conseguir que cambien de dirección. Se le llama codo y el que tiene Tsunami es de metal dorado. Tsunami se lo quedó mirando con mayor curiosidad que antes.

-¡¡Ooohhh!! Y la cañería ¿para qué sirve?

-Para transportar agua y que salga por el grifo, es algo parecido a la pajita del zumo. Sabes que las pajitas del zumo tienen una zona que se dobla para que Tsunami pueda chupar cómodamente con la boca, pues las cañerías emplean esta pieza para hacer ese giro y así el agua llega a los grifos.

Tsunami se lo siguió mirando con interés. Entonces decidió que tenía que tener una segunda opinión y puesto que lo había encontrado en el maletero del coche de papá, se acercó a él con el preciado objeto en sus manos y le hizo la misma pregunta que a mí.

-Papá, ¿qué es esto?

Entonces papáTsunami dejó el libro, lo cogió, lo fue girando y mirando el tiempo que le decía: Esto Tsunami es un codo de latón de ¾ de pulgada, con conexiones rosca hembra.

Yo me quedé parada mirando fijamente al peque. Tsunami se lo pensó un rato y al final consiguió decir “¡Ah!” y se fue. La verdad es que si nos hubiera repetido todo eso en ese momento me hubiera quedado de piedra. Cuando Tsunami siguió con su vida le sugerí al pater de la criatura que estaba muy bien lo de hablar a los niños usando el vocabulario correcto, pero si no creía que para un niño de dos años ese era un nivel algo avanzado.

Desde que ocurrió esta anécdota han pasado dos años, ahora Tsunami es un nene de cuatro años (y medio) que sigue lleno de curiosidad y con ganas de aprender muchas cosas. Este año en el cole no hay libros para este nivel. Los maestros preparan material de aula y lo que hacemos los padres es pagar las fotocopias. En el primer trimestre de año han tratado varios temas. La profesora les proponía dos temas y ellos votaban con cual querían empezar y luego se daba el otro. Entonces empezaban a trabajar aquello durante unas semanas. Uno de estos temas han sido las mariposas. Cuando nos dieron los trabajos de aula estas navidades, nos sorprendió todo lo que habían hecho en la clase. Primero había una hoja donde se habían apuntado lo que había dicho cada niño que conociera sobre el tema. Luego en otra hoja estaba anotado lo que a cada niño le interesaba más del tema. Las siguiente hojas eran explicativas de todo el ciclo del animalito, de su estructura física, de sus hábitos, si hábitat. La última hoja era un vocabulario algo más reducido de las partes físicas de la butterfly en inglés.

Leer todo aquello fue un gran alivio. En ese preciso momento averiguamos de donde se había sacado Tsunami el día anterior la mega extendida explicación de “mira mamá esta mariposa tiene una espiritrompa muy larga para comer, la emplean para coger su comida de las flores y entonces la alargan y es asíiii de grande, luego cuando ya han comido la recogen en una espiral muy mona que está justo debajo de su nariz”… y yo que llevaba cuarenta y ocho años diciendo que aquello era la trompa esa que usan las mariposas para comer y va y me viene ahora un pequeñajo de cuatro años enseñándome que aquello se dice espiritrompa… si ya decía yo que lo mejor es enseñarles las cosas por su nombre sin eufemismos, agilipollamientos, ni cosas por el estilo. Ahora han dado la circulación de la sangre y empiezan con el cuerpo humano en general. A ver con que nos sorprenderá dentro de nada este pequeño. Miedito me da.

2012 Tardor 256

De mis bodas

5 Feb

Antes de empezar abriré un pequeño paréntesis, tranquila Mari, no, de momento no me he casado de extranjis con tu hijo sin decíroslos, cerramos paréntesis y seguimos.

Hace unos días Mamimellis nos contó en un post como la habían invitado a una boda de una prima a la cual prácticamente ni ha visto en su vida y lo que opinaba ella de las bodas. Me hizo gracia porque hace unas semanas que nos anunciaron que para finales de agosto tenemos boda en Burgos y lo más seguro es que estemos invitados. En nuestro caso al menos la novia es algo más conocida. También es una prima de mi pareja, aunque en este caso se han visto y hablado más que un par de veces en su vida. Pero por otro lado tengo que confesar que lo de ir de boda a finales de Agosto que es cuando peor lo tengo y que tendré que llevarme a la familia en pleno y que Terremoto odia las bodas y tendremos que pagar cuatro pasajes, más el hotel, más el coche, más los trajes (que la boda del  hermano de esta chica no fue precisamente una boda sencillita) y luego el regalo y nuevamente el traslado y el sol y el calor y que en Burgos en agosto hace más calorcillo que en Mallorca (que ya hace)… pues sinceramente, me da una pereza impresionante, aparte que no sé cómo lo voy a tener en la cuestión días libres y niños libres.  Ya veremos. Así que entiendo perfectamente a Mamimellis.

No obstante, los comentarios que hacía Mamimelli sobre las meras representaciones y teatrillos en las que se convierten a veces las bodas o como le gustaban a ella, me recordaron un poco a mis bodas. Porque señores, yo he tenido en cierta manera dos bodas, aunque sólo vale una de ellas.

La primera, la oficial, fue por la iglesia con mi ex. Entonces yo tenía veintiocho años y gozaba de una esbelta figura. El salir de casa sin pasar por la vicaría era algo impensable e innegociable para mi madre. Por mi parte no había ningún problema ético en ello. Por parte de mi pareja era otra historia,  lo de la iglesia le sobraba y a su madre también, pero su padre prefería el modo tradicional eclesiástico. Así que buscamos una iglesia que nos gustó. Era muy bonita, estaba en un lugar tranquilo, fácil de llegar y con una gran zona de parking al lado. Tenía un altar precioso que me enamoró sólo verlo,  lleno de mosaicos dorados preciosos. Tengo que confesar que los mosaicos bizantinos me chiflan, así que en ese aspecto la iglesia era magnífica.  El cura nos empezó a hablar de no sé qué de un cursillo matrimonial que se suponía tendríamos que hacer durante no sé cuántas semanas. Entonces por pura casualidad mi ex se fijó en una inscripción en latín que había en la parte alta y rodeaba toda la nave central. Aún no me explico porque le dio por traducirlo en voz alta, supongo que para no oír al cura (ya os he dicho que él era bastante anti-iglesia y anti-curas) de hecho ha sido la única vez que le he oído traducir algo del latín…, de hecho, ni sabía que supiera latín… y mucho menos traducir algo. El cura cuando oyó eso se cómo emocionó y yo me sorprendí. Así que le cura decidió por las buenas que si alguien era capaz de entender algo en latín y sobre todo si ese texto estaba en su iglesia, debíamos ser unos buenos cristianos. Por lo tanto no necesitábamos ese, hasta hace apenas unos segundos, necesario e imprescindible cursillo prematrimonial. No recuerdo que debía decir esa frase, pero estaba visto que era la sinopsis perfectamente conjuntada de la esencia de unos cursos matrimoniales comprimidos en una sentencia. Así que una vez solventado el asunto iglesia, centramos nuestros esfuerzos en encontrar un buen restaurante, organizar todos los invitados (que no es moco de pavo), buscar vestidos, fotógrafo y montar el viaje de novios.

Si creíamos que el tema iglesia estaba solventado era que en eso de las bodas éramos novatos. La organización de la iglesia tuvo anexionado unos cuantos problemillas. No fueron muy complicados, pero sí curiosos. Por ejemplo, le propuse al cura si podíamos escribir nosotros las peticiones de la boda y se mosqueó un poco y me dijo que siempre que no pusiera que eso era así hasta que nos divorciáramos… Yo no sé qué había visto ese señor para decir eso… pero bueno… Le propuse también si un amigo de mi padre que sabía tocar el órgano podía hacerlo y me dijo que él lo tenía todo controlado y nadie tocaba el órgano. La sorpresa fue el día de la boda que en el mismo altar tenía empotrado un mando con el cual controlaba el aparato de música de la sacristía que ya tenía preseleccionadas las músicas e himnos de cada momento… eso sorprendió a todos. Pero el problema más curioso y casi apocalíptico, fue debido a la “decoración” del altar.

Resulta que nosotros nos casábamos dieciocho días antes de que empezara Pascua. Unos cuantos días antes de la boda fui por la iglesia y me encontré todo el altar lleno de damascos morados. En el altar había un crucifijo exento con un Cristo precioso y detrás de él había montado todo un teatro en plan lúgubre que no era precisamente discreto. A mi madre casi le da un sincope cuando vio aquello. Eso de que su hija se casara con el altar morado le daba mal yu-yu. Además para montar el teatrillo de detrás del crucifijo había quitado las cortinas de la puerta de entrada. Nos quedamos las dos patidifusas y le pedí a a que venía eso, y lo más importante para evitar que mi madre estallara cual Vesubio, si eso lo habría quitado el día de la boda. Me dijo que todo ese escenario era porque faltaba poco para Pascua y que no pensaba quitar nada y mucho menos el crucifijo, que a ver si teníamos algo en contra del crucifijo. Le contesté que evidentemente, contra el crucifijo no teníamos nada, pero que sí lo tenía contra todo ese tinglado morado de fondo en plan pantalla de cinemascope enlutada. Mi madre llegó descolocada a casa y entre espantos y sollozos se lo contó todo a mi padre. Mi padre tenía un amigo (que era el único de sus amigos que había invitado a la boda porque nos conocíamos desde hacía mucho tiempo y le tenía a él y a su mujer un cariño muy especial), este señor era el sacristán de la iglesia de San Miguel de Palma. Nos contó que eso se ponía pero quince días antes, no veinte antes. Así que tuve que ir otra vez a la iglesia con este señor para que me ayudara a “negociara” con el cura el asunto en cuestión. El párroco ante la evidencia y los argumentos expuestos por alguien que se conocía muy bien todo el tema, aceptó quitar toda la pantalla de cine de luto y devolver las cortinas granates a su sitio para el día de la boda. Después podía volver a montar lo que quisiera.

El día antes de la boda me pasé por allí para comprobar como estaba todo y evitar que a mi madre le diera un aneurisma cuando entrara en la iglesia. Todo estaba normal, como la vimos la primera vez que la visitamos.  La florista la estaba decorando y debajo del “polémico” Crucifijo había puesto un pomo de flores blancas y amarillas, como el resto de flores que decoraron todo el altar. Al párroco o bien le debió gustar ese gesto,  o bien  no debió  haberse tomado muy mal lo de los damascos, porque, me sorprendió pidiéndome que entrara con él a la vicaría. Abrió los armarios y me dijo que podía elegir la casulla con la que oficiaría la misa, la que yo quisiera. Elegí una verde y dorada. No tengo muy claro si es que había aceptado bien las críticas o es que no deseaba ir a cambiarse de casulla a toda leche  cuando yo estuviera haciendo el paseíllo del brazo de mi padre. No me imagino a mí misma pidiéndole al cura que se pusiera firmes para pasar revista antes de que entráramos dentro, pero bueno. Lo que no tengo tan claro es si él sí se lo había imaginado.

Que os voy a contar, que una boda puede llegar a ser  es un lio impresionante, eso no es ninguna novedad. Yo tenía clarísimo como quería el traje. Color marfil o crema,  sin lentejuelas, escote barca, manga larga, ceñido a la cintura y con forma de punta delante y una falda con mucho vuelo pero poca cola. Que queréis, eran muchos años de estar mirando los mostradores de las tiendas. También tenía claro que no iba a gastarme todos mis ahorros en un vestido que sólo llevaría unas horas. Así que me había establecido un precio máximo que no pensaba sobrepasar. Cada vez que entraba en una tienda les decía lo que quería y las pobres dependientas me sacaban lo más parecido. Si alguna no lo tenía se me quejaba en plan “hay chica es que si lo tienes tan claro no me dejas elegir lo que a mí me gusta” … pero bueno, pardiez. ¿Quién creía esta que se iba a casar, ella o yo?

Al final encontré un vestido que no era exactamente como me había imaginado pero que me gustó mucho y dicho sea de paso me quedaba como un guante. Desde pequeña me ha gustado siempre mirar los mostradores de las tiendas de novia. Aún hoy en día me gusta. No sé, tengo una debilidad por los trajes largos y glamorosos, aunque luego vaya por la vida con zapatillas de estar por casa y batín bien calentito. Una condición que había puesto es que no quería un vestido blanco, lo quería color marfil, y así fue. Pero a la larga eso fue un problema. El fotógrafo no compartía conmigo la opinión de que la novia pudiera ir de otro color que no fuera el blanco virginal, puro e inmaculado. Como a él le gustaban los trajes blancos, no sé qué demonios hizo con la regulación de la luz. Así que en nuestro reportaje de bodas, yo tengo un traje blanco nuclear; mi pelo sale prácticamente negro; el altar de la iglesia y sus mosaicos dorados casi no se ven; de mi pareja solo se ve la cabeza, las manos y la parte del cuello y puños de la camisa blanca, el resto de su traje quedaba absorbido por la luz negra que imperaba a nuestro alrededor. Era algo así como el hombre invisible pero al revés. Cuando las vi casi me tienen que sujetar porque a puntito estuve de emular al mismísimo Conde Drácula saltando sobre el mostrador cual vampira despiadada en dirección al retratista, después de estar un par de centénios sin un chupito de sangre que llevarse a los colmillos. El fotógrafo fue un fracaso y eso que había hecho a una amiga nuestra un reportaje precioso… por cierto… después de nuestra boda nos confesó de uno de sus mejores reportajes había sido el de nuestra amiga S. y que creía que nunca sería capaz de superarlo.  Grrrrrr…. ¡¡¡Con patatas!!!, me lo como con patatas. En fin que gracias a las fotos de los amigos tengo alguna fotica del altar enterito y de nosotros dos tal y como éramos y con J.A. con el vestido entero. También gracias a los amigos tengo alguna foto de grupos, porque cuando se lo pedí, se negó a hacerlas aludiendo a que eso salía en el video. Mientras, estaba a la poltrona en la mesa  apurando con deleite una copa de licor en una mano y disfrutando de un puro habano de los que le había dado mi prima en la otra, fumándoselo con un arte y una tranquilidad digna de la Sara Montiel y su fumando espero. Así que señores, si queréis tener fotos de grupo, no le deis un puro al fotógrafo hasta que haya acabado el reportaje, que luego tendréis que ir por la vida parando la imagen del video en la pantalla de la tele y flashearla con la esperanza de que no se note el pixelado ni los brillos y reflejos y salga algo decente que regalar a las tías casadas y a las tías solteras y a las tías viudas de la familia, porque luego todas las tías quieren una foto con los novios, aunque no se hayan hecho ninguna foto con los novios.

Mi boda fue relativamente hogareña, ochenta invitados incluidos los cuatro fotógrafos, porque no dieron ni golpe pero se presentaron cuatro, dos para el video y dos para las fotos  y se quedaron a comer como cualquiera. Como mi familia era muy pequeña y la de mi pareja venían todos de la península y sólo vinieron unos pocos, pues nuestros padres invitaron o mejor dicho, nos obligaron a invitar a todo quisqui que tuviera algún lazo familiar con cualquiera de los dos. Aún recuerdo el día en el que fuimos a invitar a la prima solterona de mi madre, una mujer alocada y excéntrica pero muy divertida, que se había pasado la vida rechazando pretendientes diciendo que este no me gusta y este tampoco y al final cuando todos los mozos del pueblo habían casado le empezó a dar la tabarra a mi madre para que le buscara algún amigo de mi padre que le rondara por sus amores. La prima era una mujer muy maja, pero entiendo que se quedara para vestir santos, porque es una de las personas más habladoras que he conocido en toda mi vida, y he conocido unas cuantas. Cuando teníamos que ir a verla a su casa, mi ex me preguntó que de que se podía hablar con ella y de que no. Recuerdo que le dije, “no te preocupes, basta que le digas hola, al cabo de una hora le des el sobre y una hora después le digas adiós, el resto lo pondrá ella sola”. Mi ex se burló de mí y me tachó de exagerada, pero cuando salimos de su casa tuvo que darme la razón. Como si yo fuera por la vida inventándome trolas.

Una mañana mientras estaba en el trabajo mi ex me llamó. Me preguntó que le confirmara el menú y a medida que se lo decía él lo iba repitiendo. Oí al otro lado de la línea unos cuchicheos y un poco después me comunicó que dos chicas de su trabajo le habían dicho que querían ir a la boda si el menú les gustaba. Como les había gustado se habían auto invitado así por las buenas y por su cara bonita, ellas y sus parejas. Lo alucinante del caso es que precisamente esas chicas y nosotros no teníamos ningún tipo de relación. Es más, no es que precisamente no tuviéramos ningún tipo de relación, sino que no nos tragábamos demasiado. Así que de esta forma tan poco ortodoxa y porque una tiene buen gusto a la hora de elegir menús, se nos apuntaron cuatro extras más que acabaron de redondear el cupo final. Supongo que o bien estaban muy desesperadas por estrenar algún modelito o bien les encantaba ir de bodas o bien tenían morriña de lloriqueos o posiblemente, lo más seguro, querían cotillear de primera mano para luego largarlo todo cuando estuviéramos de viaje… quien sabe.  Hay gente que elude bodas y otros que está desesperados por ir, cosas de la vida.

Así que el día de la boda estaban todos allí y como en toda boda siempre hay alguien que tiene que dar la nota. En este caso fue por ambas partes. Por la mía fue una amiga que es un encanto pero que al menos en esa época tenía un concepto del combinado de prendas algo dudoso. Hay que decir que con el tiempo ha mejorado y hoy en día combina con muy buen criterio su fondo de armario. Pero entonces, ese criterio estaba en fase embrionaria, así que se presentó con las uñas pintadas de naranja, un vestido negro de lentejuelas muy corto, medias doradas pero doradas doradas, manoletinas  también muy doradas, chaquetilla de cuero negro en plan motera con hebillas plateadas y flores de primera comunión prendidas en el pelo con horquillas negras cuando su pelo era rubio. Sabemos a ciencia cierta que eran florecitas de traje de comunión porque ella misma nos contó que había ido a comprarlas la semana anterior porque eso de que un recogido a secas no la acababa de convencer.  La otra fue una tía de mi ex que es maestra y se presentó con un sombrerito rojo muy parecido a una muñeca de porcelana vestida de colegiala inglesa que tengo en casa, y que todos los que no sabían su nombre se referían a ella como la señora del sombrerito rojo. Finalmente la guinda la puso un primo de mi ex que no sé muy bien porque iba con traje y calcetines de deporte de esos con tres rayas arriba en rojo y azul, un justo igualitos igualitos que los que lleva Bob Esponja.  Todo transcurrió sin demasiados incidentes, al menos no excesivamente destacables, lo cual fue de agradecer.

La otra boda no necesitó tantos preparativos, es más ni siquiera sabíamos unos minutos antes de que tendríamos una boda. Fue algo que salió sin más. Mi pareja, el papá de Tsunami , y yo llevábamos ya bastante tiempo saliendo. Nos veíamos a ratos cuando yo podía acercarme un fin de semana rápido a Barcelona y luego estábamos no sabíamos cuánto tiempo a volver a vernos. Ya teníamos bastante claro que deseábamos vivir algún día juntos, o al menos era algo que teníamos bastante en cuenta. Mi pareja estaba acabando la carrera y haciendo el proyecto de final de carrera, por eso aún no habíamos formalizado geográficamente hablando nuestra relación. Fue un fin de semana. No recuerdo ni qué día ni qué mes. Tampoco recuerdo exactamente de qué año. Es curioso pero si alguien me pidiera una fecha no podría darla, sólo recuerdo el momento. Era uno de esos fines de semana que había ido a Barcelona. Eran nuestros momentos de festejo, simplemente nos pasábamos todo el tiempo y disfrutábamos del momento. Barcelona es una ciudad preciosa para pasear tranquilamente sin más.

Ese día habíamos ido por la zona del puerto y estábamos en el Maremagnum.  Habíamos estado mirando las olas y nos habíamos sentado hablando y haciendo planes o salvando al mundo, quien sabe de qué hablábamos en ese momento. Era un día soleado pero debía ser otoño o invierno porque llevábamos cazadora. Recuerdo que me la quité porque hacía calor. Me encantaba sentir como el sol me envolvía, y el aire del mar era salado y profundo y allí a lo lejos estaba mi isla y las gaviotas volaban y graznaban. El pantalán estaba repleto de turistas y otros menos turistas que habían salido de la zona del acuario y de los cines. Íbamos paseando tranquilos dispuestos a buscar un sitio donde comer. Entonces unos veleros grandes entraban en la zona de amarre. Delante de nosotros había un puente que se levantó para que los barcos entraran. Entonces un montón de turistas se fueron parando y acabamos formando un buen grupo mientras esperábamos que el puente se levantara y los veleros entraran. Recuerdo que nos pusimos en un rincón, un pelín apartados de todos, si es que uno se podía apartar un poco.

Entonces fue cuando ocurrió. No sé muy bien cómo fue, pero allí estábamos juntos, mirando el mar y el cielo y las aves y viendo como entraban los veleros y nos miramos a los ojos. Entonces pasamos de todos los turistas que nos rodeaban y sólo estábamos nosotros y el sol como cúpula. Entonces no sé muy bien cómo fue, allí bajo el sol, nos prometimos amor para el resto de nuestras vidas. Las gaviotas fueron nuestros testigos y el mecer del oleaje nuestra marcha nupcial. En aquel momento mi pareja fue mi hombre y yo fui su mujer y nos besamos. Sabíamos que el futuro no iba a ser fácil, sabíamos que posiblemente tendríamos muchas dificultades, pero eso no nos paraba. Finalmente, la magia del momento desapareció cuando los veleros hubieron entrado y el puente se bajó y todos los turistas se empezaban a mover en masa hacia delante. Allí acabo nuestra ceremonia. Nuestra boda particular que no fue legalizada, ni firmada, ni fotografiada, pero que para nosotros dos valía incluso más que cualquier otra, porque había sido sincera, sin prepararla ni montarla, había surgido porque sí, de la nada, de nuestro interior. Desde ese día, aunque no lo esté, me he sentido casada con R.

Resulta curioso después de haberos contado esto que cuando R. se vino al fin a vivir con Terremoto y conmigo, una de las cosas que le dije fue “puedes casarte con quien quieras, menos conmigo, eso está prohibido” ya me había bastado en su momento con la primera boda, la legal. Ahora  llevamos nueve años viviendo en perfecto concubinato y hemos tenido un hijo juntos, Tsunami. De momento ninguno de los dos se ha planteado formalizar papeles. No sé, quien sabe, igual dentro de unos cuantos años nos da una néura y sorprendemos a todos, aunque difícilmente creo que cualquier ceremonia pueda superar aquella boda improvisada que tuvimos en el puerto de Barcelona cuando unos barcos entraban en el pantalán, el sol brillaba y la brisa marina nos cantaba.

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